El analista político estadounidense radicado en Moscú, Andrew Korybko, forma parte del consejo de expertos del Instituto de Estudios Estratégicos y Predicciones de la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos. Es especialista en la estrategia geopolítica de EE UU y sus nuevas formas de intervención a nivel global. Su libro Guerras Híbridas. Revoluciones de colores y guerra no convencional (Batalla de Ideas, 2019) refleja la situación de Eurasia y pone el ojo en América Latina donde el lawfare o guerra jurídica emergió como una nueva forma de injerencia en los asuntos internos.

–En tu libro realizás un repaso de las distintas teorías geopolíticas estadounidenses para llegar al proyecto actual de los «balcanes euroasiáticos» y el «caos periférico».

-Estados Unidos tiene como objetivo mantener su hegemonía sobre Eurasia para lo cual está empleando una estrategia de «divide y vencerás» a través de la explotación externa de conflictos de identidad. Muchos Estados euroasiáticos son muy diversos, por lo que es relativamente fácil entrometerse en sus asuntos a través de la guerra de información, las ONG y otras actividades más «tradicionales» de inteligencia. Toma la forma de provocar revoluciones de color y guerras civiles. El caos resultante desestabiliza al Estado objetivo y permite a los EE UU obligarlo a emprender concesiones políticas que redunden en su beneficio. En un nivel más amplio, el empleo de esta política en varios Estados, a la vez, crea una reacción en cadena de caos a lo largo de la periferia euroasiática que EE UU intenta canalizar con fines de contención contra Rusia, China, Irán y otros. Pero a veces pierde el control como en Siria, donde este esquema finalmente fracasó al crear las condiciones para la intervención antiterrorista de Rusia que cambió el juego y llevó a Moscú a desafiar la influencia de Washington en Medio Oriente.

–Según tu investigación, la Guerra Híbrida tiene dos etapas: revolución de color y la guerra no convencional.

–Las revoluciones de color aprovechan los conflictos de identidad preexistentes –políticos, étnicos, religiosos, regionales o socioeconómicos– para llevar a una masa crítica de manifestantes a las calles y provocar violencia contra la policía. Esos enfrentamientos son explotados a través de la guerra de información para alentar más disturbios y servir como un disparador de la presión internacional sobre el gobierno objetivo. En el caso de que el Estado no pueda lidiar con los disturbios, su continuación conduce al escenario en el que los manifestantes más radicales recurren a medios violentos. Incluso a través de apoyo político, militar y logístico de EE UU y aliados regionales.

–La Guerra Híbrida tiene como aspecto central el no involucramiento directo delos EE UU en los conflictos. ¿Cómo entra en juego el concepto de liderazgo velado?

–El llamado «poder blando» de EE UU juega un papel en señalar a los manifestantes que tienen su apoyo político e insinúa que otras formas de respaldo podrían seguir si aumentan las tensiones. Washington libra una guerra de información contra el gobierno objetivo con el fin de deslegitimarlo, retratando a las autoridades como parte de una «dictadura» que está «atacando a civiles inocentes». A su vez es el comienzo de una campaña de presión que puede transformar la revolución de color en una guerra no convencional. Para EE UU es más barato y más efectivo avanzar en su agenda a través de representantes. La guerra contra Venezuela es un ejemplo.

–¿Qué rol cumplen las redes sociales?

–Son indispensables para catalizar el proceso de la Guerra Híbrida porque se están convirtiendo cada vez más en los lugares principales a través de los cuales las personas reciben información y organizan actividades. También son muy difíciles de controlar para los gobiernos sin prohibirlas, lo cual es un paso que la mayoría no se atrevería a dar porque recibiría un rechazo sustancial de la población. Es a través de las redes sociales que agentes extranjeros y sus representantes en el país pueden infiltrarse en los movimientos de protesta. No debe interpretarse en el sentido de que todas las manifestaciones son ilegítimas y que las redes sociales no juegan un papel en la organización de protestas antigubernamentales con causas reales y bien intencionadas. Pero sí que son un espada de doble filo que puede ser utilizada por intereses extranjeros.

–La Guerra Híbrida es un fenómeno reciente y en desarrollo. ¿Se generaron mecanismos para contrarrestarla?

–Cada Guerra Híbrida es única debido a los poderes específicos que se utilizan. Pero lo que comparten es un intento externo de provocar violentas protestas antigubernamentales. Una de las contramedidas más efectivas es que los Estados difundan proactivamente sus propias narrativas. También hay una tendencia a seguir a Rusia en prohibir  algunas ONG que constituyen amenazas a la seguridad nacional y etiquetar a otras que reciben apoyo extranjero para que su público objetivo no se engañe pensando que son puramente nativas. Y la respuesta de las fuerzas del orden público es muy importante: el uso aparentemente desproporcionado de la fuerza puede descontextualizarse y reformularse como «agresión no provocada», lo que a su vez desembocaría en más disturbios.

–¿Es posible encontrar rastros en América Latina?

–Sí, aunque el factor de identidad que se explota suele ser político y socioeconómico. La característica común de la Guerra Híbrida es que las fuerzas extranjeras provocan crisis a través de la guerra de información, las ONG y otros métodos más «tradicionales» asociados con las agencias de inteligencia. Aprovechan los problemas políticos preexistentes para generar un movimiento de protesta que luego podría ser guiado comparativamente más fácilmente en la dirección de sus intereses, que es un cambio de régimen.

–En América Latina ha surgido el concepto de lawfare o guerra jurídica. ¿Tiene esto alguna conexión con la etapa de revolución de color?

–Sí, el lawfare es un componente de las Guerras Híbridas que se está perfeccionando en América Latina. Pero también se aplicó en otros lugares como en la ahora llamada «República de Macedonia del Norte»: tras varios años de Guerra Híbrida, las autoridades impuestas por el extranjero cambiaron inconstitucionalmente el nombre del país. Sin embargo, lo que el lawfare generalmente logra en el caso latinoamericano es prohibir a una figura política genuinamente apoyada por las bases, deslegitimar a la figura objetivo o al gobierno en general, además de servir como pretexto («evento desencadenante») para protestas antigubernamentales. Es un proceso indirecto: rara vez se ve la mano extranjera y todo ocurre superficialmente, de acuerdo con las leyes del país objetivo. La razón por la cual es parte de la Guerra Híbrida es precisamente por el factor extranjero: ya sea al filtrar información aparentemente incriminatoria relacionada con la corrupción o presionar especulativamente a las personas involucradas en el proceso legal para llegar a una decisión predeterminada que promueva los intereses de ese Estado extranjero. «