Keep calm and carry on (Mantén la calma y sigue adelante), la frase que acuñó el gobierno británico en 1939 para llevar tranquilidad a su población en las vísperas de la Segunda Guerra y que miles de turistas aún se llevan impresas en souvenirs como emblema de la sociedad británica, perdió toda vigencia. Sus habitantes llenan alacenas con papel higiénico y alimentos no perecederos, mientras postean en Internet consejos sobre cómo congelar uvas o paltas, tal como publicó en portada el Financial Times, ante los posibles efectos indeseados del abandono de la Unión Europea.

Para hacerse una idea de la incertidumbre, alcanza con saber que viven en las Islas británicas unas 3,7 millones de personas nacidas en la UE, lo que equivale al 6% de la población. Si para el 29 de marzo no hay un acuerdo que abriría un proceso de transición de casi dos años con sus todavía aliados geopolíticos, al día siguiente deberán iniciar un trámite de residencia cuyo resultado es incierto.

El desconcierto se multiplica en cada ciudad. Aun en Oxford, cuna y orgullo de la cultura británica. Aquí se formaron 16 premios Nobel de Medicina, once de Química, nueve de Economía, y cinco de Física, de Literatura y también de la Paz. Acá todo está planificado. Pero uno de cada cinco trabajadores que integran su mítica Universidad nació en un país de la Unión Europea. Uno de cada seis estudiantes también. Y el 14% de su presupuesto anual es aportado por ese bloque. Las autoridades de la institución ya sacaron un comunicado llamando a reconstruir el vínculo regional y aseguraron que respaldarán el proceso de residencia de sus integrantes. Pero la preocupación aún se respira entre las zigzagueantes callecitas de la ciudad por donde también pasaron 26 primeros ministros. Entre ellos David Cameron, quien convocó al referéndum que decidió el Brexit, y Theresa May, la impopular responsable de llevar a cabo el mandato.

Esta semana, May vivió su propia montaña rusa. El martes más de un tercio de los parlamentarios de su partido (Conservador) rechazó el plan que ella propuso para llevar adelante el Brexit. Así asestaron la derrota política más amplia en la Cámara Baja en más de un siglo de historia al perder por un margen de 230 votos. Al otro día, sin embargo, se encolumnaron para impedir que fuera destituida.

Quien logró la unidad que parecía imposible fue paradójicamente el líder opositor, Jeremy Corbyn, quien planteó la moción de censura, envalentonado por el primer resultado, y ahora afronta una rebelión interna para negociar los próximos pasos. Algunos quieren que acepte la convocatoria al diálogo de May, otros que promueva elecciones generales y otros que pugne por un nuevo referéndum. Entre los conservadores sólo saben que no quieren perder el gobierno. Por lo demás, unos quieren modificaciones económicas, otros rediscutir la situación de Irlanda, algunos no quieren acuerdo y hasta hay quienes apoyan un nuevo referéndum. 

May ganó tiempo hasta el lunes para llevar una nueva propuesta que alcance el consenso. Nadie sabe qué puede pasar. El 29 de marzo todavía puede ser el Día D, aquel que ratificó el valor de la icónica frase que llamaba a confiar y seguir adelante. Pero hoy es imposible de imaginar. «