Si «el arte habita en la misma calle que la vida, pero en un lugar diferente», como decía el escritor portugués Fernando Pessoa, ese lugar emerge bajo la forma de un bar de campo en el escenario del teatro Del pueblo. Allí, los sábados a las 18, el actor Manuel Vicente presenta El último espectador.

La obra trae al presente la historia de un director teatral de los años ’40 que, luego de perder a los actores de su compañía, debe pasar una noche solitaria y tormentosa en un viejo bar de campo. Como última apuesta para no perderse en el olvido, y para que no lo echen del boliche porque no tiene donde ir, busca a través del recuerdo mantener cerca de sí todas las anécdotas que dieron forma a su vida sobre las tablas.

En los orígenes del impulso creativo que lo acercó a Andrés Binetti, autor y director, se encuentra la inquietud creativa de resolver de un modo personal y en sus propios tiempos «lo artificioso de un tipo hablando solo». La pieza El enemigo del pueblo, de Chéjov, también resonaba en él: «Me motivaba que había un hombre con familia que se inmolaba en pos de un deber ser ideológico. Es un desafío, cómo conjugás la ideología con la vida cotidiana, el día a día».

La necesidad de una teatralidad viva, cuenta, estuvo siempre presente en el desarrollo de El último espectador: «Con Andrés (Binetti) siempre supimos que no iba a ser un tipo que se sienta y te las cuenta todas, sino que teníamos que crear un presente escénico: este bar, esta necesidad de hablar porque no tengo donde ir, un parroquiano que cabecea adentro mientras la lluvia suena afuera. Es la sobrevivencia como instinto. Cuento para estar acá, para vivir, no cuento pa’ contar».

Vicente da vida a un actor trashumante, el del viejo circo criollo, el de las giras de principio de siglo, en los orígenes del teatro argentino. Al reflexionar sobre la pieza, dice que «si bien el mundo del teatro cambió mucho a lo largo del tiempo, siempre expresa la sensibilidad de su momento. El actor es el juglar de su cultura. La obra ancla en el mundo del teatro pero excede lo teatral, habla de cualquier pasión o deseo. Cuando el artista consigue hacer foco en un suceso profundo, este estalla: es el despliegue de lo humano».

El personaje se encuentra en los márgenes, encara el fracaso y la soledad. Vicente explica que «la inspiración siempre tiene que ver con el hombre común, porque el que cumple todas las metas es más aburrido y menos poético. Uno no habla de los triunfadores, la historia la escriben los que ganan, pero el arte escribe sobre los que quedaron en el camino. No para hacer un culto a la derrota, sino para encontrar los pliegos de lo que es la lucha por la vida».

En la entrevista, Vicente maneja una riqueza de tonos, el tinte de su voz cambia cuando cuenta una anécdota personal, cuando presenta un concepto, cuando habla de los pliegues dramáticos de la obra. Al trazar un esbozo de los actores de la época que representa, dice: «Eran laburantes, no académicos, pero capaces de hacer un Shakespeare y también de contar cuentos picarescos en un cabaret». «