El 12° Festival Internacional Shaolin Wushu de Zhengzhou recibió durante seis días en la ciudad china de Dengfeng –en la prefectura de Zhengzhou, provincia de Henan, a unos 700 kilómetros de Beijing– a cientos de representantes de 65 países, todos maestros en artes marciales combinadas con danzas y destrezas acrobáticas. Lo significativo del evento, que se cerró el miércoles pasado, fue la extraordinaria cosecha de medallas de la delegación argentina, que demuestra una vez más la fuerte difusión de las disciplinas orientales en el país. Un total de 13 preseas –cuatro doradas, seis de plata y tres de bronce– que marcan un hito inédito para los cultores locales de la cultura Shaolin.

Menos un arte marcial que una filosofía para el cuerpo y la mente desarrollada durante quince siglos, el Shaolin tiene sin embargo en el Kung Fu una de sus expresiones más acabadas. Con el legendario Templo Shaolin –fundado en el año 495 por un monje llegado de la India, que se hizo mundialmente famoso en los años ’70 gracias a la serie de televisión protagonizada por David Carradine y que hoy es, con su «bosque de pagodas», Patrimonio de la Humanidad– como escenario, a los pies del monte Song, una de las cinco montañas sagradas del taoísmo, cientos de maestros de todo el planeta compitieron en diferentes categorías de Kung Fu y también de Taichi.

La práctica del «wushu» (traducible por «el arte del guerrero») o Shaolin Kung Fu es considerado uno de los tesoros culturales de la China, indiscernible de la esencia del budismo Zen. Una máxima del monje Shi De Yang, uno de sus exponentes actuales, resume el espíritu de la cultura Shaolin y ese milenario sincretismo que asocia una disciplina que incluye golpes, patadas y el uso de armas con el concepto de la no violencia: «Fortalece tu cuerpo por dentro y por fuera, fortalece tu mente y tu espíritu; sólo así desterrarás los miedos y sentirás calma, paz y armonía dentro de ti y, por lo tanto, hacia todos los que te rodean».

Imbuidos de ese espíritu compitieron los argentinos Miguel López Márquez, Eliana Núñez, Edgar Narváez y Javier Cuberos, los cuatro pertenecientes a la escuela «Shaolin Quan Fa Guan Argentina», que se dedica a la difusión de las artes marciales y la cultura china en cuatro sedes. En rigor, la etapa de entrenamiento de estos atletas comenzó el 1 de julio. Estuvieron cuatro meses practicando en el Lejano Oriente, principalmente Taichi estilo Chen con diferentes maestros locales y Shaolin Kung Fu en la escuela Ta Gou, la más grande de China, en inmediaciones del Monasterio Shaolin.

López Márquez obtuvo dos medallas de oro en Taichi «mano vacía» (o sea, sin armas) y Taichi Jian (con espada para una mano, recta, de doble filo y con mandoble ovalado), una de plata en Shaolin sin armas y otra de bronce en Shaolin con palo (una vara larga para impactar al enemigo que presenta como máximo desafío el ángulo del golpe). Narváez conquistó la presea dorada en Taichi con abanico (que originariamente era metálico y con filo, por lo que también entra dentro del grupo de las armas) y dos plateadas en Taichi y Shaolin «mano vacía». Cuberos y Núñez obtuvieron medallas de plata en sus categorías en Taichi con espada, y de bronce sin armas, y Cuberos sumó un segundo lugar en Shaolin Kung Fu. Además, los cuatro conformaron un equipo de competición en la categoría grupal con otros cuatro atletas de Cuba, Letonia, Laos y Zambia, obteniendo el oro.

«Uno siempre se sorprende y maravilla al competir en estos eventos, que son gigantescos, pero obviamente estos resultados tienen que ver con el trabajo que se viene haciendo en la Argentina, en particular el que llevan adelante nuestros maestros, Daniel Vera y Yamila Melillo, directores de la escuela Quan Fa Guan –explica el jiào liàn (es decir, «entrenador») López Márquez, que cumplió 30 años con las medallas al cuello–. En particular, el enfoque de nuestra escuela es más cultural que deportivo. De hecho, ahora empieza nuestra tarea, que es difundir y transmitir toda la experiencia recogida en el lugar donde se originó esta cultura».

También Eliana Núñez, de 36, médica especialista en nutrición clínica, rescata los meses de entrenamiento por encima de las medallas obtenidas: «Todo lo que trabajamos en mejorar nuestra técnica, la fuerza muscular, la flexibilidad y la coordinación, se vio reflejado durante el Festival, y a eso le sumamos una mayor comprensión de la cultura china, sus costumbres, su filosofía y sus formas de vida actual. Nos llevamos las medallas pero, sobre todo, un considerable crecimiento tanto personal como profesional». «