Marco Enríquez Ominami proviene de vertientes que fluctúan entre contradictorias y complementarias. Hijo del cofundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) Miguel Enríquez, nació pocos meses antes del golpe de 1973. Su padre fue asesinado un año más tarde y su madre, exiliada en París, se casó posteriormente con Carlos Ominami, que en 1990 sería el primer ministro de Economía posdictadura. Chileno por decisión, fue tres veces candidato a la presidencia y como partidario de la integración regional impulsó el grupo de Puebla. Algo que va a contracorriente de las élites que gobiernan en su país, como aclara ante Tiempo Argentino.

–Fuiste de los pocos que dijo que Chile iba a estallar.

–Andar diciendo lo que uno cree que va a ocurrir y que finalmente ocurra no es ningún orgullo, es demasiado dramático. No soy presidente del sindicato de políticos, pero creo que nadie vio esto ni fue capaz de prever la forma que esto adquiriría. No fueron los movimientos sindicales ni partidos políticos, esto es muy importante, o sea, no es la izquierda.

–¿No es un «que se vayan todos»?

–Hoy es más bien un claro desafío a Sebastián Piñera y a la desigualdad. No quisiera no estar empatizando con los compatriotas, pero cuando hablan de abusos, eso no es sinónimo en Chile de más derechos. Más bien es «me están cobrando muy caro». En un supermercado tú sientes que te están cobrando muy caro, eso es un abuso, no es «dénmelo gratis». Está detrás una concepción de «yo soy minoría de la minoría», y por eso creo que es un movimiento de consumidores furiosos. No lo digo con desprecio, es pueblo que sufre, clase media empobrecida que sufre, pero no está luchando por la educación pública gratuita. Chile es una de las economías más desiguales de América Latina en un continente que es el más desigual del mundo. Les dijeron a los chilenos que trabajar más significaba ganar más y que así entraban al paraíso. Y ahora están diciendo «quiero más ingresos para vivir en este paraíso que ustedes los ricos conocen». Quiero llegar ahí, no a otro lugar. Están mirando hacia un paraíso, el del 1% de la población.

–Es un paraíso capitalista.

–Exacto, y eso me parece que explica un poco el problema. El acceso al conocimiento, a la salud, está garantizado por el nivel de ingreso y por la herencia. ¿Cómo explicar que una parte de ese sueño se puede compartir si a la propiedad y/o la renta se le suben los impuestos? Impuestos, punto. Las repúblicas son lo que son por los impuestos. Es la manera de vivir juntos. Si no es con impuestos, no hay modo.

–Subir impuestos se ha convertido en mala palabra.

–El problema es que no estamos discutiendo impuestos. En eso Piñera tiene un problema, porque no habla de impuestos. Propone un plan por 1200 millones de dólares, pero 600 no están justificados, el resto son reasignaciones.

–Un logro que esgrimen los defensores del modelo es que redujo la pobreza.

–La pobreza se mide de muchas maneras, una es el consenso de la CEPAL de fines de los ’80, que estableció una canasta básica. Con el tiempo se agregaron factores multidimensionales: no sólo lo que se tiene o lo que se gana sino cuán cerca estás de un hospital, de lugares clave para tu bienestar. La edad de los hijos es un concepto de vulnerabilidad nuevo. La canasta básica en Argentina, o sea los productos mínimos para subsistir en la indigencia o en la pobreza, es más exigente. En Argentina tienes unos 20 productos en esa canasta básica, mientras que en Chile se toman en cuenta diez. De manera que una clase media de Chile podría ser pobre en Argentina. Se calcula que antes de la crisis ustedes tenían un 35% de pobreza y Chile entre el 8 y 11. Con la canasta básica de ustedes, Chile probablemente tendría 35% de pobreza.

–Te escuché decir que Chile fue el mejor alumno de la escuela de Chicago y el peor compañero de la región.

–Estoy convencido de que Chile nunca quiso integrarse por una decisión de las élites políticas. Entre otras razones, porque para una economía pequeña como la nuestra, en los ’90, era urgente salir de altas tasas de pobreza y entrar a la democracia plena. Había dos caminos: o esperaba lo que se articulaba con Brasil y Argentina, que tenían sus propios problemas, o saltaba a Asia. Chile dice «soy un jaguar», salta hacia el Asia y abre su economía de una manera alucinante. Hay más de 50 tratados de libre comercio. Alrededor del 90% de los productos de exportación chilenos tienen tasas de arancel cero. Todos productos primarios. Otro concepto es que somos una buena casa en un mal barrio. Que los chilenos nacimos por desgracia al lado de los argentinos, los bolivianos y los peruanos. Nuestros mejores amigos son los salmones, que son encantadores, higiénicos, se reproducen en el mar, no hacen ruido. La vecindad de Chile es con los salmones. La fuga de la élite a la integración es cultural. ¿Cómo se te ocurre que vamos a tener energía con los argentinos que «son poco serios»; que vamos a comprar gas a Bolivia, que «quiere nuestro mar»; que vamos a estar con los peruanos, que «nos detestan y son tan desordenados»? Pero el modelo de desarrollo de Chile es agroexportador agresivo de tres productos: cobre, salmón y madera. Si Chile quiere vender más necesita agua y también energía, que tienen Argentina y Bolivia, y que China construya más ciudades. Además, Chile no tiene fundiciones de cobre, que sí tiene Perú. Yo creo que ahora la autoestima de la élite chilena está muy golpeada. Se acaban los conferencistas chilenos. Quiero ver ahora al hermano del presidente Piñera, creador de las AFP. Quiero ver ahora en Londres y Washington a quién van a invitar a explicar qué. ¿Que nadie vio venir esto?

El grupo de Puebla y la educación

«El de Puebla es un grupo de líderes que representan sus pasaportes, sus miedos, sus certezas, sus convicciones personales, no a partidos. Son 32 lideres de diez países que se reúnen cada tres meses para conjugar dos verbos: pensar y articular. Alberto Fernández es uno de los fundadores, en conversaciones con él es que surgió este proyecto. Aloizio Mercadante, uno de los fundadores del PT, es otro. La primera reunión fue en México por el triunfo de Andrés Manuel López Obrador», detalla Ominami.

–¿Qué piensan para América Latina?

Acordamos buscar respuesta a antiguos problemas, confrontar a la derecha en sus debilidades, pronunciarnos sobre el valor de la democracia participativa como principio ordenador y la autodeterminación de los pueblos. La economía nos pareció uno de los grandes desafíos. América Latina es el peor alumno del planeta: es el continente con mayor desigualdad, mayor violencia y baja productividad. Se hicieron algunas cosas, pero no se hicieron bien. La productividad es de las más bajas del mundo, y un problema del que el progresismo debe hablar. Yo creo que nuestra principal derrota no es en la economía sino en la educación. Porque ahí fue donde más se nos metieron los economistas neoliberales, donde más intervinieron. Lograron transformar la educación en un mercado. La economía es subsidiaria de la educación, no al revés. La economía debe estar al servicio de la educación.