El empleo registrado privado cae en la Argentina. Se trata de un fenómeno que manifiesta serios problemas sobre la realidad del mercado del trabajo del país y plantea grandes desafíos para el futuro.

De acuerdo con un reciente estudio de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET), a mayo pasado (último dato oficial conocido) «el número de trabajadores formales privados por 100 mil habitantes en el país se redujo 2,7% desde noviembre de 2015, producto del pobre nivel de creación de empleo registrado. Mientras que en ese lapso la población creció un 3,1%, el empleo registrado privado solo lo hizo en 0,3%, un virtual estancamiento».

El empleo registrado es considerado por los expertos como el de mayor calidad dentro del universo de la actividad privada. A diferencia del empleo no registrado, del autónomo y del monotributista, integra al trabajador a la seguridad social y a los beneficios de la legislación laboral. Esto es, a contar en el futuro con una jubilación y en el presente con cobertura de salud, vacaciones pagas, aguinaldo, indemnización por despido y cualquier otro beneficio que se aplique por la existencia de los convenios laborales, como la discusión salarial vía paritarias.

Por otro lado, la relación entre la cantidad de empleos registrados privados y la población permite establecer si el empleo crece tan rápido como la población. Es como en la carrera entre salario e inflación: entre un año y otro, una persona puede recibir un sueldo mayor, pero si esa suba es menor que la inflación, en realidad su sueldo será más bajo.

El informe de UMET agrega que «esto impacta en la participación del sector formal en la economía. Como consecuencia del magro desempeño del empleo registrado, la participación de los trabajadores formales privados dentro de la población es cada vez menor».

El estudio observa que «cabe señalar que, como consecuencia de la crisis económica, estos números se profundizarán en los próximos meses dado que estos datos son previos al impacto de la corrida cambiaria».

Además, el estudio de la UMET indica que «la disminución del empleo formal en el total del país es un fenómeno generalizado: cada una de las cinco regiones muestran en el mes de mayo de 2018 un número de trabajadores formales privados per cápita menor al que tenían en noviembre de 2015».

Según el estudio, la región en la que más cayó el empleo formal entre noviembre de 2015 y mayo de 2018 es la Patagónica, con un descenso del 10,1 por ciento. Le sigue Cuyo, con una pérdida del 3,9%; el NEA, con 2,7%; la región Pampeana, con una caída del 2%; y por último, el NOA, que con un descenso del 1,5% es la región que menos empleo formal privado perdió en estos dos años y medio.

Números

Otro estudio corrobora el análisis de la UMET. De acuerdo con una estimación realizada por el Observatorio del Derecho Social (ODS), que funciona en el ámbito de la CTA Autónoma, a mayo pasado se registraban 14.109,6 trabajadores registrados en el sector privado por cada 100 mil habitantes. Hay que remontarse a septiembre de 2010 para encontrar una relación similar tan baja.

El pico de la relación entre trabajadores registrados en el sector privado y la población fue, según el estudio del ODS, en noviembre de 2011, cuando alcanzó a 14.662,3. Desde ese momento, el descenso es permanente.

«El empleo registrado es una de las formas ocupacionales más afectadas del mercado del trabajo», dijo Luis Campos, del ODS. Dentro del mercado de trabajo, los sectores más dinámicos de los últimos dos años y medio son los de los trabajadores por cuenta propia y los no registrados.

Desde su asunción, pero con énfasis a partir de fines de 2016, el gobierno por medio del ministro de Trabajo, Jorge Triaca, trata de imponer la idea de que el empleo registrado crece y que se trata de empleo de calidad. Sin embargo, los datos demuestran lo contrario. Mientras que el empleo registrado privado cae, el que sube es el monotributo, además del monotributo social, propio de trabajadores precarizados y receptores de ayuda estatal. A mayo pasado, el empleo vía monotributo creció un 2,8% interanual, mientras que el empleo privado registrado lo hizo en un 0,8 por ciento.

El empleo vía monotributo puede ser sinónimo de «emprendedurismo», como gusta decir a Cambiemos. Pero en la Argentina está íntimamente vinculado a precarización laboral.

Un vistazo sobre ciertos empleos une ambas cosas, tanto el planteo embellecedor del gobierno como la precarización laboral. Es la situación que se genera a partir del surgimiento de la economía digital, en la que la relación entre el empleador y el empleado pasa por un teléfono inteligente y una aplicación.

El gobierno, las empresas y un sector del derecho laboral defienden la idea de que quienes trabajan para Uber, Glovo o Rappi son «independientes», es decir, trabajadores autónomos que, por su nivel de ingresos, deben figurar como monotributistas. Las experiencias, sin embargo dicen otra cosa (ver recuadros).

Para Campos, del ODS, «no hay duda de que se trata de una relación laboral de dependencia. La empresa que maneja la plataforma tiene el control del proceso productivo; tiene el control del precio del servicio. El trabajador, por su parte, tiene condicionantes que no puede evitar y que le son impuestos por la empresa que domina la plataforma. De hecho, pueden ser sancionados y así no se llame de ese modo, la sanción tiene el mismo efecto».

Campos observó que la legislación actual no es óptima para dar cuenta de estas nuevas modalidades de empleo. «Pero es incorrecto decir que, como no están contempladas en la ley de trabajo, no constituyen una relación laboral. Es al revés, como son una relación pero no están contempladas, hay que reformar la legislación laboral.»

En rigor, las modalidades laborales digitales son muy similares al trabajo a destajo, en el que el trabajador está sujeto al ritmo de trabajo diario que le proporciona el dueño de la mercadería. No hay diferencia si ese ritmo se impone de manera presencial o a través de una aplicación vía un teléfono inteligente.

