Rubén Darío Castiñeiras heredó el amor por el fútbol y la música de su padre. Jorge jugaba de dos -en Banfield, Lanús, Montevideo Wanderers de Uruguay, entre otros equipos- y era tanguero. De chico, lo llevaba a patear al Parque Lezama. Pero ya mudados a la zona norte, a los cinco años, empezó a jugar en Deportivo Tigre, un club de baby. “Pichón, que era el técnico, me decía ‘Pepo, Pepo’, por la Pepona Reinaldi, que jugaba en Talleres de Córdoba. Tenía el pelo rubio. Y quedó”, cuenta ya de grande. Pichón le daría el apodo para toda la vida y algo más: Rubén Darío es el poeta de la cumbia, y con atributos que no se compran; porque el pibe carisma de la risa estrambótica, que estuvo seis años y dos meses preso por robo, es El Pepo y la Superbanda Gedienta.

–¿Cómo jugabas?

–Era un fenómeno. Jajajajaja. Te juro por Dios: no seguí jugando porque me lesioné. Mi vida es el fútbol. Pateo la pelota desde que tengo un año. Crecí para jugar al fútbol. Pasa que después me lesioné y no pude seguir profesionalmente. Era goleador, siempre de delantero. En baby, arriba; y en cancha grande, de 11, de wing, cuando se usaban.

–¿Sos zurdo?

–Le pego con las dos. Puedo patear un tiro libre de derecha o de zurda. El que me ve no sabe. Lo pateo de la misma manera: a la mierda. Jajajajaja. Andaba bien, eh. A veces jugaba de 10, de enganche. Hice infantiles en Tigre, en Acassuso. Pero a los 15 ya estaba descarrilado… En Tigre empiezo a jugar bien y en ese momento había como un acomodo. No en mi puesto, que jugaba yo. Pero no me gustó lo que veía y no fui más. Como tenía el pase en Acassuso, no podían ficharme en otro lado. Y me fui a probar al futsal de River. Fiché y jugué medio torneo, hasta que me empezó a doler la rodilla. Me hice unos estudios y tenía la rótula partida en tres. Podía hacer lo que quería, pero no profesionalmente. Y como pertenecía a AFA, River pasó el informe y no pude jugar más. Ahí se terminó la carrera del Pepo futbolista.

–¿Cuando descarrilaste empezaste a componer las canciones de la barra brava de Tigre?

–La hacíamos en el barrio, en la época de descarrilamiento, cuando dejé de jugar por los puntos y dejé de andar con los pibes que íbamos a fútbol y empecé a andar con los pibes de la plaza. Después de la plaza, había otros rituales. No era como en el club, que terminabas de jugar y te daban un vaso de jugo y un alfajor. Ahí jugábamos y tomábamos una birra, nos prendíamos un faso. Eso te va metiendo hasta que sentís la curiosidad; y no paré.

–Entonces compusiste primero canciones de cancha y después de cumbia.

–Olvidate. Las sabía yo solo, y después le chamuyaba a los pibes que sonaban en la hinchada de Racing. Nada que ver. Después hice canciones para la de Tigre. En realidad, en el barrio, todos los pibes, los sábados a la tarde, íbamos a ver a Tigre, que jugaba en la B. Y en el bondi, en la previa, íbamos armando las canciones, me salían solas.

–¿El día que Racing sale campeón en 2001 debutaste como cantante?

–Imaginate que era el 27 de diciembre y me fui así, de celeste y blanco. Habré adelgazado diez kilos. Tenía toda la ropa de Racing, hasta bufanda. Fue en una rockería de Caballito. Ese fue el primer recital que hicimos. Tenía 24 años.

–Ahora te tatuaste a Diego Milito.

–Sí. En la espalda. Es una foto del partido del título de 2014 contra Godoy Cruz.

–Ese día también fuiste a festejar al Obelisco. ¿Qué diferencias había con aquel Pepo de 2001?

–El de ahora lo disfrutó más. Te explico: el día que Racing salió campeón, hacía dos semanas que había salido de estar preso. Hacía seis años y dos meses que no iba a la cancha. Vuelvo contra Godoy Cruz. “Si llego a perder, me matan”, pensaba. “El Pepo mufa y la puta que te parió”. La gente se bajaba de los coches y nos saludaba. “Todos estos que me saludan, si llegamos a perder, me van a putear”, decía. “No, no, no vamos a perder. Vamos a salir campeón, vamos a salir campeón”, pensaba. Típico: estás por salir campeón y van un montón de piedras. Y cuando hizo el gol Centu (Ricardo Centurión), sabés cómo lo grité… No lo podía creer, lloraba. No sé si a alguien le pasó de salir en libertad y a las dos semanas salir campeón, y volver a cantar… Ahí entendés que si vos hacés las cosas bien, sigue la buena, y te vas convenciendo de un montón de cosas, confiás en vos en lo que encarás, sabiendo que puede andar bien o puede andar mal y por eso no te tenés que bajonear. Siempre se lo digo a los pibes: hay que soñar, loco, darle para adelante. Si no, te estancás, y si te acostumbrás a estar estancando, cagaste. Después no querés esforzarte más en nada. Entonces tenés que seguir, siempre.

–¿El fútbol, como la música, te ayudó para pasar los días en la cárcel?

–En el Módulo Dos de Ezeiza estaba la selección. Los guachines y los mayores de 35, nosotros. Bajé una banda de peso. Me vendría bien ahora… Entrenábamos tres veces por semana con la selección de mayores de 35. Era el goleador, papá, y salimos campeones y todo. En el Complejo Uno y en la Unidad 19 también, tres veces. Esos tres campeonatos salí goleador. Entre el fútbol y la música me ocupaba la semana. Entrenamiento y ensayo en el patio del pabellón, donde conectábamos los parlantes. Ahí me desintoxiqué del todo. Con el fútbol socialicé entre varias personas, porque es más grande que un grupo de música. Ahora manejo un grupo de 25 personas y el profe manejaba 30 personas. Por más que sea fútbol lo trasladás a la vida. Si querés ser el líder y responsable de una banda de música, tenés que ser el primero en llegar al ensayo, estar atento a que no falte nada, que los músicos estén bien. Por el fútbol y la música aprendí a ser responsable.