No era una madre. No era una mujer. Era Ella nombrando una justicia por venir, un cuidado sobre el modo en que la sensibilidad se reparte en el estilo del Don. Todos habíamos recibido su regalo. Todos habíamos experimentado, con esa mujer, lo irreductible. Así se hacen los pueblos singulares y femeninos. Con Eva, las Madres y Cristina. El pueblo despierta a su causa cuando se mira a través de ellas. En su bellísimo manto protector. La pintura de Daniel Santoro reúne la infinitud estrellada, el marco protector de la manta que presenta el Límite de la Nación y el misterio de la infancia que siempre se debe custodiar.