–En Argentina el asesor de comunicación del presidente es considerado como un gurú, pero también como un amoral por las estrategias que utiliza para lograr sus objetivos.

–Normalmente, los asesores de la derecha son muy cuestionados por sus tácticas y estrategias comunicacionales contra los gobiernos progresistas. Pero (Jaime) Duran Barba tuvo una ventaja, porque la candidatura de Daniel Scioli no tuvo la fuerza que se esperaba. La comunicación allí tuvo sus tropiezos. La comunicación política debe partir de un análisis del ámbito político, del comunicacional y también del entorno político, social y económico del país. Y este trabajo no se hace solo en el período electoral.

–La candidatura de Macri se construyó desde muchos años antes.

–Uno llega a la elección con un trabajo de por lo menos un par de años antes. En Ecuador, el opositor (Guillermo) Lasso estuvo en campaña seis años antes para llegar ahora contra Lenin Moreno. En Argentina había una gran radicalización contra el gobierno de Cristina Fernández, causada en gran parte por las empresas de comunicación privadas. En Argentina, como en Brasil, con los grandes monopolios, el partido siempre se juega en una cancha inclinada en contra de los movimientos progresistas. Ahora es al revés, los medios producen una cortina que no permite que salga el volumen de insatisfacción, las marchas en contra del gobierno y cómo el aumento de los servicios públicos afecta a la clase media y los obreros. Y eso la izquierda tiene que saber capitalizarlo. Hubo un cambio generacional, demográfico, en casi dos décadas de progresismo en la región. Y en eso Duran Barba fue muy inteligente: hizo un estudio profundo de ese nuevo ciudadano nacido a partir de las políticas públicas progresistas. Una de mis hipótesis es que en realidad el progresismo fortaleció al capitalismo, fortaleció a un ciudadano vinculado al individualismo, a la mejora material. El resultante es una clase media que mide su calidad de vida en si puede o no comprarse un celular nuevo todos los años. El progresismo no ha comprendido eso. No basta hacer políticas públicas para el pueblo, es necesario traer siempre al pueblo dentro del gobierno.

–¿Se necesitaría construir un nuevo ciudadano?

–Claro, pero yo sé que es muy difícil. La gran mejora que hubo en el progresismo fue la capacidad de incorporar a toda esa pobreza en un mercado de consumo. Pero no estuvimos ni cerca de ganar el proceso de formación política, el cambio cultural, la disputa de lo cultural simbólico. Les facilitamos acceso a bienes y servicios creados con un lenguaje capitalista mucho más conectado al estilo de hacer política de Macri que de Cristina Kirchner. No entendiendo esos nuevos códigos, esa nueva demografía, se nos hace mucho más difícil ganar elecciones. Sin contar con la arremetida de las empresas de comunicación. Y eso Duran Barba lo supo manejar extremadamente bien.

–¿Cómo se lucha contra ese formidable aparato comunicacional que tiene apoyo desde el exterior?

–Lo primero es volver a construir puentes con la ciudadanía, reconstruir desde las bases hacia arriba. En estos años hemos creado una élite, una burguesía progresista que está dentro de los despachos de los gabinetes, que viaja en primera clase, que tiene su coche con guardaespaldas, y es gente que hace diez años estaba en las calles, en las esquinas, peleando cada voto. Tenemos que retomar las esquinas. Esa ha sido una falencia. Si no pueden tumbar al gobierno de Venezuela es porque el gobierno chavista sí está en cada esquina, entonces el grueso de la ciudadanía comprende políticamente lo que está pasando.

–Sin embargo, perdió apoyo electoral hace dos años.

–El gobierno no fue transparente con el tema del desabastecimiento. Podría haber aprovechado esa guerra económica, pero al principio no quisieron generar más pánico en la población sobre la falta alimentos y fármacos: es algo que la derecha expuso y comenzó a dialogar con la ciudadanía. Hubo una identificación como si la derecha fuera a resolver el problema. Ahí están los resultados, no ha pasado absolutamente nada.

–¿Dirías que en Ecuador eso sí se hizo y por eso el oficialismo ganó, o que en Bolivia ocurre algo parecido?

–En Ecuador ganamos las elecciones por una diferencia muy corta. El país está relativamente bien, con las dificultades de tener una economía dolarizada, y ahora Lenin Moreno viene a dialogar con ciertos sectores que rompieron con el presidente (Rafael) Correa. Lo que posiblemente permita crear una gobernabilidad más tranquila, menos conflictiva, pero también exige una serie de concesiones que Correa ni los correístas tolerarían. En el caso de Bolivia, el presidente Evo Morales, con más del 80% de aprobación, perdió un referéndum por la continuidad de su presidencia en gran parte también por un proceso de desconexión con las calles. Se desconsideró el impacto por las denuncias por el fondo indígena, royalties por recursos naturales a las naciones indígenas para su autogestión. Se instaló en la sociedad que había mucha corrupción, y también hubo un exceso de confianza pensando que bastaba con que Evo hablara para ganar la elección. Hubo un cambio muy drástico en Bolivia. Hoy cada vez menos personas se autodefinen como indígenas. Tú ves chicos que hablan aimara, se les nota claramente que son aimaras, pero no se consideran indígenas.

–¿Porque ahora tienen plata?

