No hace mucho, tenía que encontrarme con una amiga en la universidad para tratar temas profesionales pendientes. Fuimos puntuales, y de inmediato me preguntó si estaba esperando alguna llamada de mi esposa. «No, no, para nada», le dije. «¿Y de tu hijo?», siguió. «No, tampoco, pero… ¿por qué me preguntás eso?», respondí. Y me dice luego: «¿Podemos entonces apagar los celulares, así arrancamos?». «Sí, claro, por supuesto», pensando que es una buena manera de comenzar una conversación tranquilos, sin interrupciones, y hasta atento de su parte.

El punto es que ese no era el motivo de su pedido.…

El socio comercial más importante de EE UU es China. Resalta en especial si vemos los datos comerciales en valor agregado, donde se presentan vínculos muy estrechos entre ambas economías a través de cadenas globales de valor (CGV). Esto es especialmente cierto para las TIC y la electrónica. Sin embargo, datos mensuales recientes revelan que tanto la participación estadounidense en las importaciones chinas como la participación china en las importaciones de EE UU han estado disminuyendo como producto de la disputa comercial que vienen sosteniendo.

Desde el inicio de esta dada en llamar «guerra comercial», el discurso de la administración norteamericana se apoyó –sostenida y crecientemente– en la necesidad de reducir el déficit comercial bilateral (los argumentos principales fueron la pérdida de puestos de trabajo y el cierre de establecimientos en EE UU) y en la acusación de que China lleva adelante prácticas comerciales desleales, no protege debidamente los derechos de propiedad intelectual y promueve la transferencia forzada de tecnología. A muy grandes rasgos, esto último se engarza con el creciente poder económico y político de China, que es percibido como una amenaza para la seguridad nacional y el dominio de los EE UU en el escenario global, cuestiones que ya forman parte del discurso oficial y, muy especialmente, de los miembros del Congreso norteamericano.

Así la «guerra comercial» cobra volumen y masa crítica más como una disputa por el dominio tecnológico y geoestratégico. Académicamente puede verse como un paso en la competencia sistémica y una respuesta a los desafíos provocados por China dado su veloz e imparable ascenso (hoy no nos referiremos a Kennedy, Tucídides, etc.). Las políticas de mayores restricciones al comercio impuestas desde EE UU encuentran respuestas en China (mayores aranceles, proveedores alternativos, afectar exportadores de EE UU que constituyen la base de sustentación política de Trump, etc.) cuyas consecuencias, hasta aquí, son interesantes: cae el comercio bilateral y el déficit bilateral aumenta en lugar de reducirse. Se consigue entonces el efecto contrario al deseado.

La respuesta al desafío chino ya se apreciaba en los discursos de Trump de marzo de 2018, cuando estimulaba la desvinculación, el desenganche económico de China con Estados Unidos, quien planteaba la necesidad de que las empresas de EE UU dejen de trabajar en China y se trasladen a su país de origen. Promovía el «desacople», término que se introdujo para describir el corte de los lazos económicos entre China y EE UU como consecuencia del conflicto.

Pero el comercio no es el único campo donde se produce ese desacople. Si bien todavía no hay patrones de un cambio en el comportamiento de los inversores estadounidenses en China, hay signos de un cambio en el comportamiento de las inversiones chinas con respecto a la IED que, de hecho, tienden a desviarse a Europa. Además, también hay cambios en la participación de China como tenedor de bonos del Tesoro de EE UU y sus reservas de divisas. En suma, comercio, inversiones, finanzas… No hay elemento del espectro de la economía política que no sea afectado en algún grado por la disputa, y que acaba de sofrenarse ligeramente dado el acuerdo llamado de «Fase Uno» firmado la semana pasada, que no constituye el centro de esta nota. Deseo dirigir la atención sobre el desacoplamiento allí donde «se cuecen las habas»: el sector de la alta tecnología, donde se están definiendo (patentando) los estándares y patrones tecnológicos que regirán los productos y procesos que, en gran medida, intervendrán en nuestras relaciones sociales. Así de importante me parece que es.

Los analistas evalúan cuán posible será ese desenganche, dado el grado de capilaridad que alcanzaron las CGV en todos los sectores manufactureros. Ese desacoplamiento, desde el punto de vista tecnológico, continuaría en áreas donde es más difícil distinguir entre aplicaciones comerciales y militares. Sin embargo, la interdependencia es muy alta y deshacerla conlleva costos significativos. Hasta aquí, los responsables políticos de EE UU y China han avanzado en diversas CGVs creando industrias de clase mundial para el desarrollo de sectores que usan y crean tecnologías de avanzada, pero la economía oriental especialmente rápido en la cadena de valor, creando industrias de clase mundial en todo, desde 5G e inteligencia artificial hasta biotecnología y computación cuántica. Se sabe ya que muchos formuladores de políticas de EE UU ven esa perspectiva como una amenaza existencial para el poder económico y militar de EE UU. Sin embargo, para los líderes chinos refleja un impulso que data de los orígenes de la República Popular. De sus políticas para ser independientes es que nacen Huawei, Lenovo, Ali Baba, ZTE y otros «unicornios». Xi Jinping describió un objetivo para ese desarrollo tecnológico: «Ponerse al día y superarlo». Esa ambición es central para el Partido Comunista Chino (PCCh), pues es el marco para comprender el deseo de convertirse en una superpotencia tecnológica. Más elegantemente, desde Mao Zedong hasta Xi Jinping, ese progreso no sólo es un medio para ganar capacidades económicas y militares, sino también un fin ideológico en sí mismo, que ofrece la prueba final de la restauración de China como una gran potencia.