Con todo, el debate no es sólo en la Argentina. En varios países de Europa y en Estados Unidos se discute acerca de la pérdida de puestos de trabajo de calidad, los formales registrados, y que son reemplazados por estos otros, precarios y sin una carrera profesional o técnica a la vista.

«Es muy complicado que un trabajador industrial, con un oficio, se transforme en un emprendedor o en un prestador de servicios. La verdad es que si se cae el empleo formal, sólo queda el cuentapropismo, es decir, las changas. y eso incluye el trabajo en la construcción», señaló Campos.

La simplificación de la estructura productiva, la reprimarización de la producción, están en la base de la caída del empleo formal privado. Se trata de una política que, con su más y sus menos, se aplica en el país y profundiza su incapacidad para desarrollar todo su potencial económico y social. Así, se repite una historia que no propone una salida positiva para los trabajadores.«

Caso Glovo: por $ 6000

Sebastián A. tiene 25 años y es cajero de un mayorista, en relación de dependencia, pero reconoce que no llega a fin de mes. Vive solo, en La Matanza, y no tiene hijos. Conoció la aplicación Glovo mirando videos de YouTube y, después de investigar un poco, pensó que era una buena manera de complementar sus ingresos.
Glovo y su competidora, Rappi, desembarcaron en mayo. Son dos plataformas de comercio electrónico, una de origen español, la otra colombiana, que funcionan a través de aplicaciones en el celular. Básicamente, los usuarios piden cualquier cosa y los «glovers» o «rappitenderos» se encargan de conseguirla y llevarla hasta su casa.
El sistema es simple: el trabajador pone su bicicleta, moto o auto. La empresa les da la ropa (bastante llamativa, por cierto) y un cajón térmico, que luego les descontará de sus primeros ingresos. Estos cadetes, jóvenes en su gran mayoría, cobran 32 pesos de base por pedido, 10 pesos por kilómetro recorrido y otros 2 pesos por cada minuto que permanecen en el interior del ocasional negocio.
Sebastián trabaja en Capital, de viernes a domingo, entre tres y cuatro horas por día. Sus jornadas terminan a la medianoche. Calcula que podrá sacar unos $ 6000 al mes, pero sabe que si a su moto Rouser NS 200 o a él les pasara algo en la calle, trabajando, la empresa no se hará responsable de nada: no hay ART ni cargas sociales, antigüedad o aguinaldos. De hecho, el trato cara a cara con la empresa es casi nulo: apenas una charla preparatoria. Al otro día de ese entrenamiento, los jóvenes están listos para empezar a trabajar. La aplicación y un chat de soporte técnico constante hacen el resto. Los requisitos para ser parte del equipo son: tener el monotributo al día, el certificado de antecedentes penales y un número de CBU.
«Glovo está creciendo. Se ve que están invirtiendo en marketing y la app se hace más famosa», opina Sebastián. Pero como ocurre con todas estas nuevas aplicaciones, los cadetes cobran más si trabajan en horarios nocturnos, fines de semana, feriados o si llueve.

El caso de Uber: «Es mentira que uno es su propio jefe»

Las historias de Nicolás P., de 33 años, y Hernán L., de 35, son similares. Ambos son testigos, pero sobre todo protagonistas, de cómo se precarizó el trabajo en la Argentina. Un año y medio atrás, a Nicolás lo echaron del laboratorio en el que trabajaba. Hernán logró acogerse a un retiro voluntario que en realidad sólo le sirvió para que le pagaran los meses que le debían en el canal 360 TV.
Nicolás tiene un hijo. Hernán, una hija. La necesidad poco entiende si las oportunidades que se presentan son precarias o no. Los dos hallaron en Uber una salida a su situación económica. Con mínimos requisitos, comenzaron a ser parte del plantel de la app que hizo ingreso al país rompiendo con los precios que manejaban los taxis, cuyos choferes le declararon la guerra ante la esquiva mirada de las autoridades.
«Hace once meses que estoy con esto. Es mi trabajo principal y lo voy combinando con viajes privados. Hice una relación con una agencia de turismo del interior de la provincia que me los va pasando. Y como tengo una Kangoo, voy al aeropuerto y salen también algunos minifletes», cuenta Nicolás, quien asume que Uber creció a nivel mundial en base a la «mala reputación de los taxistas. La aplicación se desarrolló alrededor de esa idea. Los usuarios se sienten más seguros. Debería haber un máximo de horas para trabajar, porque esto no deja de ser alienante e implica un riesgo para todos».
Hernán asegura que un año y medio atrás, Uber rendía mucho más. Su área de trabajo es el oeste del Conurbano. «En mi caso tengo varias entradas. Llegué a vender chancletas en verano y pantuflas en invierno. Ahora, esporádicamente estoy editando videos de 15 o casamientos y sólo uso Uber en ocasiones especiales, cuando sé que va a valer la pena», dice. Se refiere a la «tarifa dinámica» que la app propone para días feriados, fines de semana u horarios nocturnos, cuando las ganancias pueden multiplicarse. Pero esta franja es cada vez menor, ya que «hay muchos más ubers que antes, por lo que a veces trabajás apenas para irte hecho».
Ambos creen que Uber llegó para quedarse. Coinciden también en la precarización que instala en términos laborales: «Es mentira eso de que uno es su propio jefe. El jefe acá es la situación económica. Esto sólo puede ser un paliativo, un laburo de transición en este momento del país».