Donald Trump armó un acting represivo en Washington para incentivar a los gobernadores sobre la mejor forma de reprimir la rebelión popular por el asesinato de George Floyd. Luego, amenazó con sacar el Ejército apelando a la ley de Insurrección de 1807 si los mandatarios estaduales mostraban blandura. Pero como viene ocurriendo desde hace algún tiempo, el Pentágono ya no obedece dócilmente a las directivas presidenciales. Lo notable esta vez es que lo tuvo que confirmar el propio Secretario de Defensa, Mark Esper. «La opción de las fuerzas de servicio activo en una función de aplicación de la ley solo debe usarse como un último recurso, y solo en las situaciones más urgentes y graves -advirtió Esper – no estamos en una de esas situaciones ahora. No apoyo invocar la Ley de Insurrección «.

Luego de que fueran creciendo las manifestaciones en todo el país tras difundirse las imágenes del homicidio de Floyd, asfixiado con la rodilla por un agente policial en Minneapolis, Trump mostró su vena más agresiva. Y desafió a los ciudadanos, indignados por la seguidilla de crímenes policiales contra ciudadanos de la comunidad negra. Era la chispa que faltaba para que se incendiara, literalmente, gran parte de Estados Unidos de un modo que no se veía desde la década del 60.

La política sanitaria de Trump, que generó más de 100.000 muertos, sumado a las amenazas contra China, Venezuela y la OMS, crearon un clima irrespirable para las capas de la sociedad más civilizadas.

Para colmo, es bastante evidente que las tropas estadounidenses no están para nada de acuerdo con el liderazgo del presidente, que es visto por lo menos como temeraria y sin una estrategia de fondo.

Hubo varios hechos que levantaron las alarmas entre los militares. Uno de ellos fue el contagio masivo de marines en el portaaviones Roosevelt y la complicada respuesta de la Casa Blanca cuando necesita desviar la atención de algún tema acuciante, que es desatar algún conflicto bélico, un arma que Trump usó muy poco en relación con sus antecesores, pero que inscripto en la crisis por el coronavirus, representa un cóctel intolerable para los uniformados.

Cuando amenazó con tomar represalias ante la llegada de petroleros iraníes que desafiaron el bloqueo sobre Venezuela, también resultó desairado por sus subordinados.  A esa altura, ya había más de 5.000 militares contagiados y las camas de terapia intensiva de los hospitales militares estaban atestadas.


Los últimos reportes oficiales indican que en un mes se duplicaron los casos de Covid-19 entre civiles y militares que trabajan para alguna dependencia del Pentágono y los muertos ya son más de 1.500. En ese contexto, la última bravuconada no hizo sino visibilizar ese malestar hasta ese momento en bambalinas.

Es así que este martes pateó el hormiguero el ex titular del Estado Mayor Conjunto, Mike Mullen, el comandante de las tropas entre 2007 y 2011, literalmente el segundo al mando de las tropas estadounidenses, detrás del presidente de la Nación, durante el último tramo de la segunda presidencia de George W. Bush y la mitad del primer mandato de Barack Obama.

En un artículo publicado por el sitio web The Atlantic, Mullen – que entre sus “logros” ostenta el de haber supervisado el asesinato de Osama bin Laden en Pakistán – se descargó con un ácido ataque al inquilino de la Casa Blanca.

“He sido reticente a hablar sobre temas relacionados con el liderazgo del presidente Trump, pero estamos en un punto de inflexión, y los eventos de las últimas semanas han hecho que sea imposible permanecer en silencio”, dice de entrada, como para romper el hielo.


«Cualquiera que sea el objetivo de Trump al realizar su visita (a la iglesia de Saint John, en una provocación a los manifestantes), dejó al descubierto su desdén por los derechos de protesta pacífica en este país, ayudó a los líderes de otros países que se sienten cómodos con nuestra lucha interna y se arriesgó a politizar aún más hombres y mujeres de nuestras fuerzas armadas».

«Estados Unidos tiene una larga y, para ser justos, a veces problemática historia de usar las fuerzas armadas para hacer cumplir las leyes nacionales», agregó Mullen en esa columna en The Atlantic que tituló “No puedo permanecer en silencio” El problema para nosotros hoy no es si esta autoridad existe, sino si se administrará sabiamente», concluyó.

Mullen, destaca Military Times,  una publicación para las tropas estadounidenses desplegadas en todo el mundo,  no hizo sino sumarse a otro General de alto rango, Martin Dempsey, su sucesor en el cargo, hasta la llegada de Trump al poder, quien el lunes había publicado un tuit revelador del estado de rebelión que también anida en las Fuerzas Armadas de EEUU.

“Los militares estadounidenses, nuestros hijos e hijas, se pondrán en riesgo para proteger a sus conciudadanos. Su trabajo es inimaginablemente duro en el extranjero; más duro en casa. Respétalos, porque ellos te respetan. Estados Unidos no es un campo de batalla. Nuestros conciudadanos no son el enemigo”

Poco le quedaba por hacer a Esper, teniente coronel galardonado por sus servicios en la guerra del Golfo contra Irak en tiempos de George Bush padre. No tiene espalda como para lidiar contra dos comandantes como Demspey y Mullen, que además reflejan el sentimiento de los cuarteles.