El gaucho es el emblema central de la argentinidad. Su figura, sin embargo, ha sido objeto de apropiación de todas las corrientes políticas: desde los anarquistas de finales del siglo XIX que leían una proclama antiestatal en su enfrentamiento con la ley cuchillo en mano, hasta la Sociedad Rural en su última cruzada contra los veganos. Pero quizás ningún movimiento lo invocó tanto como el peronismo, que desde la primera campaña presidencial de Perón hizo uso de su simbología y reivindicó su carácter mestizo y popular. Sin embargo al día de hoy ese emblema sigue estando en disputa y, quizás por eso, refleja mejor que ningún otro la cualidad identitaria de los argentinos y las argentinas.

“En general los procesos de construcción de naciones han descansado en una visión de ‘nosotros’ compartida. En algunos casos hubo luchas entre visiones opuestas y una terminó predominando. Hubo casos en los cuales ese predominio no terminó de barrer del todo ciertas visiones alternativas que siguieron existiendo en los márgenes de la nación entre grupos minoritarios. Y hay pocos casos en los cuales no hubo una visión dominante. Y entonces lo que hay es una puja irresuelta entre visiones contrapuestas. Argentina es uno de esos casos”, explica Ezequiel Adamovsky, doctor en Historia y autor de El gaucho indómito (Siglo XXI editores), un libro en el que analiza “el emblema imposible de una nación desgarrada”. Los motivos, cuenta en diálogo con Tiempo, tienen que ver con la incapacidad de las élites por cerrar su sentido pero, sobre todo, “con su relación con las clases subalternas que en este país desde los tiempos de la independencia hasta la actualidad han tenido un protagonismo político de primer orden y que desafió el poder de las élites”.

-¿Cuándo «el gaucho» se transforma en símbolo?

-El gaucho se configura como emblema popular anti-oligárquico en las últimas décadas del siglo XIX. Pero el primer momento en que las élites intelectuales lo proponen como emblema nacional es con Leopoldo Lugones en su conferencia de 1913. Pero ahí ya es un hecho consumado, el gaucho ya era una figura central e insoslayable entre las clases populares. Entonces lo que trata Lugones es de acomodarlo mejor a un culto nacionalista y estatal. Incluso hay debates entre los intelectuales sobre cuál de las figuras de gaucho es la más apropiada para instaurar ese culto. Y aun así la propuesta es recibida con frialdad. No convence inmediatamente y más bien sus colegas son escépticos.

-¿Cómo se manifiesta esa disputa por la apropiación de su figura?

-El tema no pasa solo por encontrar en ella lo que cada quien busca. Sino que el gaucho fue pilar de la formulación de una visión del nosotros que entra en antagonismo con la que proponen las elites. Y eso se ve en dos aspectos. Por un lado permitió reponer en el debate público la heterogeneidad étnica del pueblo argentino (la presencia de morenos, negros, mestizos) cuando las élites proponían que era blanco y europeo. Y por otro también en la reconstrucción de las memorias del pasado. Porque la historia oficial se construyó a partir de un relato muy porteño-céntrico en el cual el interior tenía un atraso que había que remontar y los caudillos del interior eran figuras de la barbarie y la desorganización. Pero el criollismo popular desde muy temprano reivindicó a los caudillos y, sobre todo, al gaucho montonero. Por eso en torno a la figura del gaucho giraban figuras más complicadas y hasta subversivas para las élites.

-¿Y que lugar tiene hoy esa figura?

-Tiene un lugar mucho menor del que tenía hasta mediados del siglo XX pero sigue teniendo peso y la misma ambivalencia de entonces. Por ejemplo puede ser apropiada por las patronales rurales como lo hizo en 2008 durante el conflicto por las retenciones al campo o por la Sociedad Rural en el episodio reciente de represión a un grupo de veganos.

-¿La izquierda también entró en esa disputa?

Claro. La primera apropiación política de la figura del gaucho es de los anarquistas a finales del siglo XIX que, con justa razón, encuentran en el gaucho rebelde una figura antiestatal perfecta para su discurso y en el que se queja de los alambrados una figura anticapitalista. Así que era fácil usarlo para ellos. A principios del siglo XX también los comunistas lo retoman. Pero sucedió que a medida que el Estado construyó el culto al gaucho en los ’30 y luego el peronismo retomó esa figura como propia la izquierda la abandonó.

-¿Y qué lugar le dio al gaucho el peronismo?

-Perón decía en su campaña del ’46 que su movimiento era de reivindicación del criollo postergado. Y todo su aparato propagandístico jugó mucho con los motivos y temas del criollismo popular. A él le gustaba citar al Martín Fierro en sus discursos y se planteaba como la promesa de negociación entre lo criollo y el Estado que él quería encarnar. Podría haber producido una síntesis política superadora y una visión de nosotros unificada, pero el golpe del ’55 lo desalojó del poder y el país entró en una historia de oposiciones y un nuevo ciclo de violencia. Luego de él, otros peronismos lo volvieron a intentar incluso de maneras opuestas las veces que estuvieron en el poder. Sucedió con Menem y con los Kirchner más recientemente. Pero hasta ahora no ninguno ha logrado sintetizar su figura. «

La China Iron y la caída del patriarcado

“Todo el criollismo popular es una empresa eminentemente masculina: los escritores son varones y los héroes también. Las mujeres no tienen voz en la historia del gaucho. Y la literatura gauchesca contribuyó a formar nociones de masculinidad asociada a lo plebeyo pero también a la violencia, el coraje, la fuerza física y la rebeldía. En ese sentido como producto cultural tiene un contenido patriarcal muy evidente”, reflexiona Adamovsky.

Sin embargo, plantea, ese contenido subversivo es tan potente que puede también habilitar rebeldías incluidas las de género. “Si tuviera que señalar apropiaciones del criollismo quizás la más radicalizada que conozco es Las aventuras de la china Iron de Gabriela Cabezón Cámara, que retoma las historias de Martín Fierro desde el punto de vista de la china y produce una obra de un contenido político con una crítica al orden social tan profunda en todas sus facetas que es realmente sorprendente. Y lo hace retomando una tradición, esa voz rebelde del gaucho apropiado por la china que hasta ahora era muda”.