El año que termina casi no se parece en nada al que empezó. La Argentina de estos días es un país más pobre, más desigual y más roto que el que inició 365 días atrás.

En materia económica, los datos duros son abrumadores. Dos millones nuevos de pobres. Desempleo del 9% y en ascenso, apenas maquillado por una creciente legión de trabajadores precarizados y monotributistas que adhieren al sistema de simplificación impositiva para poder cobrar la Asignación Universal. Inflación del 45%, que se duplica en tarifas, alimentos y bebidas. Caída del 2,8% en la producción industrial, agravado con el cierre de un millar de pymes arrolladas por el derrumbe del consumo y la apertura de la importación.

Todos los índices negativos de la economía baten records. Las ventas navideñas resultaron ser las peores de la última década, al igual que el Riesgo País, que escaló a niveles de principios de siglo luego de un proceso de hiperendeudamiento –también récord– que «los mercados» ahora evalúan inviable. El dólar aumentó un 105,3% en el año y el peso tuvo la devaluación más alta desde 2002. En resumen: los libros de estadísticas económicas dirán que en 2018 el país es 2,5 puntos más pobre, que es lo que se redujo el Producto Bruto.

A esas cifras que espantan se suman otras escenas de terror. La legalización de la «doctrina Chocobar» que convalida el gatillo fácil, la obscena judicialización de la política, la infiltración y represión de las manifestaciones populares, la criminalización de la crítica y la protesta, el vaciamiento de medios públicos y la consolidación de oligopolios de prensa privados.

Son postales de una debacle anunciada. Los lectores de Tiempo Argentino pueden dar fe de que semana a semana se acumulaban advertencias sobre las consecuencias de un modelo económico y político basado en la transferencia regresiva de ingresos, la sublimación de la «meritocracia», la demonización del Estado y el saqueo de recursos estratégicos.

El recordatorio no es jactancia, sino agradecimiento: este diario pudo contar el derrumbe en tiempo real gracias al respaldo de los lectores, que aportan el 60% de los ingresos que mantienen a la cooperativa en pie. El 40% restante lo aportan anunciantes que creen y apoyan el ejercicio del periodismo libre y autogestivo.

Gracias a ellos –ustedes–, el año que llega nos encuentra donde más nos gusta: en nuestra redacción. Es un privilegio que prometemos recompensar haciendo más y mejor periodismo. Tenemos por delante la misión de contar hechos históricos que ya iniciaron, como la revolución de las mujeres, y otros que vendrán, como la novena elección presidencial desde el retorno de la democracia.

En 2018 implosionó un modelo de gestión cimentado en el odio político, el individuialismo económico y la protección de los privilegios de clase. ¿El año que llega alumbrará algo mejor?

La esperanza, ya se sabe, es lo último que se pierde.

Bienvenido, 2019. Te estábamos esperando. «