...
(Foto: Télam)

“Nunca vienen tantos medios, hermano. Será que los pobres no somos noticia. Ahora se hizo viral la muerte de la compañera Ramona (Medina), igual que la de Víctor (Giracoy), y acá están los canales. Por ahí después llega el gobierno. No puede ser que tengan que morir vecinos para que se hable de nuestros problemas. Para que se sepa que el virus nos está matando”. El que habla es Ezequiel Martínez, 26 años, vecino de toda la vida de la ex Villa 31. Se gana el mango como empleado de una cooperativa que desinfecta todas las mañanas los pasillos de la barriada para mantener a raya al maldito Covid. Pero ya no alcanza. La curva de contagios en el postergado barrio Padre Mugica crece a diario un 20%. El primer caso se conoció el pasado 20 de abril. Hoy suman casi 800.

Martínez se acomoda el barbijo, mira a distancia los móviles de la TV que llenan la canchita de fútbol de la Parroquia Cristo Obrero y reflexiona: “De alguna manera, los vecinos nos tenemos que hacer escuchar, porque parece que somos invisibles para el gobierno de la Ciudad. Por eso hacemos esta conferencia, por eso labura el Comité de Crisis. La lucha es en nombre de Ramona, de Víctor, de todos los vecinos, los que te dan una mano. Los gobiernos se pasan la pelota. El Estado acá está borrado.”   

Desde los parlantes que prestó el cura de la parroquia se escucha la voz firme de Silvana Olivera, vecina del Güemes, uno de los barrios que da musculatura al Mugica: “En esta cuarentena los comedores se sostienen a pulmón, con el apoyo de los vecinos, la Iglesia y las organizaciones. Dan de comer a miles. No sólo los días de semana, sino que también están las ollas populares los fines de semana, porque la cuarentena es todos los días y peleamos para que no falte el plato de comida en ningún hogar.”

Karina Calla puede dar fe de cada palabra de su compañera. La morocha es madre de dos pibes, docente y cocinera al frente del merendero Fuerza y Lucha Popular: “Dan una mano mis vecinos para conseguir la mercadería. Por eso pedimos la Emergencia Alimentaria. Sin comida, no se aguante la cuarentena.” Los cimientos solidarios de la barriada popular sostuvo la subsistencia estas semanas: “Antes daba merienda a los chicos, pero ahora vienen las familias enteras. Si antes daba 100 viandas, ahora tengo que repartirlas entre 200. Decime cómo se hace”.


...
(Foto: Recoaro)


Eduardo vive en el barrio hace una década. Es estudiante del Profesorado Dorita Acosta, militante de base y empleado de una fábrica. Mantiene a su familia con el magro sueldo que sus patrones le achicaron por la cuarentena: “Estamos en un momento en que se plantea el dilema de garantizar la vida o darle la manija al mercado –afirma-. Si el Estado no articula con los comedores, si no garantiza el plato de comida, los villeros estamos perdidos.” El obrero dice que conoce a varios militantes que se pegaron la peste mientras laburaban en los comedores: “¿Y quién remplaza a esos compañeros? ¿Quién va a garantizar que sigan funcionando las cocinas? Lo mismo pasa con las cooperativas de limpieza. Eso le preguntaría a Larreta, ¿quién va a limpiar las calles del barrio?”

El cura Guillermo Torre hace 20 años que predica con el ejemplo de Mugica, el santo patrono del barrio: “Ni lo dudo, Carlos seguro estaría acá, al pie del cañón, junto a sus vecinos.” El sacerdote villero escucha atento las demandas del Comité de Crisis y confiesa: “Todas las necesidades y peticiones están en ese documento: emergencia alimentaria, habitacional y sanitaria. A mí me gusta rescatar la solidaridad que afloró en este tiempo oscuro. Cómo crecieron los lazos entre los vecinos. Ahora le toca al Estado. Dar respuestas, y que sea rápido. Porque este virus no da respiro, avanza y avanza.” A su espalda, una pared tatuada con la imagen de Mugica y unas palabras que rezan: “Señor, sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos.”

“Cuando se cortó el agua, lo primero que pensé fue ‘esto va a ser incontrolable’. Y así fue”, cuenta Gabriel Sánchez, comunero y médico que participa en el operativo Detectar. Después agrega: “La única certeza que teníamos era que al virus se lo combatía con higiene de manos. Pero sin agua, la mitad de la batalla la tenemos perdida.” Durante semanas, los vecinos tuvieron que cruzar de punta a punta la barriada para conseguir el insumo básico para la vida: “Y ahí creció el contagio –dice Sánchez-. El virus circula con la gente. Se armaron filas larguísimas, se pasaban de mano en mano baldes, botellas, bidones. Así estamos ahora, casi 800 positivos. Luchando contra la expansión del virus, la desidia del gobierno de la Ciudad y pidiendo que intervenga Nación. Esto cala hondo en los vecinos. Se sienten abandonados. Por eso pedimos la emergencia sanitaria.”

Las cámaras de tevé se apagan, se enrollan los cables y finalmente los móviles dejan en silencio el barrio. El doctor Sánchez tiene que volver a recorrer los pasillos para entrevistar a posibles vecinos contagiados. Pero antes, recuerda a Ramona y a Víctor: “Queda la angustia, la bronca, el dolor por saber que sus muertes se podían haber evitado. Por ellos y los 50 mil vecinos del barrio no vamos a bajar los brazos.”