En ese marco, el plan «Hecho en China 2025» era un estandarte del proyecto y, por lo tanto, está en la mira de las armas políticas y económicas (por ahora) de EE UU. Se pensó para impulsar a las empresas chinas y garantizar que controlen el mercado interno en tecnologías avanzadas como robótica, vehículos que usan energías diferentes y que se guían solos, dispositivos médicos y las mencionadas computación cuántica e IA. En una de esas carreras –desarrollar el servicio inalámbrico de próxima generación, 5G–, Huawei lidera el trámite con uno de los mayores presupuestos de I+D que se conozcan (aproximadamente igual al de los competidores Nokia y Ericsson, sumados).

Por eso en mayo pasado le fue prohibido continuar trabajando en territorio de EE UU (sanción todavía en suspenso a pedido de las empresas del Silicon Valley). En Washington algunos ven la prohibición de Huawei como parte de una estrategia a largo plazo para mantener a EE UU a la vanguardia en la carrera tecnológica, y de allí la gran homogeneidad política que se aprecia cuando los intereses norteamericanos se sienten afectados. La noción de que existe una amenaza de China tiene gran consenso en el Congreso. El senador demócrata Coons dijo recientemente que ser un halcón respecto de China en el Congreso hoy, es «comparable a la década de 1950 cuando no había inconveniente, políticamente, de ser antisoviético». Y aquí es donde todo se conmueve: parece por lo menos peligroso negarle –incluso a un rival sistémico– materia prima vital (negarle insumos clave a Huawei). Leí que la decisión de Japón de ingresar a la Segunda Guerra Mundial tuvo un imperativo económico después de que EE UU prohibiese las ventas de petróleo, ya que alrededor del 80% de las necesidades de petróleo de Japón era importado de EE UU. No es muy diferente a lo que sucede con los semiconductores, que desde el gigante norteamericano Qualcomm ya no podría abastecer a su principal cliente, Huawei.

Pero, ¿qué tipo de respuesta provocaría eso desde Beijing? Aventurando y a sabiendas que las elecciones en EE UU de este año serán determinantes para saber qué va a suceder en la relación bilateral, los medios estatales chinos dieron algunos indicios. Si Huawei es afectada a pesar de haberse firmado el acuerdo de «Fase Uno», China buscaría «respuestas proporcionales», y un evento posible ya fue insinuado cuando recientemente el presidente Xi Jingping realizara una visita –muy publicitada– a un fabricante de imanes de tierras raras en Jiangxi. China domina ese mercado global como proveedor y su procesamiento en componentes complejos como imanes, sensores y paneles de instrumentos. Son vitales para productos tecnológicos («estos materiales alimentan nuestros teléfonos inteligentes, Teslas y aviones de combate», dicen en el Financial Times) y medios chinos destacan que hay un precedente: en 2010, China embargó las ventas de sus tierras raras a Japón para castigar a Tokio por una disputa marítima.

Si se tratase de una represalia «golpe por golpe», la empresa más vulnerable sería Apple porque, si Beijing apunta a una compañía, prohibir las ventas de iPhone en China (el segundo mercado más grande de Apple) probablemente causaría una caída en el precio de las acciones de Apple. Esto arrastraría a la baja los índices de EE UU, provocando una venta masiva en otros «blue chips» de EE UU que estén muy expuestos a las ventas en el mercado chino. Y son muchas, claro. Por supuesto que esto también tiene consecuencias en China, pues Foxconn ensambla teléfonos Apple en sus fábricas en Zhengzhou y Shenzhen, y el gobierno chino es particularmente sensible al aumento del desempleo. Imaginando, Beijing impondría dicha prohibición por «seguridad nacional» (tal y como argumenta EE UU). De hecho, si bien EE UU ha reiterado hasta el cansancio sobre los peligros que representan las redes de Huawei para suscitar sospechas del riesgo potencial de «puertas traseras» maliciosas que serían usadas por el gobierno chino para espiar, no ha demostrado todavía que haya ocurrido.

Después de las revelaciones de Snowden sobre la National Security Administration (NSA) y su programa Prism, los chinos podrían decir que los productos de Apple son vulnerables a los espías estadounidenses. De hecho, el abogado de Snowden dijo específicamente a los medios que su cliente nunca usó un iPhone por razones de seguridad.

Ahí comprendí el pedido de mi amiga en la universidad.