Desde hace veinte años Escalandrum tiene al jazz como materia prima de su música. En estas dos décadas desde su creación, el sexteto se embarcó en diversos desafíos sin perder el foco en la calidad de su propuesta.

Sus desafíos se ven renovados en su nuevo disco, Studio2, publicado en CD y vinilo y registrado en el mítico estudio de Abbey Road, en Londres, escenario de las más importantes grabaciones y experimentaciones de The Beatles.

Grabar en esa sala parecía algo imposible de llevar a cabo pero, finalmente, el sueño se convirtió en realidad.

«Fue una sugerencia de Horacio Sarria, nuestro manager», comenta el baterista Daniel «Pipi» Piazzolla. «Él es muy fanático de The Beatles y hace unos cuatro años, mientras estábamos en un aeropuerto de Brasil, se le ocurrió que podíamos ir a grabar a los estudios de Abbey Road. Desde ya que no tomamos la idea muy en serio. Hasta que un día actuamos con Elena Roger en el Théâtre des Bouffes du Nord de París como parte del proyecto «3001-Proyecto Piazzolla» y se reflotó la idea. Teniendo en cuenta que en tren estábamos a un paso de Londres, Horacio se ocupó de armar toda la logística y emprendimos la aventura», agrega el baterista.

Más allá de la anécdota, Escalandrum registró un puñado de composiciones en el que confirma por qué es una de las agrupaciones de jazz más importantes de la Argentina.

Las variantes que la banda aborda en cada una de las composiciones hacen de este álbum un paseo por un universo sonoro con reglas propias, cada vez más maduro y sólido.

Luego de internarse en las partituras de Ástor Piazzolla (Piazzolla plays Piazzolla -2011-, Las cuatro estaciones porteñas -2014- y 3001-Proyecto Piazzolla -2016- junto con la cantante Elena Roger) y de Wolfgang Amadeus Mozart y Alberto Ginastera (Sesiones ION -2017-), el sexteto retoma el registro de obras originales, algo que no sucedía desde Vertigo (2013).

El dinamismo con el que da comienzo «Acúatico» del pianista Nicolás Guerschberg se topa con la imbricada melodía a cargo de los saxos de Damián Fogiel (tenor) y Gustavo Musso (alto y soprano), quienes preludian el solo de piano antes del explosivo final del tema.

Son las llaves del clarinete bajo de Martín Pantyrer las que inician «Siete maravillas», cuya línea melódica, nuevamente a cargo de los vientos, se va desarticulando rítmicamente hasta descender a una llanura sonora a cargo del piano, la batería y Mariano Sívori con su contrabajo, dando lugar a los correspondientes solos de Fogiel y Piazzolla.

«Lolo», de Piazzolla, encuentra una atmósfera que coquetea de manera sutil con la milonga, acentuada por la labor del contrabajo y el piano, en tanto que «Nutibara», de Fogiel, se topa en mitad de su desarrollo con una suerte de fuga protagonizada por los vientos.

La secuencia del piano que inicia y recorre «Adrenalina» de Guerschberg, promueve diferentes cambios de clima en una composición que se eleva con un crescendo a cargo de los seis instrumentos antes de diluirse hacia el final.

En «Bordadura» reaparece el clima urbano, mientras que «1933» de Fogiel se acerca un poco más a lo conocido como standard de jazz, con un inspirado solo de contrabajo.

«La Fogloba» de Fogiel, tema calmo y reflexivo, permite apreciar el elegante trabajo de contrapunto que llevan a cabo los vientos, y preludian a «Sevilla» de Sívori, obra de melodía intrincada que deriva en un vibrante solo de batería.

Con un espíritu de agrupación de cámara y con una impronta en la que el jazz sirve de base para conjugar elementos estilísticos académicos y otros que provienen fundamentalmente de la música urbana porteña, Escalandrum sigue planteándose desafíos. Y lo sigue haciendo «aquí, allá y en todas partes».