–Sí. Y esa gente se va distanciando cada vez más del gobierno. Pero es antagónico semejante aprobación y un rechazo a la reelección. Correa tiene un 70% de aprobación y Moreno gana con las justas. Él es más moderado, no tiene ese discurso que enciende las emociones de Correa y eso también hizo perder el apoyo de los sectores progresistas y de las calles. Argentina se caracteriza por la pasión que pone en todo lo que hace. Esa pasión tiene que ser recuperada por el movimiento progresista, por las fuerzas de izquierda que consiguieron construir capacidad territorial de despliegue. Exige una capacidad de articulación muy compleja pero ahí está la gran pelea electoral. Es fundamental entender que quien sale a la calle a buscar votos es el militante, y es peligroso cuando el militante dice «yo voy a votar por ti pero no voy a salir a hacerte campaña».

–En resumen, más que marketing lo que falta es militancia.

–El progresismo manejó muy bien su comunicación, el problema es que dejó de hacer política. Primero hay que articular en la sociedad, porque la política no es como vender Coca Cola. Y la derecha construyó allí. En Brasil, la presidenta Dilma Rousseff no hizo política, no hablaba con los movimientos sociales. Lo primero que hizo al ganar la reelección fue implementar políticas neoliberales, traicionando a las fuerzas sociales que trabajamos meses en acuerdos mínimos para que organizaciones históricas como la CUT y el MST no rompieran con el oficialismo, lo que hubiera garantizado la victoria de la derecha. El golpe parlamentario sucede por una cuestión política y también comunicacional: la gente no comprendía. Quedó impactada con los procesos comunicacionales de la Globo, de Folha de Sao Paulo, de la revista Veja, sustentado por el proceso judicial, que también es conservador, y se hizo muy difícil defender a Dilma. Por eso lo primero que digo por donde voy es: «Vamos a recuperar las calles y después hablemos de comunicación». Primero es la política. Hacer una campaña es muy fácil, contrato a tres o cuatro creativos y ya está, pero hacer un proceso de articulación social de norte a sur y de este a oeste es un trabajo inmenso, una epopeya de día a día. Hoy, con un mundo hipermediatizado, con la fantasía de las redes sociales, se superdimensiona la importancia de la comunicación dejando a un lado a esos procesos políticos, y ahí es donde estamos muy vulnerables, y ahí es donde la derecha nos gana. «

O Globo, ese gran parásito

–Sorprendió que O Globo rompiera con Temer.

–La Globo es como un gran parásito y se junta con los grandes grupos políticos siempre que ellos no le representen una amenaza. Cuando los audios de la JBS salen de la Suprema Corte y se van a hacer públicos la Globo, que tanto había defendido a Temer, tuvo la precaución de que ese rechazo al gobierno no se transformara en un ataque a la red. Trabajé con ellos tres años y sé cómo hacen esas cosas.

–La intención es no quedar pegados.

–Ahorita la ciudadanía brasileña de izquierda y de derecha comienza a culpar a la Globo del caos porque su manejo editorial permitió legalizar un golpe de Estado.

–Ya apoyaron el de 1964.

–Es muy interesante como la red Globo creció durante la dictadura militar, facilitada por el que era ministro de Comunicación, Antonio Carlos Magalhaes, uno de los grandes coroneles de la política brasileña. Ahora O Globo decide defender y proteger su reputación creyendo que hay posibilidad de sobrevivir a la caída. Hay un colapso en el funcionamiento del país. Brasil se acabó, ninguna institución tiene credibilidad, no hay capacidad de gobernar. La única posibilidad de legitimación sería la vuelta de Lula, porque se comienza a instalar la sensación de que hubo un abuso contra Lula. Sobre todo tras la muerte de su esposa, Marisa, que fallece ante la sospecha de que venían a llevarlos presos.

–El tema es si lo procesan.

–Si lo procesan, lo meten preso. Es la forma de operar del juez Sergio Moro. Así hizo con José Dirceu (exjefe de Gabinete de Lula). Por primera vez en la historia de Brasil una persona fue presa sin que hubiera sido juzgada en segunda instancia. Eso es inconstitucional.

–Eso es un atropello.

–Sí, pero la sociedad los acepta porque el escándalo de corrupción instalado es tan grande que la gente dice: «No me importa si la ley dice o no dice, lo que quiero es ver gente presa». Lo que importa es que un ícono de la corrupción –construido a partir de la red O Globo– vaya preso, no importa cómo. Lo que pasa en Argentina no es muy diferente.

Los Salieris de Goebbels

Amauri Chamorro nació hace 38 años en Ecuador, de madre brasileña, exiliada durante la dictadura militar, y padre ecuatoriano. Tiene residencia en Brasil desde los 11 años, aunque podría decirse que su patria es Latinoamérica. Con su doble ciudadanía, se da el gusto, dice, de votar en dos hermosos países. Especialista en Comunicación Política, trabaja en campañas electorales desde los 23, cuando impulsó la candidatura de un representante del PT en Sorocaba, San Pablo. Desde entonces, integró equipos de comunicación para la chilena Michelle Bachelet, la brasileña Dilma Rousseff, los ecuatorianos Rafael Correa y Lenin Moreno, el salvadoreño Salvador Sánchez y el colombiano Gustavo Petro. Descendiente de dos familias ligadas a la política desde siempre: su abuelo materno formó parte del Comité Central del Partido Comunista brasileño y el abuelo paterno fue miembro del PC en Ecuador. No se ruboriza cuando le dicen que en cierto modo los estrategas de comunicación política son herederos del ministro de Ilustración Pública y Propaganda de Rudolf Hitler, tal como alguna vez sostuvo Jaime Duran Barba. «Desde (Joseph) Goebbels para acá no se hizo nada muy diferente, y todos lo estudiamos en la facultad», asegura Chamorro. Pero, aclara, también hay un posicionamiento ético y político que hace la diferencia.