Hay una chica quemada. En un sentido literal y aberrante. Está en el Hospital de Quemados en Caballito y en los canales de Tevé de la mañana. Se llama Mónica Garnica Luján, no llega a los treinta. La mujer permanece con los ojos cerrados, le indujeron el sueño para que le duela menos el cincuenta y cinco por ciento del cuerpo quemado. Está en coma farmacológico. Ahora duerme un sueño temporal porque los barbitúricos alcanzaron el cerebro en su medida justa y la cirujía intentará salvarla. Para la medicina occidental esta es la última opción, para el varón violento también.

Hay una mujer prendida fuego, al rojo vivo. Es un fuego que nada tiene que ver con la suba del dólar que favorece a los sojeros ni con el alerta amarilla del último miércoles del año del incipiente verano. Tanto los portales como las pantallas dicen que Mónica está luchando por su vida. La de Mónica es la noticia del horror, es la alarma del borde entre vida y muerte, es el hecho de la difusión de la máxima crueldad de un hombre violento que protagoniza la peor escena en una casa en Berazategui, en el sur del Conurbano bonaerense. Mientras a Mónica se la refracta y su selfie se replica en las pantallas, mientras se aisla su cuerpo que se llama Mónica, desde la tevé se oye la voz de una mujer mayor que dice que a Mónica “se la veía golpeada”, y también habla un niño que es su nieto, el hijo de la mujer quemada que dice que a su mamá Mónica y a su papá sin nombre “siempre se los ve jugando a los golpes”.

Busco las opciones de mujer quemada. En el buscador de google se despliega la paleta de opciones del mercado de los violentos: mujer quemada por ácido, mujer quemada viva, mujer quemada por su novio, o por su pareja; mujer quemada en el subte, mujer quemada viva por su novio (todo completo, con forma y agente), por modo, por qué tipo de varón y además por sus emociones: está la mujer quemada por celos. También por región se halla la mujer quemada en Junín o mujer quemada en San Lorenzo. O más, está el lugar de descarte o destino: caso de mujer quemada en una valija. De los porcentajes de la quemadura no encuentro discriminación fina.

Al padre de los hijos de Mónica se lo nombra en las notas como “hombre” o “pareja”. Un poco más extendido se dice “hombre que ya está detenido”. Por declaraciones en Tevé alguien cuenta que Mónica no quería denunciarlo porque el “hombre que ya está detenido”, estaba terminando el secundario y además tenía el deseo de ingresar a la academia de policía para convertirse en agente de esa fuerza, aprender más, alcanzar un título este hombre sin nombre. 

No hay forma de aligerar la carga. Se necesita presupuesto del Estado para dar continuidad a los programas de erradicación de la violencia. En los medios se la refiere a Mónica como a una amiga, como a una compañera de trabajo, como alguien cercano, alguien que hizo denuncias y terminó retirándolas para que el varón no tuviera antecedentes de violentazo y entrara a la fuerza. 

Pidió auxilio cuando ya estaba prendida fuego, casi el sesenta por ciento de cuerpo quemado, sin metáfora. Del hombre sin nombre no se ven imágenes, ahora está en una comisaría en la misma localidad de zona sur. Ahora queda por pesquisar en las redes lo que se debe difundir, la imagen del violentazo Miguel Ángel Saracho.