Alberto Fernández está en la génesis misma del kirchnerismo. Fue el enlace entre los miembros del Grupo Calafate, la agrupación fundacional del proyecto presidencial de Néstor Kirchner cuando el peronismo empezaba a pensarse como alternativa a una eventual presidencia de Fernando de la Rúa, y en el acuerdo con Eduardo Duhalde que llevó al santacruceño a la postulación presidencial. También estuvo para hacer explícitas sus diferencias con el matrimonio en la crisis derivada de la Resolución 125, lo que incluyó su partida de la Jefatura de Gabinete que detentaba desde 2003. Y regresó hace poco más de un año para recomponer el vínculo con Cristina Fernández, contribuir a su ¿reconversión? y acompañar la estrategia que ayer lo terminó convirtiendo en el precandidato presidencial de un gran frente opositor al macrismo.

Con 60 años recién cumplidos, el abogado y profesor de Derecho Penal de la Universidad de Buenos Aires podría haberse recostado en la decisión que adoptó en 2008, cuando dejó el gobierno, montó una consultora y regresó a dar clases en la Facultad de Derecho. Pero como el armador político ecléctico que siempre fue, encontró en el regreso del neoliberalismo al poder el contexto ideal para retomar una vieja práctica, tal vez un viejo «ideal»: el de articular dentro del peronismo a quienes hasta hace meses nomás –y en la derrota política– si se encontraban en la calle, cruzaban de vereda. Su especialidad.

La primera reacción de quienes ejercerán de opositores a su postulación fue instalar la idea de que Alberto Fernández será un títere de «la jefa». El meme «Alberto presidenta» que circulaba ayer a velocidad de la luz en las redes sociales peca de ingenuidad, reduccionismo o negacionismo histórico. No es aplicable a un dirigente que supo tejer hilos, recomponer un vínculo roto con la líder que ahora lo secundará en la fórmula, que hizo de su estilo dialoguista –cuestionado duramente desde el riñón K– una virtud para la etapa que se avecina, y hasta asumió una impensada defensa pública de la expresidenta, reconociéndola como víctima de una persecución política.

El anecdotario aporta información para ser tenida en cuenta. En 2007, cuando se decidió que sería Cristina y no Néstor Kirchner quien disputaría el segundo mandato presidencial, la hoy senadora puso como condición la continuidad de Alberto como jefe de Gabinete. Un año más tarde, tras el mal llamado «conflicto con el campo», el  hombre era corrido (o se corría voluntariamente, según su relato) de la función, entre otros motivos que reflejaban los medios de la época, por reunirse con el entonces vicepresidente Julio Cobos, y presuntamente representar los intereses del Grupo Clarín. Su rol fue cubierto por Sergio Massa. El tigrense, que en 2009 le asestaría una dura derrota al mismísimo Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires, nunca pudo establecer con Cristina el vínculo de intimidad y confianza que había alimentado su antecesor. A diferencia de Fernández, convirtió su distanciamiento del kirchnerismo en una rivalidad electoral que persiste hasta el día de hoy.

Los funcionarios que asestaron el golpe de la ausencia del anterior estratega detrás de la conducción político presidencial repetían con nostalgia: «Era el único capaz de decirles lo que pensaba a los Kirchner».

De regreso

Los ciclos históricos no son trasladables en el tiempo, pero algunas prácticas se recuestan en experiencias anteriores para reformularse. El mismo Alberto Fernández que en 1998 coordinaba para Kirchner el Grupo Calafate sin imaginar que unos años después recalaría en la Casa Rosada con un puesto estratégico, construyó a mediados de 2018 una versión juvenil de aquella usina de pensamiento, aggiornada a la agenda que viene marcando el comienzo del siglo XXI. El Grupo Callao, que debe su nombre a la avenida en la que está situado el bar Los Galgos, donde suelen reunirse sus integrantes, podría ser el semillero de una eventual presidencia de AF. Lo integran los politólogos Camila García, Natalia De Sio y Santiago Cafiero, el abogado Guillermo Justo Chaves, los economistas Cecilia Todesca Bocco y Fernando Peirano y la contadora Victoria Tolosa Paz, concejal de Unidad Ciudadana en la Plata, entre otros.

Desde ese espacio, Fernández fogoneó el discurso de unidad con el que desde hoy mismo arranca un capítulo crucial de su historia política y personal. «