En un sobrevuelo superficial, sin ninguna pretensión académica, la idea de la proyección en psicología es una reacción por la cual el sujeto atribuye a otras personas sus defectos, carencias, miedos. En el plano de la política la utilización de la proyección es mucho menos inocente. No es una reacción del inconsciente de un grupo de dirigentes sino una construcción premeditada detrás de un objetivo. 

Los referentes de Juntos por el Cambio viven agitando el fantasma del drama venezolano. Su verdadero objetivo es reproducir aspectos de ese drama en la Argentina, en ningún momento evitarlo.

El complejo proceso político de Venezuela amerita no varias notas sino varios libros. Es tan rico como transformador y dramático. En este caso se hará una breve referencia a ciertos aspectos.

Desde el surgimiento del chavismo, a fines de los ’90, la derecha venezolana apostó a la salida autoritaria para la reconquista del poder. Un punto de inflexión fue el fallido golpe de Estado que dio en abril de 2002. Esos días fueron sellados por una frase de Hugo Chávez. La dijo luego de haber estado preso y haber sido liberado ante la fractura del ejército. Con su tono  caribeño afirmó: “Nunca hubo, en los 5 continentes, un proceso tan claro de contra y luego contra-contra revolución”.

El fracaso del golpe implicó la consolidación del chavismo. Terminó sirviendo para identificar a los sectores de las fuerzas armadas que había que purgar para proteger la democracia. 

El recorrido por las decenas de elecciones que Chávez ganó, sumando consultas populares, elecciones parlamentarias y presidenciales, amerita, como se dijo,  varios libros. Un salto temporal: fines del 2015. El chavismo perdió las elecciones de medio término. El comandante ya había fallecido. Nicolás Maduro era el presidente. No tiene sentido negar, por más simpatía que se tenga por el proceso que inició Chávez, que hubo un giro autoritario. Luego de esas elecciones, la derecha, cuando no, dijo que el gobierno no duraría ni seis meses más. Querían empujar un impeachment como el que le hicieron a Dilma Rouseff en Brasil.  Y el chavismo, que siempre había basado su poder y la respuesta a los proyectos autoritarios de la derecha en el voto popular, comenzó a explorar otros caminos. Se formó la famosa Asamblea Constituyente permanente, que está por encima del Congreso. Allí el chavismo tiene garantizada la mayoría porque la mitad de las bancas son para organizaciones sociales que son todas chavistas.

La derecha siguió con sus mecanismos de siempre. Y es aquí donde se olfatea la estrategia que desplegó Juntos por el Cambio ayer en el Congreso y en declaraciones a los medios. La delirante y peligrosa Elisa Carrió retomó su clásico estilo surrealista (si no le hiciera tanto daño a la democracia podría ser risueño). Dijo que denunciaría a Sergio Massa por “traición a la patria”. Lilita anda por la vida con una denuncia altisonante y un salamín bajo el brazo.

Luego, las reminiscencias a Venezuela siguieron en los discursos en la Cámara de varios diputados de Juntos por el Cambio. Hubo acusaciones de todo tipo y promesas de recurrir a los tribunales, como en otras épocas se recurría a los cuarteles.

Y es aquí donde aparece la verdadera estrategia copiando a Venezuela: la idea del vacío de poder, de quitarle legitimidad al gobierno. Fue utilizada, guionada por Estados Unidos, en Libia, en Siria, en Ucrania. Y por supuesto en Venezuela. El punto máximo, que rozó la tragedia y el ridículo, fue cuando el joven Juan Guiadó se declaró presidente legítimo de Venezuela en una plaza llena de opositores. Hasta ahora la estrategia fracasó. El chavismo sigue en el poder.

Por supuesto que en Argentina, por ahora,  es casi imposible pensar en algo así. Sin embargo, lo que sí quedó claro ayer en el Congreso es el tipo de acción y de guión que determina los pasos de Cambiemos. Es la melodía que se escribe en la embajada americana, una proyección sobre Venezuela que en realidad es un deseo.