Mauricio Pepey vive en González Catán, La Matanza, y comenzó a pintar a los 15 años. Estudió arte en la Escuela de Bellas Artes «Lola Mora» de Villa Lugano y cuando sus compañeros porteños le acercaron libros sobre grafiteros franceses, el mundo giró 180 grados. Así se animó al primer mural.

– Me llamaron para hacer a la directora de una escuela de Lomas de Zamora. Fui de caradura y la saqué. Ahí comenzó mi historia con los grafitis.

Las lecturas de regreso a casa lo llevaron a interesarse por lo que llama “lo ilegal” del grafiti. Primero cambió su nombre a Uasen. La nueva identidad trajo otra visión de la vida.

– Mi familia estaba desarmándose y me pintó la calle. Pintaba subte, trenes, así hasta 2013, cuando empezamos a ir a la Iglesia. El 27 de julio de 2013, Dios me habló. No entendí el mensaje. Y al otro día fui detenido por pintar los vagones Mitsubishi de la línea B en la estación Lacroze. Firmé para hacer tareas comunitarias. Dejé la droga y llorando prometí jugármela por Dios.

Ahora, los trabajos que más le piden son los homenajes a los jóvenes de los barrios que mueren en tiroteos o en circunstancias violentas.

– Siempre hay un pibe por pintar en los barrios. Mucha gente pide los trabajos con sentimientos de venganza. Conozco madres que no pueden superar las muertes de sus hijos. Trato de acercarles la palabra de Dios porque la calle dice: sos chorro o gil. Yo pensaba así antes. A este le cabió y le pintaba la pared. Si el policía dormía, también. Es la cultura la que no te permite ver más allá. Es agradar a los que tenemos alrededor. Los pibes siguen ese camino. En la calle dicen: “Los de San Pete roban autos, los de Puerta de Hierro son transas, los de Villa Palito venden el mejor faso”. Son caracterizaciones, ahora dedico mi vida a Dios.

Sobre el método de trabajo que utiliza en los murales, Uasen cuenta que primero pide fotos y las mira junto a la familia.

– Es difícil pero congeniamos. Trabajo con aerosol y látex para exterior. Pinto por el Conurbano y Capital Federal. Un rostro lleva entre seis y siete horas. Tener toda la familia atrás puede distraerte, así que trato de no hablar durante el trabajo. No soy prejuicioso, no pregunto qué hicieron.

El joven muralista no cree en las casualidades. Es hombre de Dios y camina los barrios más peligrosos con el aerosol como única arma. Así lo siente, así lo dice.

– Creo que Dios me pone ahí. Este tipo de trabajo está en auge, es moda. Lo que puedo decirte es que en los barrios se perdió la capacidad de soñar. Compiten entre vecinos, es cultural. Pero yo vivo la cultura de Jesús y trato de llevarla donde me llaman.

Martín Agazzi tiene 31 años y es artista plástico. Hace cuatro que sólo se dedica a la pintura. Es parte de Mala Proyectos Urbanos y también trabajó murales relacionados a los jóvenes de los barrios que son asesinados o mueren en prisión.

– El primer mural que hice fue en Devoto. Un homenaje a Oscar Gil, ´El Gordo´. Estuvo buenísimo, los vecinos pasaban y se alegraban. Me felicitaban. Después comencé con los otros.

“Los otros” son los que hizo en el Barrio Carlos Gardel de Palomar, Morón. Allí retrató a un vecino que apareció ahorcado dentro de una cárcel tras declarar contra los penitenciarios. Y otro sobre un joven asesinado.

– Fue muy fuerte. Caer en la casa de la familia, con la carga afectiva que sugiere un trabajo de ese tipo. Cada vez que hago esas historias siento la responsabilidad de que quede bien.

Mientras dibuja, Martin deja que los familiares y vecinos cuenten cómo era el homenajeado. Antes pide varias fotos para conocer la cara, los gestos y elegir la que se adapta mejor a la pared. Puede trabajar con cuadrícula o a mano alzada. Con pinceles o aerosoles. Látex al agua o sintético para exteriores.

– Por lo general mientras trabajo me cuentan lo que pasó. Viene gente y me cuenta anécdotas, así que cuando termino tengo un panorama. Después suelen invitarme a comer, así que se genera un vínculo.

Después de retratar la muerte, Martín reflexiona sobre el poder de la imagen y la relevancia de la pintura.

– La carga emotiva del trabajo es grosa, es una responsabilidad que quede bien.

Víctor Marley tiene 35 años, vive en Villa Celina y pinta desde los 14. Arrancó con los negocios de su barrio. Fue la muerte de un amigo que lo empujó a la aerografía de la temática en auge.

– Empecé para poder hacer el retrato de mi amigo en una esquina. Eso fue hace 6 años. Nunca estudié dibujo, eso vino en la sangre.

En el último tiempo, la nueva forma de retratar a los muertos de la periferia urbana también lo alcanzó. Moda o no, cada vez son más los pedidos para pintar las paredes.

– Todo el mundo pinta a los seres que pierden; tanto en los barrios como en las banderas que cuelgan en las canchas del fútbol. Yo pinto muchísimos, mínimo uno por semana.

Sobre el sentir de los familiares, Víctor confiesa que es complicado trabajar con el dolor sobre la espalda.

– Te corta un poco el mambo. Si no están los familiares es más fácil, porque de lo contrario te pone re triste. Por eso en mi barrio no cobro ni en pedo los trabajos. Me mata el dolor de las familias.

De todos los murales que trabajó, la obra más sentida es la de sus amigos “Nacho” y “Calonga”.

– Lo hice con un nudo grande en la garganta. Tener que dibujar a dos de mis mejores amigos fue duro. Nacho murió de cáncer, la peleó muchísimo. Y el otro, ´Calonga´, fue víctima de un accidente de tránsito. Lo esperábamos para festejar el Día del Amigo en el mural de Nacho y nunca llegó. Ese laburo marcó mi vida.

Pintar a los que no están lo lleva a reflexionar sobre el muralismo y sus formas periféricas. Más aún cuando se trata de chicos tan jóvenes.

– No sé si hay una moda pero todos quieren dibujar a los pibes de las esquinas. Es como que sí o sí lo tienen que tener ahí presente.

Fanático de San Lorenzo, su obra trasciende los caídos y puede verse en cada partido del Ciclón. En las paredes del estadio, en las banderas azulgranas.

– Pintar las banderas del Ciclón es algo único. Y pintar el estadio fue hermoso, un sueño. Si San Lorenzo me da laburo no le pinto a nadie más. Viviría para pintar el estadio. Sigo esperando ansioso la oportunidad de pintar un telón para San Lorenzo.

Trabajar temáticas relacionadas a la muerte y las balaceras, lo popular como argumento, lo llevaron a pintar en territorios donde pocos pueden pisar sin permiso.

– Y el barrio más picante, sin ninguna duda fue el Bajo Flores. Han robado gente a metros de donde pintaba. Ha reventado la Policía a metros, sabés lo que es estar pintando y ver todo ese operativo, jajaja, gracias a Dios, yo sólo pinto.

Y si, de eso se trata. Del nuevo modo de retratar lo que ocurre en los márgenes. De la violencia y la muerte, del arte de pintores urbanos que escuchan la calle con el aerosol y la brocha como fundamentos.