Cuando Cecilia González pisó por primera vez Argentina, en noviembre de 2001, creía que venía de vacaciones. Llegó atraída por un amor virtual con un tal Martín de un barrio llamado Almagro y su imagen del país estaba construida con retazos de canciones de Soda Stereo y libros de Julio Cortázar. También con noticias que hablaban de hambrientas protestas y de un gobierno en descomposición. Eso era lo que leía en México, adonde trabajaba en el diario Reforma ejerciendo con prolijidad su oficio de periodista que escribe en tercera persona y cita puntillosamente a sus fuentes para presumir una imposible objetividad. «El espejismo amoroso con Martín se desvaneció muy pronto –cuenta en su último libro– pero ese encuentro me alcanzó para descubrir que Argentina era mi lugar en el mundo».

Por eso volvió en 2002, aunque esta vez para quedarse. Aquí conoció la historia de lucha de los organismos de Derechos Humanos y cubrió como corresponsal de la agencia estatal Notimex los procesos de movilización social de los últimos 17 años. Transformó de esa manera la imagen con la que sus coterráneos veían al país. Lo hizo asumiéndose como trabajadora de prensa e involucrándose en los reclamos por el reconocimiento de derechos, ampliando la agenda tradicional de la sección Internacionales y desafiando los dogmatismos aprendidos en los medios tradicionales. Descubrió un registro propio en las redes sociales y armó una comunidad local que la reconoce y admira, un sentimiento que hace recíproco y que trasciende las plataformas al punto de asumir, ahora, la forma de un libro. Porque Al gran pueblo argentino, su cuarta publicación con la Editorial Marea, es para ella «una gran carta de amor». Una carta que repasa los acontecimientos que marcaron al país en estos años desde el prisma de «una periodista mexicana que vive, feliz, en Buenos Aires». Una cronista lo suficientemente extranjera para acceder a lugares que los nativos no pueden y escribir con las libertades que muchos no se atreven. Una que también es lo suficientemente local para que nos identifiquemos en sus historias y las reivindiquemos como propias.

Al gran pueblo argentino fue el título que le puse a un texto que escribí en Facebook el día después de la marcha masiva, histórica, emocionante, movilizante a Plaza de Mayo en rechazo al fallo que validaba la aplicación del 2×1 a los perpetradores de violaciones a los Derechos Humanos durante la última dictadura militar (un privilegio para que les computen doble el tiempo detenidos sin sentencia). Del fallo a la marcha hubo sólo una semana: los siete días que conmovieron a la Argentina. Porque ustedes cada tanto tienen sus siete días que conmueven todo –dice en diálogo con Tiempo–. Y ese fue uno que para mí fue muy intenso periodística y personalmente. Por eso en ese texto contaba por qué los admiraba. Y por eso también después amplié el texto en el libro».

–El libro compila textos del rechazo al Alca, el surgimiento de NiUnaMenos, la muerte de Néstor Kirchner, la desaparición de Santiago Maldonado. ¿Cómo te vinculaste con la movilización social?

–Eso debería ser motivo de orgullo para el pueblo argentino. Porque sus luchas sociales no sólo generan sorpresa, sino admiración. Cuando voy a foros internacionales o viajo, siempre que hablas de Derechos Humanos tienes que hablar de Argentina. Esta larga lucha y tradición de no ceder, de picar piedra de las organizaciones, aun con sus contradicciones naturales por supuesto, hicieron un proceso colectivo que incidió y que hace hoy a la sociedad actual. En otras sociedades es más difícil que pase. Incluso a nivel periodístico, cuando en México digo que los periodistas somos trabajadores de prensa algunos colegas me miran raro. Porque no tenemos una conciencia como trabajadores como la que hay acá. Por supuesto que no hablo de todos, pero se ve que la construcción da frutos. En Derechos Humanos y feminismos lo que me pasó fue el cambiar un chip que era muy de la escuela de periodismo. Eso de que los periodistas no nos involucramos en los temas que cubrimos. Pero no es así, por qué no iba a hacerlo. No me meto en lo político partidario, porque esa es mi elección y no quiero juzgar a los demás. Pero aquí aprendí: cómo no me voy a involucrar con los femicidios, es muy importante. O con los juicios de lesa humanidad, que creo que es el gran ejemplo de lo que Argentina le ha dado al mundo.

–Aquí suele hablarse de la polarización  política como un fenómeno muy particular. ¿Creés que la llamada «grieta» es algo argentino?

–Yo no hablo de «grieta» porque trato de no usar los discursos armados por determinados intereses políticos. Pero eso ocurre en todos los países donde ha habido polarización política: desde Venezuela hasta EE UU, pasando por México con López Obrador o Reino Unido con el Brexit. Creo que aquí se sobredimensionó y se terminó transformando en una marca comercial aprovechada por determinados periodistas que suelen ser los más famosos, ricos y mediáticos. Fue un negocio de ellos, no del noventa y pico por ciento de los periodistas que trabaja aquí.

–¿Y cómo sentiste que repercutió en tu trabajo de periodista?

–Acá viví la exigencia de ponerte de un lado o del otro. Pero eso me aburre y ahí no me meto. Sí me divierte ahora ver la conversión de los periodistas militantes macristas cuando descubren los desastres de este gobierno después de casi cuatro años. Pero yo no les daría tanta importancia porque prefiero difundir el trabajo de los colegas que respeto.

–Aun sin querer entrar en la pelea quedaste en el medio tras la entrevista que hiciste a Macri en 2017 porque el tono de las preguntas no se asemejó a las de los «periodistas afines» a los que solía darles notas…

–Eso me dio mucha visibilidad. Y lo que sucedió fue que ya llevaba 15 años viviendo acá. No es lo mismo llegar a un lugar y contar lo que está pasando. Tampoco estar uno o tres años. Porque da mucho trabajo entender la idiosincrasia y la cultura aunque hablemos el mismo idioma. Conocía a los movimientos sociales y los reclamos de derechos, cosas que valoro mucho de lo que ocurre aquí. Y un corresponsal extranjero en general suele hablar de temas vinculados a la relación bilateral o con impacto internacional. Pero yo me despegué un poco de eso sin abandonarlo por completo. Por eso lamento que hayan despedido a los corresponsales de Notimex, que era la única agencia latinoamericana que tenía ese servicio. Porque nosotros podíamos tener una mirada propia y en mi caso eso incluía temas de Derechos Humanos, derechos sexuales y reproductivos, violencia institucional que otros medios internacionales no cubren.  «

Registro propio

El libro de Cecilia González está escrito en primera persona, un registro poco usual para el periodismo. Como dice Josefina Licitra en su prólogo, no tiene «la mirada justa» que enseñan en los manuales, sino la honesta de quien trata los temas con información y sin esconder su punto de vista. Ese registro apareció «sin querer queriendo», cuenta González a Tiempo parafraseando al Chavo del 8. «Empecé a usar las redes sociales para soltarme escribiendo. Al principio me costaba porque era un ejercicio, pero luego comenzó a salirme de manera natural», explica.