Jorge Sampaoli dice que no prosperó el proyecto y lo único que sobrevuela a la sala de conferencias es la idea de un final. Sampaoli es en ese momento un entrenador en despedida, entregado, sólo con ganas de repetir que es el responsable de todo lo que sucede con la selección. La incertidumbre se mantiene hasta una repregunta, cuando Sampaoli aclara que lo que quiso decir fue que no prosperó el plan -el proyecto- contra Croacia. Se había entendido otra cosa, se lo había entendido renunciante al Mundial, sin el cálculo de que todavía queda un lanzamiento para llegar a octavos, para superar una barrera estigmatizante, la fase de grupos.

Ocurre que las respuestas a veces son laberínticas, como sus decisiones. El técnico complejiza los conceptos, los alimenta de palabras, establece un ideario, buenas intenciones que no estarían nada mal si esa complejidad se hiciera materia en la cancha. No sólo no sucedió todavía sino que a eso Sampaoli le agregó un año a la velocidad de una moto. En trece partidos con el equipo dispuso de trece formaciones distintas, hizo ochenta y un cambios entre equipos, convocó a cincuenta y nueve jugadores, treinta y siete fueron titulares, cuarenta y ocho al menos jugaron algunos minutos.

Sampaoli montó un laboratorio con la selección, sobre la que le volcó sus obsesiones, sus pruebas, sus exámenes de madrugada, sus viajes, sus excursiones a la cancha, todo en una hoja de cálculo mental actualizada minuto a minuto. En eso también consiste su trabajo. Pero las pruebas lo contradijeron. Se vio en la cancha lo que Sampaoli decía que no era. Entregó el comando a Lionel Messi, se ató a lo que sus gestos le indicaran. Pero lo vio sin convencimiento, queriéndose soltar cada tanto. Ni parecía nunca Sampaoli convencido, ni lo pareció Messi. Sampaoli dijo que el mediocentro define a un equipo, pero debutó en un Mundial con la Argentina con dos volantes de marca. Sugirió que Paulo Dybala no podía estar en el equipo, pero luego lo llevó al Mundial; lo consideró como una opción a Messi pero terminó ubicándolo junto a Messi.

Lo que pudo ser un acto de pragmatismo -acomodar sus ideas a las necesidades de los jugadores- terminó por convertirse en una ruptura con él mismo. Nahuel Guzmán iba a ser su arquero, pero lo dejó en el camino y si volvió fue por la caída de Sergio Romero. Bajó la palanca de la línea de tres porque los jugadores no se acomodaban, no la querían. Jugó un año con línea de cuatro, pero la desarmó justo en el partido más decisivo. Se enamoró de jugadores que luego corrió porque algo vio que no le gustó en alguna práctica. Practicó esquemas y nombres que desarmó sobre la hora. La estadía hasta acá fue un hilo de renunciamientos que hicieron de la selección un equipo chirle, mediano, amorfo. La primera derrota de Sampaoli fue no respetarse. Se creía que frente a Croacia podía mostrar lo que él quería, hacer valer su plan. Pero ya era tarde, le había dado demasiadas vueltas al asunto. Resignar posiciones puede ser una posibilidad, aniquilarlas te deja sin opción.

La crítica, tantas veces despiadada, desconoce lo que ven los entrenadores. Ellos tienen el mapa general desplegado sobre la mesa. Sampaoli debe haber reunido elementos que no todos poseen para tomar sus decisiones. La convivencia le debe haber entregado datos que no están en la superficie. Sólo eso podría explicar que jugadores que tenían su favoritismo, que eran de su gusto, como Giovani Lo Celso, hayan quedado relegados al subsuelo de terminar los partidos en el banco de suplentes. Creerlo un técnico insuficiente, falto de conocimiento, es simplificar el asunto, desconocer un recorrido previo. No señalar la línea de errores que lo trajo hasta acá es ser demasiado indulgente. Sampaoli entrega todas las señales de que la situación lo sobrepasó.

Como manda la confusión, ya no está claro qué queda, más allá del partido con Nigeria y de la complicidad necesaria de los terceros, de lo que también pase con Islandia. Resulta difícil pensar que pueda dar vuelta todo esto. También tendrá que acompañarlo la suerte. Si los otros resultados le hacen un guiño, a Sampaoli le queda enchufar los cables correctos. Es el desactivador de bombas que transpira en las películas.