«Hay cosas que a la gente le gusta creer. Por eso, a veces, una teoría bien presentada puede tomar el lugar de la realidad», dice Guillermo Martínez, autor de Los crímenes de Alicia (Destino), un policial situado en Oxford en 1994.

En ese año, la imaginaria  Hermandad Lewis Carroll decide publicar los diarios completos del autor de Alicia. Kristen, una joven becaria encargada de reunir los cuadernos originales para su publicación, descubre que hay una página arrancada. Y no se trata de cualquier página, sino de aquella en que Carroll se refiere a su ruptura con los padres de Alice Liddell, la niña que le inspiró su famosoa novela. A partir de este hecho comienza a desarrollarse una compleja trama en la que no faltan ni los crímenes ni las teorías acerca de ellos.

Y aquí viene una advertencia al lector: antes de abrir Los crímenes de Alicia y ponerse a leer, silencie o apague el celular, anuncie a familiares y amigos que hará un breve viaje y no estará disponible por uno o dos días, compre provisiones para no tener que salir a la calle durante ese lapso y tome todos los recaudos necesarios para no ser molestado. Los crímenes de Alicia lo atrapará de tal forma que no podrá cerrar el libro hasta el punto final. Y aun después del punto se quedará atrapadao en la trama y le costará regresar de ese Oxford hecho de palabras al mundo «real». No por nada Los crímenes de Alicia obtuvo el prestigioso Premio Nadal de Novela 2019. Impulsados por las recomendaciones, los lectores españoles compran la novela como pan caliente. Y en una Argentina atravesada por la crisis, figura entre los cinco libros de ficción más vendidos.

Una información adicional: Lewis Carroll fue escritor y matemático. Guillermo Martínez es escritor y matemático. Posiblemente se trate de un dato irrelevante, pero es imposible sustraerse a la elaboración de esos relatos conjeturales que son las teorías, por modestas que sean. Quizá la identificación con el autor de Alicia permita explicar por qué la historia de Martínez es tan atrapante.

Ahora, a leer la novela. Sería un crimen no hacerlo.

–¿Cómo fue la construcción de una trama tan compleja?

–Yo tengo formación de cuentista y como cuentista siempre tengo muy claro cuál va a ser el final y algo del principio. En esta novela en particular me pasó algo que no me había pasado antes y es que arranqué con un paso en falso y escribí seis capítulos que tuve que rehacer íntegramente al cabo de seis meses porque no entraban con el ritmo adecuado en la historia. Tenía que arrojar al protagonista al centro de la acción y al principio no lo había hecho así. La línea general de lo que quería hacer la tenía pensada y sobre lo que tenía incertidumbre era sobre el elenco de sospechosos. No quería que fueran mera comparsa, sino que cada uno tuviera su personalidad, sus dobleces, su vida pública, su vida secreta. Estuve demorado durante seis meses pensando cuáles serían esos personajes que conforman la Hermandad.

–¿Y cómo los encontraste?

–Finalmente salieron de la lectura de distintas biografías de Carroll. Traté de imaginar una persona detrás de cada libro. El único personaje que tenía desde el principio es el de Raymond Martin que es una mezcla entre Martin Gardner que escribió Alicia anotada y Raymond Smullyan, un matemático que se dedicó a la divulgación y tiene libros sobre matemática y literatura, sobre paradojas lógicas, y usaba una coleta que es la que yo le pongo al personaje de Raymond Martin. Luego tenía algunos detalles sobre Kristen, que es un personaje creado a partir de ese temor típico de los becarios a que les roben sus primeros descubrimientos. El resto los tuve que inventar uno por uno, inventar, por ejemplo, un personaje que fuera como el avatar de Lewis Carroll en esta época que es Henry Haas y que la pasa muy mal. Los demás personajes fueron apareciendo de a poco. Esa fue la dificultad mayor, llegar al capítulo seis donde se presentan los miembros de la Hermandad Lewis Carroll.

¿En algún momento pensaste que el proyecto de la novela no era viable?

–En la escritura de una novela siempre hay momentos de horror, de desesperación, pero una vez que uno está en el agua hay que nadar y llegar a la otra orilla.

–¿Cuál era tu relación con la figura de Carroll antes de ponerte a escribir esta novela?

–Era una relación prácticamente nula. El germen de la novela tiene que ver con que me encargaron un prólogo para un libro de Carroll que se llama Lógica sin pena, que es de divulgación, y me dio vergüenza no saber nada de él. Entonces consulté varias biografías. Hay un libro muy lindo que tiene un prólogo de Borges con varias de sus obras que, si no me equivoco, es de Ediciones de la Flor. En otras biografías encontré el dato que dio lugar a la novela: que los familiares habían arrancado páginas de sus diarios, en particular una muy importante que corresponde al día en que Carroll se pelea con los padres de Alice Liddell y a partir de ese momento le impiden ver a las niñas. Sus sobrinas nietas, que eran las que habían arrancado las páginas, guardaron un papel con una anotación con lo esencial del contenido. Ese papel fue hallado en el año 1994 que es el año en que transcurre la novela. Para mí todo caía en su lugar, porque yo había dejado mi novela anterior en las puertas del año ’94. Entonces retomé los personajes. Me parecía fascinante desenrollar toda una novela a partir de una frase. Y eso es lo que intenté hacer. Esa frase dice mucho aunque quizá a no parezca tan impactante. Hay dos intrigas en la novela y una tiene que ver precisamente con el mundo que abre esa frase.

–Es una novela de género policial pero que tiene una gran vuelta de tuerca.

