Aplausos, coplas, música de sikuris y charangos para despedir a Jaime Torres, uno de los hombres más importantes de la música popular argentina.

Fue el 24 de diciembre cuando Jaime, tres meses después de haber llegado a los 80, y luego de un invierno difícil para su salud, se apagó. Su familia y sus amigos convocaron a un adiós a lo Torres: con música siempre.

El acompañamiento llego al mediodía a las puertas de la capilla del Cementerio de la Chacarita donde se celebró una misa tuvo una multitudinaria banda que interpretó diferentes temas ante el féretro del artista que iba envuelto en una wiphala.

La sonrisa al cielo y los pies por sobre el suelo. Cuando Jaime tocaba, parecía sobrevolar el escenario y el gesto de felicidad se traducía en melodías que traían paisaje y atravesaban corazones.

El invierno no fue el mejor para Jaime Torres. A sus afecciones cardíacas se les sumaron otras dolencias que ya lo tenían agotado hasta que este 24 de diciembre, se apagó.

Discípulo del maestro boliviano Mauro Núñez, Jaime fue reconocido a nivel mundial por su enorme calidad como intérprete del charango. “Yo veia el charango y trataba de tocarlo. Pero era muy difícil en ese momento conseguir el charango, era un instrumento poco común. No había ni quien lo enseñara”, contó en una ocasión a Tiempo Argentino.

Había nacido el 21 de septiembre de 1938 en San Miguel de Tucumán, fue discípulo del maestro boliviano Mauro Núñez quien le enseñó los secretos del charango, ese típico instrumento andino de cinco cuerdas y cuerpo de armadillo.

 “Yo decía, ‘toco charango’ y la gente se reía. El público se reía”, dijo a este diario. “Esto que hoy se toca en distintos medios de transporte en muchos lugares del mundo no sólo aquí, detrás de eso hay un trabajo, sobre todo de difusión. Y el arte ha producido esto”, afirmó.  

Abrió puertas. Desde mediados de los sesenta, Torres ya recorría el mundo con la música de folklórica argetina. Supo enamorar a diferentes generaciones y artistas de todos los países, entre los últimos discos, se destaca Altiplano, un trabajo hecho con el artista de jazz Magic Malik y el percusionista Minino Garay.

Aunque tuvo trabajos discográficos que marcaron un hito en la música, como su trabajo en la Misa Criolla, de Ariel Ramírez, o Chaypi, un maravilloso trabajo musical realizado junto al pianista Eduardo Lagos.

“He tenido la suerte de tener artistas muy hermosos no en la música solamente si no en el arte de la vida”, destacaba siempre el charanguista. “Tuve un hogar donde se cultivó la música y la tierra, así como los chicos hablan inglés o hablan francés porque los padres hablan francés, en Buenos Aires yo hablaba quechua, con una admiración distinta porque la gente valora cuando hablás francés pero no nuestras lenguas”.

A lo largo de su carrera, Torres se caracterizó por tocar con la misma pasión en escenarios muy diferentes, desde el Tantanakuy hasta el prestigioso Teatro Colón de Buenos Aires, pasando por la Filarmónica de Berlín, la Sala Octubre de Leningrado y el Lincoln Center.

“Yo sigo vibrando con una caja, con una copla o con una banda de anatas. Es porque no creo que la música sea original o deba copiar otro ritmo. La música cuando tiene sus valores reales no interesa qué ritmo es para emocionar”, afirmaba.

Fue declarado en 2013 Ciudadano Ilustre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. En 2015, la Fundación Konex le otorgó la Mención Especial a la Trayectoria por su gran aporte a la música popular argentina.

En su extensa trayectoria, grabó varios discos y recibió innumerables reconocimientos. Activo a más no poder, en 1989 se presentó en España y Portugal, junto con Hernán Gamboa y Gerardo Núñez. Al año siguiente, 1990, se presentó, con el Tata Cedrón en París y el interior de Francia y con Eduardo Falú, en Londres. En el intermedio estrenó en el teatro Opera de Buenos Aires su ópera “Suite en Concierto”, con arreglos de Gerardo Gandini, siendo intérprete solista junto con la Camerata Bariloche.

Su despedida tuvo mucha tristeza, pero trajo para sanar apenas la ausencia, lo más maravilloso de Jaime: su música.