Trece años después de sufrir el derrocamiento en 1955, Juan Domingo Perón reconoció cruda y duramente lo que él mismo consideró un “grave error”: no haber “aniquilado” el levantamiento militar contra su gobierno que terminó su destitución el 16 de septiembre de 1955.

Corría 1968, Perón vivía su exilio en la quinta 17 de Octubre, en el barrio madrileño de Puerta de Hierro. Desde allí seguía los vaivenes de la política argentina, trataba de reordenar al Partido Justicialista, proscripto pero no desintegrado, y quizás hasta planeaba el momento preciso para volver al país.

En una entrevista concedida a Pino Solanas y a Octavio Getino, para lo que terminó siendo la película La hora de los hornos, Perón contestó terminantemente a la pregunta sobre la valoración autocrítica de su accionar histórico frente al golpe de Estado de 1955 que terminó con su gobierno. Esto decía: “Yo debí haber decretado la movilización, comenzar por fusilar a todos los generales rebeldes y a todos los jefes y oficiales que estaban en la traición, y dominar esa revolución violentamente como violentamente nos querían arrojar del poder”. 

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