El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, buscó dar una muestra de autoridad con un fuerte cambio en su gabinete, entre ellos los de sus ministros de Defensa, general Fernando Azevedo; y de Relaciones Exteriores, Ernesto Araújo, y consolidar de paso su alianza con el llamado «Centrao», la derecha parlamentaria que respalda al gobierno y que comanda Diputados y el Senado. Azevedo fue despedido del cargo por Bolsonaro en un primer sorpresivo movimiento en el gabinete, acelerado por lo que hasta la tarde eran solo versiones sobre la probable salida también del canciller Araújo, resistido por el Senado.

«Preservé a las Fuerzas Armadas como instituciones de Estado», dijo el ministro de Defensa saliente en un comunicado difundido luego de reunirse con Bolsonaro en el Palacio del Planalto. La jugada de Bolsonaro cayó como sorpresa en el mundo militar, sobre todo porque el mandatario se irritó por la posición del jefe del Ejército, general Edson Pujol, en favor de las cuarentenas. Este es el segundo general que echa el ex capitán Bolsonaro: la semana pasada cayó el hasta entonces ministro de Salud, Eduardo Pazuello.

A Defensa fue otro general, el jefe de Gabinete, Walter Braga Netto, quien dejará el cargo de ministro coordinador (Casa Civil) a la mano derecha de Bolsonaro, Luiz Eduardo Ramos.

Ramos, a su vez, era secretario general de la Presidencia, cargo que ahora ocupará Flavia Arruda, diputada federal de la derecha tradicional y clave para la negociación con el Congreso, en medio de las presiones para un posible juicio político por la actuación del gobierno en la pandemia.

El diario O Globo indicó que Bolsonaro quiere destituir a todos los comandantes de las tres fuerzas para que tengan un mayor alineamiento con su pensamiento, sobre todo luego de que la jefatura militar no adhiriera a las manifestaciones a favor del cierre del Congreso el año pasado.

El cambio en Defensa ocurre cuando los clubes de militares retirados conmemoran como un festejo el 31 de marzo de 1964, día del golpe militar contra Joao Goulart, que inició una dictadura que se extendió hasta 1985.

Por la mañana, el canciller Araújo había presentado su renuncia a Bolsonaro, quien recién se la aceptó por la tarde y nombró en ese lugar a su asesor y diplomático de carrera Carlos França, especialista en integración energética sudamericana.

Araújo acusó a la exministra de Agricultura Katia Abreu, jefa de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, de haber hecho lobby a favor de aceptar a China en la licitación de 5G, teniendo en cuenta que el agronegocio es el principal motor de la economía, sobre las exportaciones al país asiático.

Trumpista y declarado enemigo de China en sus escritos, Araújo fue llamado «marginal» por la senadora Abreu. La oposición tenía listo un pedido de juicio político a Araújo por su supuesta negligencia frente a la pandemia y al proceso para la adquisición de vacunas.

La derrota electoral de Trump redujo el poder de influencia de Araújo, amigo personal de presidente dentro de la diplomacia del Palacio de Itamaraty y un hombre fuerte del gurú de la ultraderecha brasileña, el astrólogo Olavo de Carvalho.

En la Abogacía General de la Unión (AGU, una suerte de cartera de procuración de Justicia, Bolsonaro puso a un polícía federal, el comisario Anderson Torres, en lugar del abogado evangélico André Mendonça, quien regresa a la abogacía general del gobierno.

La modificación en el gabinete buscó crear lugares para el «Centrao», el grupo de legisladores de la derecha que respalda al Ejecutivo.

El titular de Diputados, Arthur Lira, oficialista, amenazó la semana pasada con «remedios amargos» frente a la incompetencia del gobierno ante la pandemia, de la cual Brasil es el centro mundial con más de 2.500 muertos diarios en promedio por semana y el 80% del país bajo colapso.

En medio de este clima, el gobernador paulista, Joao Doria, un exbolsonarista que se convirtió en uno de los principales enemigos de la familia Bolsonaro por el tratamiento dado a la pandemia, anunció que se muda de su mansión en Jardim Europa, barrio de clase alta de San Pablo, al Palacio de los Bandeirantes, la sede del gobierno.

«Regresamos a los tiempos oscuros en que la integridad física de aquellos que defienden la vida y la democracia está bajo amenaza», dijo Doria, un magnate del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) cuyo padre, diputado, debió exiliarse durante la dictadura, régimen que defiende Bolsonaro.

La casa de Doria se transformó en un constante centro de protestas contra las cuarentenas.