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15 de enero de 1970: tras una serie de extrañas dilaciones, el primer LP de Almendra ve la luz. Meses atrás, el sello había “perdido” el dibujo que Luis Alberto Spinetta había diseñado para la portada. RCA pretendía que el grupo se resignara a poner una foto vendible al frente del vinilo con tal de lanzarlo antes de las fiestas. Los diseños conceptuales aún no existían en nuestro país, por lo cual el original debió de parecerles una locura, y lo cajonearon. Pero el Flaco hizo una nueva versión del icónico payaso y neutralizó la maniobra. En esa época, el Sgt. Pepper, un casi ignorado The Velvet Underground and Nico y Crimson King habían roto todos los moldes: la tapa ya era parte indisociable de la obra. Si bien su publicación se había pactado para el 29 de noviembre del 69, el álbum saldría un mes y medio después.

En 1970 el rock nacional era una tradición aún naciente. Al promediar la década anterior habían surgido Los Beatniks, Los Gatos y el Sandro más rockero, sumándose, entre el 68 y el 71, Los Abuelos, Manal, Tanguito, un Moris ya solista, Vox Dei, Arco Iris, La Pesada, La Cofradía de la Flor Solar, La Barra de Chocolate (con Pajarito Zagurí), Pappo’s Blues, Sui Generis, y Pedro y Pablo, entre otros. Sublime generación que, a la par del conflictivo pero continuo ascenso social posterior al 45, iba a revolucionar nuestra cultura musical, asociando la imaginación creadora del tango y el folklore con lo mejor de la música afroamericana y anglosajona.   

Luis Alberto Spinetta, Rodolfo García, Emilio Del Guercio y Edelmiro Molinari se habían conocido en el Instituto San Román del Bajo Belgrano, por entonces barrio de clase media. Un deseo común los había llevado a unificar sus proyectos previos, conformando un grupo que diera forma a sus anhelos poéticos. Eran tiempos de dictadura, y aunque “todo iba para atrás”, como cantaba Moris, la liberación parecía estar cerca. El hogar de los Spinetta (Arribeños 2853) iba a ser el centro de operaciones. Allí ensayaron los Almendra hasta su disolución, arropados por una familia que con su permanente apoyo a Luis y su entorno iba a ser clave para la historia del rock nacional.

La historia cuenta que el grupo reconoce en un festival al productor del programa de radio Modart en la noche, Ricardo Kleinman, lo invita a un ensayo. Este va, los escucha, y les propone grabar: el 20 de agosto del 68 registran “Tema de Pototo” y “El mundo entre las manos”; en octubre “Hoy todo el hielo en la ciudad” y “Campos Verdes”; y “Gabinetes espaciales” más “Final” a comienzos del 69. Los tres simples, de muy buena recepción, les facilitan dos funciones por noche en Matoko’s de Mar del Plata, y los impulsan a trabajar en un proyecto más ambicioso, su primer long play.

El proceso de grabación fue intermitente. En los estudios TNT pocos parecían creer en la banda. Sin embargo, apenas el disco está en la calle el público advierte que, con Almendra, el incipiente rock nacional está dando un salto cualitativo, con un lenguaje nuevo, articulado entre el pop, la psicodelia, el jazz y el tango. Además, una fábrica de telas adopta “Muchacha” como jingle, y la cosa se dispara. Con una entidad compositiva inédita, el grupo lanza un claro mensaje contracultural: su estética va del surrealismo al romanticismo, aunque el núcleo esté en el barrio, la amistad y la vida cotidiana. Las canciones irradian un afecto inmediato, una desnudez capaz de decantar la sensibilidad, y enamorar. Luis Alberto tiene 19 años, Rodolfo 23, Emilio 19, Edelmiro 22.

La conexión del patético “hombre de la tapa” y sus símbolos con cada tema abría el plexo: la lágrima (asociada a Muchacha, Figuración, Plegaria y Que el viento borró tus manos), el ojo (a Color humano y A estos hombres tristes) y la sopapa (a Ana no duerme, Fermín y Laura va) limaban la vacuidad del mercado musical, con una ironía rematada en la calidad de las composiciones. Pero es en el clima anímico del disco en donde reside su espesura: en el eco de la casa familiar, de las calles, finalmente de la historia social y de todo un mundo utópico descrito por Luis en una entrevista: «en Almendra, lo que más era, era la convivencia en casa de mis viejos en Arribeños, una convivencia de tomar café con leche juntos y curtir hasta tarde, hablando y generando ideas de las que se contagiaba toda la familia”.

Quizá no sea el LP más aclamado del rock nacional, pero Almendra es único al tocar esa fibra invisible que va del oído al corazón. ¿Por qué? Porque su contenido no se sitúa por encima de las cosas, sino que las aborda en su plena singularidad, dando a cada sonido una correspondencia viva con la experiencia. Lo cual le imprime un relieve cuasi prehistórico, como si las canciones fueran esbozos de sueños diurnos o fábulas de una gran dignidad humana, crecida por el canto y el símbolo. Hoy, en su sentido hallamos vestigios de un tiempo cargado de utopías, de ensoñaciones corales, de inspiración. Una memoria que nos habla. Son muy pocas las obras de arte capaces dialogar con el futuro. El primer álbum de Almendra es una de ellas.  

La banda se separa a fines de 1970. Su música, como en ese momento dijo Edelmiro Molinari, se multiplicó, aunque no solo en Pescado, Aquelarre y Color Humano. Sino que su sentido creció en cada quien, haciéndonos un poco mejores, orientando nuestra escucha hacia el más vasto y lúcido de los horizontes. En su contraste, la intimidad de aquel mundo hace aún más nítida la amnesia vigente, la impostura de músicos y artistas entrenados para el mercado y el olvido. Por eso Almendra fue, es y será trascendente para la cultura argentina, latinoamericana y mundial: en sus canciones pervive el sueño de una época en la que cuatro jóvenes salieron hacia nosotros inmersos en su ser, y en su destino.