Los más de ciento veinte días de cuarentena fueron dejando en carne viva  las heridas de una ciudad profundamente desigual. En la Ciudad de Buenos Aires la pandemia dejó al descubierto un conjunto de dimensiones de una distribución injusta incubadas durante décadas pero, sin duda, acrecentadas al calor de trece años de gobierno Pro en la ciudad. Por ejemplo, varios de los supuestos sobre la distribución socioespacial de esa desigualdad se han visto modificados y se han complejizado en estos años. Ya no alcanza con la explicación de que hay un norte rico y un sur pobre. Por más que claramente esto es así, el salvaje proceso de gentrificación al que fue sometida la ciudad agrega otros elementos. Una prueba de ello son las más de siete mil personas que viven en situación de calle y que se distribuyen por toda la ciudad (muchísimas al norte de la Avenida Rivadavia en barrios como Palermo, Retiro, Recoleta y Belgrano).

Está claro que las desigualdades no se explican solamente por los ingresos de una persona o grupo familiar. Hay otras variables como el género, la etnia, el lenguaje, la edad, la presencia de algún tipo de dolencia o discapacidad que operan sobre las inequidades. La acción de los gobiernos es determinante para reforzarlas o, por el contrario, crear las condiciones para la inclusión e integración social. El Covid-19 y en alguna medida también el brote de Dengue que tuvimos hasta hace un tiempo han actuado en estas semanas como vidriera de muchas de ellas. No es el propósito de esta nota hacer un reconto de estas situaciones.

Desde el arranque de la cuarentena no hay semana en la que no se produzca algún acontecimiento que nos invite a reflexionar sobre las injusticias que se viven en una de las ciudades más ricas del continente. Y ante cada caso lo que sin duda vamos a encontrar invariablemente es la matriz de una forma de pensar y construir el vínculo entre el Estado local y la sociedad que tantos años de gestión macrista han forjado. Una relación que sin duda también ha sido performativa de un tipo de subjetividad reflejada en la relación de miles de porteñas y porteños con la estatalidad. Sin embargo, esa capacidad que ha tenido el estado macrista no es absoluta. Eso se ve reflejado en la enorme cadena de solidaridad que ha emergido a la luz de la pandemia. Puso de manifiesto que existe una trama social activa, viva, sensible y comprometida. Se expresa tanto en aquellos trabajadores del Estado que ponen día a día el cuerpo como en quienes sostienen comedores, ollas populares, abren los clubes para que esas cosas ocurran. También en los que donan plata o alimentos, llevan comida caliente a quienes se encuentran en situación de calle, le tienden la mano a su vecino o vecina que por no poder abrir su comercio y muchos y variados etcéteras.

Y esa actitud generosa contrasta, para quien esté dispuesto a verlo, con una acción gubernamental de total desaprensión. Pareciera que en la filosofía que guía el accionar del gobierno de Larreta hay una vocación spenceriana de esperar en la meta a aquellos, aquellas y aquelles, que se hayan demostrado aptos para atravesar la dificultad extrema y con esos retazos de sociedad ver después qué se hace.

Esto indubitablemente contrasta con la actitud del Gobierno Nacional con respecto a la asistencia a les más castigados por la pandemia. Mientras el Estado Nacional ha destinado ingentes recursos a paliar los efectos de la catástrofe mediante distintos mecanismos (IFE; ATP, préstamos blandos, subsidios, etc), el gobierno porteño no ha tenido ni una sola medida similar. En general, cuando -muy forzado- llega con alguna solución es porque ya se le hace insostenible (tal como pasó en las villas). Además las medidas suelen ser  por demás escasas y de mala calidad, como en el caso del llamado «alivio fiscal», que significó la exención de dos meses de ABL a comercios que en algunos casos llevan cuatro meses cerrados. Y en los que no es así sus ventas no superan el 30% de las previas a la pandemia (datos de Fecoba).

Si es cierto aquello de que toda crisis representa una oportunidad, queda para quienes somos militantes del campo popular poder construir una amplia articulación que invite a soñar con una ciudad distinta. Una Ciudad con otras lógicas, con una práctica diferente, con valores más parecidos a los de la cooperación y la solidaridad, que a la lógica meritocrática que expresa el espíritu macrista.

En esa disputa de sentidos radica el centro de la batalla. Muchas veces (casi siempre en trece años) hemos actuado bajo el impulso de la indignación que produce reconocer que una parte de la sociedad porteña ha establecido una dialéctica de sentidos con el macrismo en la que uno ha modelado al otro y viceversa. El resultado no fue más que el reforzamiento de esa lógica que nos indigna.

La conformación del Frente de Todos sin duda constituyó también en la ciudad un paso gigantesco en la ruptura de esa dinámica. Pero es aún una tarea inconclusa. Ese frente debe ser para quienes vivimos y militamos en la ciudad una herramienta viva y dispuesta al diálogo y la articulación de todos aquellos que, aun sin tener plena conciencia de eso, construyen con su accionar una práctica distinta al individualismo propugnado por el macrismo/larretismo.  Articular a quienes sufren las consecuencias del modelo de exclusión urbana con quienes desde su práctica ofrecen modelos superadores es una tarea política ineludible para construir mayorías.

La cuarentena sin duda es un momento propicio para abrir las mentes y reflexionar sobre la importancia de habitar de manera diferente el planeta empezando por nuestros entornos más cercanos. También allí se nos abre la posibilidad de pensar una narrativa diferente para nuestra Ciudad, construirla en acto e invitar a nuestros vecinos y vecinas en ese camino. Pensar el barrio, los modos en los que nos transportamos, lo que comemos y cómo se produce, la huella ambiental que dejamos a nuestro paso, la relación con los otros, el valor del trabajo y el tiempo realmente necesario que debemos destinar al mismo. Pensar los usos del tiempo libre, el acceso a viviendas dignas y de calidad, los espacios de encuentro y esparcimiento y sus características. Esos tópicos y muchos otros deberían ser parte de la hoja de ruta que oriente nuestra acción e invite a nuestras vecinas y vecinos a recorrerla juntos y construir un Estado diferente para una ciudad maravillosa.