«Vacunos varios, variopintos y voluntariosos, vacían las vasijas de vidrio con verdadero valor. El vicio no los vuelve voraces, el vino los vivifica. Vuelan voluptuosos los vampiros verificando la versión.
Si vino el vino, vale vaciarles a los vacunos las venas. Votan volver a su vocación vertiginosa. Vislumbran victorias con virtuales visiones vitivinícolas, verdaderas vibraciones vandálicas, vikingas.
Las virginales vacas ven el vuelo de los vampiros y van con vocinglera voluntad a vacunarse con vitriolo. Verdaderos volcanes, violines violentísimos, sus vigorosas venas se vuelcan a vibrar.
Ya vendrán los vampiros, a ver si son tan varones como vaticinan.
Moraleja: ¡Fíate no más de las mansas manadas!»
Esta breve pieza literaria es de Luisa Valenzuela y pertenece al libro ABC de las microfábulas, un libro con increíbles dibujos de Lorenzo Amengual. Tal como lo indica la propia Valenzuela en la contratapa, estos «trascienden» el concepto de mera ilustración y «nos guían por inesperados caminos de entendimiento, sorpresa y juego». Y esta última es una palabra clave porque hablar o escribir iniciando cada palabra con la misma letra es un juego antiquísimo que a veces se transforma en trabalenguas popular como en «tres tristes tigres tragan trigo en un trigal» o en «María Chuzena su choza techaba…». Otras, en cambio, en manos de una escritora como Valenzuela se vuelven minificciones lúdicas que, en este caso, se dedican a jugar con cada una de las letras del alfabeto y culminan en una moraleja. Aunque esta suele ser muy breve, la de cada microfábulas nada contra la corriente y es, según la autora, «una macromoraleja de pretensiones abarcativas».
Con tapa dura, sobrecubierta y una edición impecable, este volumen publicado por el Fondo de Cultura Económica es un pequeño libro-objeto que conviene tener siempre a mano en la biblioteca para vencer el tedio de monótonas tardes de lluvia o para cuando se sienten ganas de hacerse una escapada hacia la infancia en medio de las insoportables exigencias de la adultez.
En el prólogo Valenzuela cuenta que la idea del libro nació en la mesa festiva de una cervecería. «Mi propuesta fue simple –dice la autora–: usar sólo palabras que comenzaran con la letra correspondiente, salvo artículos y preposiciones. Y las presentes microfábulas se dieron a aflorar con bastante espontaneidad, sorprendiéndome con cada resolución. Porque para eso sirven las constricciones: para encontrar la historia cerrada y coherente donde menos se piensa, para atar cabos insólitos y locos hasta llegar a conclusiones razonables».
Tan cierta es la afirmación de Valenzuela que existe desde 1960 un grupo de experimentación literaria basado en la constricción: OuLiPo (acrónimo de «Ouvroir de littérature potentielle», en castellano «Taller de literatura potencial»). A él pertenecieron escritores como Ítalo Calvino, Raymond Queneau y George Perec. Este último escribió una extensa novela, La disparition (La desaparición). Lo que había desaparecido de sus páginas era la letra «e», que es la más frecuente en francés. Este libro imposible de traducir, sin embargo fue traducido al castellano, lengua en la que apareció con el nombre de El secuestro. De las páginas de la traducción había desaparecido la letra a, la más frecuente en castellano. OuLiPo sigue trabajando en la elaboración de constricciones cada vez más complejas para hacer de la restricción una forma fructífera de generar literatura.
Valenzuela dice habitar a sus anchas en el lenguaje.
Por su parte, Amengual, parece sentirse también a sus anchas en el dibujo, una pasión que ejerce desde su infancia. Nacido en Córdoba, a los 8 años comenzó a entrenarse en esas lides en la Escuela de Bellas Artes local. Más tarde fue arquitecto, se dedicó al diseño gráfico, incursionó en el mundo del grabado y desarrolló varios proyectos de literatura ilustrada. Como rara vez sucede, entre los dos lograron hacer un libro ilustrado o una ilustración narrada, tan equitativo es el protagonismo entre la letra y la forma o entre la forma y la letra.
El ABC de las Microfábulas le ofrece al lector-observador la posibilidad de volver a jugar con las palabras con el más genuino espíritu infantil. Hacia el final del prólogo Valenzuela recomienda a quienes se acerquen al libro «que sin pensarlo dos veces se dejen ustedes arrastrar por la marea del lenguaje, de las letras sueltas y las constricciones semánticas, para abrirse a la sorpresa de encontrar en el fondo de ese magma una inesperada perla».