Hay una convocatoria de la Selección argentina sin Lionel Messi y no hay conmoción. No hay banderazo en el Obelisco. No hay hashtag #NoTeVayasLio. No hay famosos pidiendo por él en Twitter. Lo que hay es un acuerdo tácito entre Messi y el fútbol argentino, con sus hinchas, con su prensa, con sus influencers, con sus colegas y entrenadores, la clase de contrato que no hace falta firmar, que Messi tiene que descansar de la Selección, tomar distancia, mirar de lejos. La letra chica de ese acuerdo silencioso dice que va a volver. A unque no sepa cuándo.

El estado del arte actual es muy distinto al que se vivía hace dos años, cuando recién bañado, a la salida del vestuario del MetLife de Nueva Jersey, Messi anunció que se terminaba la Selección para él. «Ya está», dijo, «ya lo intenté mucho». La Argentina acababa de perder su segunda final consecutiva de Copa América con Chile. Las dos por penales. El trauma parecía todavía mayor cuando se sumaba la final del Mundial de Brasil. Y encima Messi anunciaba que se iba. Esa renuncia nunca se concretó, pero una histeria colectiva se adueñó de la Argentina futbolera. Se jugaban las eliminatorias para Rusia 2018, que el salvador no nos abandone justo ahora.

El desquicio de entonces tuvo consecuencias en el último Mundial. Lo que quedó de los días en Bronnitsy es que se requiere de una renovación urgente, pero también obligada por asuntos generacionales. Para los amistosos de septiembre, Lionel Scaloni, un entrenador interino, acompañado por Pablo Aimar, armó una lista esta semana que contiene a viejos reclamos como Mauro Icardi, nuevos pedidos como Lautaro Martínez y Santiago Ascácibar, apuestas como Leonel Di Plácido y, más allá de lo que obligaba el contrato, hay continuidades de Rusia que parecen lógicas, como Giovani Lo Celso o Maximiliano Meza.

Es un primer paso transitorio. Scaloni, se supone, dejará el cargo en diciembre. Claudio Tapia entiende que puede convencer a Mauricio Pochettino, tan cómodo en el Tottenham. Deberá controlar otras cuestiones: su política de declaraciones, por la que días atrás tuvo hasta que responderle Pep Guardiola, y, aunque se le escape esa parte, las acciones de su vicepresidente, Daniel Angelici, que terminó en Barcelona cantando como un barrabrava que quiere «una gallina matar». ¿Quién quisiera subirse a ese tren?

Con su lista, Scaloni deja sembrado el campo para el entrenador que viene. El desafío es construir una Selección que no dependa de Messi, pero a la que Messi pueda acoplarse. «Una vez que fijemos el camino para la Selección argentina, empecemos a jugar. Y que el chico llame un día al técnico y le diga ‘yo quiero jugar en esta selección'», resumió esta semana Oscar Ruggeri en el programa 90 Minutos que se emite por Fox Sports. No está mal: primero la idea, el camino, todo lo que no se estableció acá.

Si en 2016 el discurso de que Messi no juegue más en la Selección estaba vinculado a quienes le reclamaban porque no cantaba el himno, a los que se atrevían a llamarlo pecho frío, ahora lo que predomina es un espíritu de cuidado. Tomémonos un tiempo, Leo. Descansá y después nos vemos. Messi todavía no habló, pero parece estar de acuerdo. Y hasta los que lo quieren bien, los que quisieran verlo jugar, entienden que es un momento para frenar. Para tomar fuerzas. Para que la Selección también se demuestre que puede construir un plan colectivo, sin necesidad de mesías, una renovación que no dependa de salvadores, una idea que potencie jugadores. Y que un día también lo tenga a Messi. «