En la era de la comunicación hay dos formas opuestas de ser noticia. La primera consiste en mostrarse todo el tiempo, en exponerse. La segunda -y mucho menos utilizada-, en desaparecer y convertirse en enigma. El artista Banksy eligió esta última y se transformó así en una suerte de graffittero vip que nunca deja de ser noticia.

Esta vez, la acción no consiste en subastar una obra suya en Sotheby’s en casi dos millones y medio de dólares, ni en concebir una que se destruye apenas la compra un coleccionista. Su último golpe de efecto es más pragmático: abrió una tienda.

Por supuesto, no se trata de cualquier tienda. Su primer rasgo diferencial es su propio nombre. Se llama “Producto bruto interno”. El segundo, es su horario: no abre nunca, permanece siempre cerrada pero muy bien iluminada por dentro, como para que la gente pueda apreciar sus objetos y luego comprarlos por internet. El tercero es la obsolescencia programada del proyecto: la tienda solo permanecerá abierta durante quince días. El cuarto, por supuesto, está constituido por los objetos que ofrece, todos de su creación: un juego de madera para niños que consiste en agrupar figuras de inmigrantes realizadas en madera en un camión, una cuna vigilada por cámaras de manera permanente, felpudos realizados con chalecos salvavidas de inmigrantes que fueron rescatados del Mediterráneo cosidos por mujeres de un campo de refugiados en Grecia, el chaleco blindado con la bandera británica que utilizó en el festival de Glastonbury el reconocido rapero Stormzy, bolas brillantes de las que se utilizan en los boliches bailables realizadas con restos de cascos policiales antidisturbios, una alfombra Tony The Tiger…

Muchos de los objetos están de oferta y pueden adquirirse por un valor equivalente a unos 11 dólares. El quinto rasgo distintivo es la forma de publicitar el emprendimiento: los objetos que se venden en la tienda son calificados por Banksy como “inútiles y ofensivos”. Tienen, además, una complicación que no es menor: como el objetivo de las ventas es la compra de un nuevo barco de rescate de inmigrantes para reponer el que confiscaron las autoridades italianas, “a lo mejor usted cometerá un delito si compra estos objetos”, advierte Banksy a los compradores potenciales.

El emprendimiento tiene un segundo objetivo: defender sus derechos artísticos, dado que una empresa de tarjetas de felicitación estaba intentando comerciar con sus productos y tener el control total de ellos, según lo informó su abogado Mark Stephens. El artista advirtió, sin embargo, que a pesar de defender en este caso sus derechos, su posición respecto de los derechos de autor no ha cambiado en absoluto: “Todavía animo a cualquiera a copiar, pedir prestado, robar o enmendar mi arte por diversión, investigación académica o activismo. Simplemente, no quiero que obtengan la custodia exclusiva de mi nombre.”

La tienda está ubicada Croydon, al sur de Londres y, como todo lo que hace Banksy, tiene una convocatoria multitudinaria. Aunque muchos colegas lo acusan de haber burocratizado la rebeldía convirtiéndola en un producto, su legión de seguidores no opina lo mismo y están dispuestos a sorprenderse siempre con las novedades que de forma permanente produce el artista callejero. Curiosamente, en 2010, Banksy estrenó una película documental dirigida por él. Su nombre era Salida por la tienda de regalos. Esta es la leyenda que puede verse en muchos museos europeos y que apunta a que el visitante tenga que pasar obligatoriamente por ese lugar para que se tiente con la compra de un souvenir. Pero la película trata más bien sobre el tema de quién y por qué razones la producción de alguien es legitimada como obra de arte. Allí muestra la historia de un pésimo aspirante a artista que logra la fama a pesar de sus méritos plásticos casi inexistentes. La idea de fraude legal en que puede convertirse el arte en un mundo en que todo se transforma en mercancía. Ahora es él el que monta su propia tienda para comercial objetos “incómodos” o de escasa utilidad práctica.

El año pasado, tal como lo informó Tiempo Argentino, uno de sus graffitis apreció en un edificio que sería demolido en pocos días. Se trataba de un edificio de un solo piso en el que funcionaba un banco. La imagen era conocida: una rata que gira dentro de la esfera de un reloj. La fotografía de este trabajo aparecida en la cuenta de Instagram del graffitero confirmaba su autenticidad. Inmediatamente comenzaron las especulaciones sobre la imagen que podría traducirse como una competencia despiadada característica de la sociedad capitalista.

Por estos días salió a la venta un cuadro de su autoría en Sotheby´s. Se trata de Devolved Parliament en que aparen chimpancés que reemplazan a los políticos. Se cree que el lienzo más grande pintado por el artista –mide 4 metros de largo- alcanzará un precio de dos millones y medio de dólares. La obra estará en exposición hasta mañana, 3 de octubre.

«No hay duda de que hoy esta imagen tiene una vigencia increíble no solo aquí en el Reino Unido, sino en toda Europa», dijo Alex Branczik, jefe de arte contemporáneo de Sotheby’s en Europa. «Aquí vemos esto, una de nuestras democracias más antiguas y dentro de ella vemos la regresión hacia el comportamiento animal tribal».

¿Quién es Banksy? La pregunta parece siempre a punto de responderse, pero nunca hay una respuesta definitiva. Con su silencio, el Thomas Pynchon de las artes visuales ha logrado construir su propio mito. “La invisibilidad es un superpoder” dijo alguna vez el artista refiriéndose a aquellos que se empeñan en imponer su imagen personal junto a su producto artístico. Sin duda, Bansky pudo sostener su afirmación con su historia personal en el mundo del street art.

Sus obras plantean varias cosas de manera simultánea. En primer lugar, vuelven a poner sobre el tapete el tema de la ocupación del espacio público. ¿A quién pertenece? ¿Debe ser siempre tomado por asalto dejando de lado todo tipo de corrección política? En segundo término, replantea las definiciones de arte efímero que, en su caso, parece tener una duración inusitada porque, si una pared se tira abajo, sus dibujos con stencil reaparecerán en otra multiplicándose en las calles sin que importe la idea de “obra original”, una discusión que ha atravesado prácticamente todo el siglo XX. En tercer lugar, Banksy deja en claro que las condiciones en que se produce una imagen son tanto o más importantes que la imagen misma. Si sus trabajos hubieran nacido en una galería de arte muy probablemente no hubieran alcanzado el éxito que tienen, un éxito que, curiosamente, lo ha llevado desde la calle a la galería y no a la inversa. Además, Banksy, quien quiera que sea, juega con la idea de la creación colectiva en dos sentidos: su obra es validada y adquiere sentido por la multitud de espectadores involuntarios a los que interpela que son parte sustancial de su creación y, además, su multiplicación hace pensar que bajo el nombre en singular de Banksy se esconden una pluralidad de artistas.

Ocultar la identidad no parece un hecho menor. Tal como lo dice Banksy, confiere superpoderes. Y allí está el propio Superman para confirmarlo, un tímido periodista que se transforma en invencible justiciero y mantiene en silencio su identidad dual. Algo similar sucede con Batman y con el Zorro al que le bastan un antifaz, una capa y un caballo veloz para hacer justicia sin ser reconocido. Banksy no vuela, no tiene batimóvil ni caballo, pero conoce como nadie el interés que despiertan los enigmas que no se develan.