Aquella noche de algarabía popular en Atenas, el domingo 25 de enero de 2015, no se presagiaba el fracaso del Gobierno de Alexis Tsipras y su injustificable sumisión posterior a las políticas del entonces todopoderoso ministro de economía alemán Wolfgang Schäuble, mandamás real del Banco Central Europeo.

Tsipras había estado en Argentina dos años atrás, en enero de 2013, para conocer la experiencia argentina de reestructuración de su deuda externa y se había entrevistado con muchos economistas de nuestro país, para conocer esa experiencia. Incluso en febrero de 2015, economistas de Syriza, la fuerza política de Tsipras se reunirían varias veces con economistas argentinos en Bruselas, para encontrar una salida “soberana” al problema de su deuda y el FMI, que tanto afectaba el pueblo griego.

Una de las ideas de aquellos días fue la de convocar un referéndum para reforzar la posición de negociación de Grecia, que permitiera un aval popular para mejorar las condiciones que pretendían para Grecia, tanto el FMI como el Banco Central Europeo. Casi el 63 % de los griegos votaría ese 5 de julio de 2015, para  rechazar las condiciones de rescate pretendidas por la “troika” del FMI, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, para ayudar al país.

Un día después de ese plebiscito, Tsipras acuso al Ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, de incentivar esa “rebeldía popular” y le exigió su renuncia

Varoufakis diría ese mismo día  “…poco después del anuncio de los resultados del referéndum, se me informó que algunos miembros del Eurogrupo y sus socios, deseaban mi  “ausencia” de las reuniones, una idea que el primer ministro Alexis Tsipras juzgó “útil” para obtener un mejor acuerdo”.

Tsipras, ya sin Varoufakis y sin rastros de sus promesas electorales, se iría a rendir a Bruselas y a lo largo de cuatro años, aplicaría medidas de ajuste brutales e indiscriminadas  como condición para que se autoricen desembolsos que le permitieran cumplir con los compromisos externos, sobre la debacle social de su pueblo.

La sociedad griega se vería totalmente decepcionada y un incipiente “que se vayan todos” empezaría a atronar en la Plaza Sintagma, centro de las protestas populares que habían permitido el acceso de Syriza al Gobierno, en aquel lejano 2015.

El círculo se cerraría hace apenas unos días, el 7 de  julio de 2019 con las elecciones generales de los 300 escaños del Consejo de Helenos -el parlamento griego- que elige al Gobierno del país. El partido conservador Nueva Democracia, liderado por Kyriakos Mitsotakis, ganó 158 escaños, una mayoría absoluta que es más del doble de la representación previa del partido, cuando fuera el triunfo de Syriza en 2015. Nueva Democracia obtuvo casi el 40% del voto popular, y le asesto el golpe final a Syriza y a Alexis Tsipras, hundidos en la desesperanza de su propio pueblo, y con una crisis social y un desempleo, masivos y alarmantes.

Mientras tanto, no tan lejos de allí estaba Portugal. En 2011, al borde de la ruina había tenido que pedir un rescate de 78.000 millones de euros a la “troika” del FMI, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo.

Al igual que pasó con Grecia después, la “troika” le exigió durísimas condiciones de austeridad fiscal y ajuste interminable, que el gobierno conservador en Portugal intentó hacer cumplir, cayendo en un  repudio popular inusitado.  El desempleo llegaría al 17 % en 2014 y casi 700 mil portugueses se irían del país, en busca de trabajo y esperanza.

Mario Soares, considerado “el padre de la democracia” portuguesa y líder histórico del Partido Socialista, advertía a sus 90 años, el camino al infierno de esta política y promovía como líder de su Partido para un nuevo Gobierno en Portugal, al Alcalde de Lisboa, Antonio Costa.

El 5 de octubre de 2015 se celebrarían las elecciones en Portugal. La fecha fue definida por el presidente conservador de la República Portuguesa, Aníbal Cavaco Silva. La coalición conservadora de Passos Coelho obtuvo más escaños que sus tres inmediatos competidores de izquierda, pero la suma de estos formaba una nueva mayoría parlamentaria. El presidente Cavaco Silva nombró en un primer momento a Passos Coelho, pero su gobierno fue tumbado en una moción de censura y tras una segunda ronda de contactos el socialista Antonio Costa, se convirtió en nuevo primer ministro de Portugal, apoyado por una nueva mayoría constituida por el Partido Socialista, el Bloque de Izquierda y el Partido Comunista de Portugal.

La “rendición” de Syriza en Grecia, estaba latente en ese nuevo gobierno portugués y el Primer Ministro Costa se propuso reducir el déficit y al mismo tiempo aumentar los salarios, rechazando la política económica de la austeridad, pero con resultados tan positivos que incluso motivaron la imposibilidad del Fondo Monetario Internacional, de cuestionar lo actuado.

Algunos números son elocuentes: 3% de crecimiento del PIB en 2017 y 2018, 10% de aumento anual de exportaciones a la UE, 20% de aumento anual de exportaciones fuera de la UE y reducción de la tasa de desempleo al 8,9% actual.

Las políticas que implementó el gobierno de Antonio Costa fueron en contra del recetario tradicional y absurdo del FMI, por lo que se revirtieron los recortes salariales del anterior gobierno, se recuperaron  los recortes que habían sufrido durante la época de la “troika” pensiones y jubilaciones y se redujo la incidencia de la deuda en el Producto Bruto.

Finalmente a fines de 2018 y desoyendo los consejos de Christine Lagarde y el FMI, Portugal ha saldado de forma completa su deuda con el Fondo Monetario Internacional al pagarle los últimos 4.700 millones de euros que debía a la institución como hiciera en Argentina el 3 de enero de 2006, el entonces presidente de la República Argentina, Néstor Kirchner.

Portugal se libró del FMI y entonces Mario Centeno, su Ministro de Finanzas, el que producto del éxito de su Gobierno, es también  desde enero de 2018, el presidente del Eurogrupo, subrayaba que “…se ha dado prioridad a esta devolución porque los intereses del FMI son más altos que la media del mercado (de hecho, se fijan en el 4,3%), por encima de los exigidos por el BCE y la Comisión Europea, a lo que recurrió Portugal en 2011 para pedir un rescate de 78.000 millones de euros y poder evitar así la bancarrota, lo que ya hemos logrado…”.

Argentina hoy enfrenta una  difícil renegociación con el FMI, producto de la irresponsabilidad conjunta de Christine Lagarde y Mauricio Macri, y de políticas absurdas que destruyeron la economía de nuestro país. La experiencia argentina, tanto como las de Grecia y Portugal debieran estar sobre la mesa del análisis, si como todo  indica, Alberto Fernández se impone en las elecciones argentinas del próximo 27 de octubre.