–Sí, es el rescate de un género que parecía superado por la novela negra. La novela de enigma quedó un tanto desacreditada, licuada respecto de la supuestamente más moderna novela negra. No creo mucho en las teorías que circulan sobre la novela negra y sobre lo artificioso de la novela de enigma. Pienso que en toda la literatura hay artificio y creo que la novela de enigma es un género tan noble como cualquier otro, si uno logra lo que pedía Borges: hacer una transgresión a las leyes de la narración policial. Él hablaba de la «delicada infracción de sus normas». Creo que en esta novela intento algo así. El círculo de la novela de intriga, en especial de este género que es el Whodunit (el nombre remite a la contracción de Who has done it?, ¿Quién lo hizo)es muy bueno para intentar decir algo de epistemología, de filosofía. Si yo hablara de estos temas en una novela filosófica, sería un ensayo filosófico. En cambio, cuando se trabaja con la estructura policíal inmediatamente aparecen los temas de la verdad, lo demostrable, la fuerza de las conjeturas, los dobleces humanos. En Los crímenes de Alicia todo lo que Sharon ve está equivocado aunque es razonable. Eso muestra cómo lo que uno percibe puede estar totalmente errado. Los hechos se ordenan de una determinada manera y a partir de ese orden, según la mirada, cada uno puede decir cosas diferentes. Es lo que llamo «la línea Pierre Menard».

–Borges muestra que un texto idéntico palabra por palabra al Quijote puede, sin embargo, ser diferente. Los mismos hechos pueden ser entendidos de manera diversa.

–Claro, las fotos que tomaba Carroll actualmente no se podrían tomar y hacer públicas. Hoy se lo consideraría un pedófilo.

–En el siglo XIX la idea de infancia era muy distinta de la de hoy.

–Sí, en esa época había una idea de infancia ligada a los ángeles, al ideal edénico porque había mucha mortalidad infantil. Pero, paralelamente, están las novelas de Dickens, los fosforeritos que describe Marx. Los chicos también eran fuerza de trabajo y a los 12 años las chicas se podían casar. Hay una carta que menciono en la novela que le envía Carroll a un primo que está obsesionado con una niña de 11 años. En ella le aconseja que se aparte, que se vaya a vivir a otra ciudad y que espere a que la chica cumpliera 12 (risas). Hoy eso sería imposible. Las niñas que retrata Carroll parecen adultas, aún no está en ellas el gesto de la infancia.

–Aparece allí el tema de la repetición no sólo en la copia de las fotos, sino también en el recurso de utilizar una misma estética.

–Sí, aparece el tema de la copia: la copia de la letra y la idea de que todo lo que sabemos del mundo físico es una medición y una medición es la huella de algo que está en otra dimensión. Hasta en la física subatómica, cuando medís estás haciendo una proyección, es decir, estás tomando una de las posibilidades. Con las fotos pasa algo parecido. Vos ves la imagen pero no la preparación de la foto por detrás. Sin embargo, a partir de esa imagen podés inferir algo, como a través de los ecos del ruido de un choque podés inferir algo de lo que pasó. En la novela la escritura también es una foto inmóvil de la que se puede reconstruir el movimiento que hay detrás. Todos esos temas no los tuve desde el principio, sino que fueron apareciendo mientras escribía.

En la época de Carroll la fotografía tenía algo muy teatral, con decorados que venían de la ópera.

–Claro, era muy teatral. Por eso Carroll implanta las fotos en pinturas. Él hizo 2500 fotografías. Yo tengo dos libros en los que se puede ver el catálogo completo. La mayoría de las fotos son de grupos familiares, de niños vestidos con disfraces abotonados en la época en que el desnudo infantil no era tabú, por lo que podría haber sacado miles de fotos de ese tipo. Sin embargo, en ocho sesiones fotográficas sacó sólo unas diez. Pero hubo un elemento extraño al final de su vida, que es lo que trato de decir en la novela. Quizá se sentía más impune, ya era un escritor muy consagrado, famoso. Se rumorea que les pagaba a mujeres pobres para que les dejaran a sus nenitas para sus sesiones fotográficas. Ese tramo de su vida es el más oscuro.

–¿Una novela policial es una especie de teorema?

–Para mí hay una analogía muy fuerte entre la escritura policial, el acto de ilusionismo y la demostración de un teorema. En Crímenes imperceptibles hay todo un acto de ilusionismo que lleva a cabo René Lavand. En los tres casos hay elementos comunes. En el caso del teorema, unas pocas hipótesis que parecen siempre insuficientes. En el de la magia hay elementos cotidianos, prosaicos: un billete arrugado, una moneda, objetos tomados a veces del público y que no tienen ninguna extrañeza. En el de la novela policial en principio los personajes parecen personajes de todos los días. El acto de ilusionismo consiste en la trasmutación de todo eso en algo que se ordena lógicamente de otra manera. Borges tiene un ensayo que se llama Leyes de la narración policial y el sexto mandamiento es «Necesidad y maravilla de la solución». Eso aparece en los tres campos. El teorema se deduce paso a paso, por lo que su solución es necesaria, se demuestra que es así y no puede ser de otra manera. Es una maravilla que se hayan recorrido todos esos vericuetos para llegar al resultado final. Lo mismo pasa con la novela de intriga, cuando llegás al final y es un buen final, el resultado te parece natural en relación con una lógica que vos no hubieras percibido. En el acto de ilusionismo, el mago hace una serie de movimientos que parecen naturales pero a partir de esos movimientos surge algo inesperado. En los tres campos hay una misma operación que es para mí el elemento extraordinario de la literatura, lo que convierte a la literatura en arte. Lo prosaico se transmuta en algo maravilloso. Al menos, es lo que yo pido que haga la literatura no sólo en el género policial, sino en cualquier relato, que a partir de personajes por los que no darías nada, te lleve a un lugar que nunca hubieras imaginado. «