Tras una semana de locura, el ministro de Economía, Martín Guzmán, tomó el mando del timón cambiario, algo que es propio del Banco Central, a fin de estabilizar el valor de los dólares paralelos. Cuando parecía que se habían roto todos los puentes entre la especulación y el gobierno, logró una tregua cuyos alcances están por verse y cuyo costo, por ahora, aparece como lejano. Siempre y cuando no haya una devaluación brusca.

El ministro apeló a todas las herramientas que tiene a su alcance, desde las más ortodoxas, como la emisión de bonos ligados a la evolución del dólar, hasta los llamados telefónicos a los dueños de las agencias de liquidación y compensación, para que enfriaran a sus clientes si les pedían nuevas operaciones para dolarizarse.

El resultado es que la caída de los dólares paralelos se ha sentido, al punto de que el llamado dólar MEP o bolsa, el que surge de comprar y vender bonos en una operación cuyo resultado final es una cuenta en dólares dentro del país, cerró el viernes apenas cinco pesos por encima del valor del dólar solidario, el que surge de agregarle al dólar oficial el impuesto PAIS y el anticipo del pago del 35% de Ganancias.

Tregua

Este diario publicó en su edición del domingo pasado que había un golpe de mercado en marcha. Claramente, el golpe ha aminorado. En medios financieros se decía la semana pasada que había cierta confusión entre los operadores ya que algunos, que hasta la primera quincena de octubre aseguraban que no había techo para el valor del dólar paralelo y consideraban que $ 200 era el valor real de la divisa en la Argentina, cerraron la semana pasada con un espíritu mucho menos belicoso y más dispuesto a pensar que tal vez había un punto de contacto con el dólar oficial en torno de los 130 pesos a fin de año.

El cambio en las expectativas podría afirmarse si en las próximas dos semanas el gobierno recibe buenas noticias en el frente externo: desde la llegada de más liquidaciones de exportaciones tras el frustrado acuerdo con las cerealeras puesto de manifiesto el 1 de octubre, hasta algún anuncio de organismos del exterior que incluyan dólares a futuro. En ese sentido, pesan mucho dos posibilidades: una es la del BID, cuyo nuevo jefe, Mauricio Claver Carone, aseguró que está dispuesto a «ayudar» y la otra es la señal que dé el Fondo Monetario, cuya misión se espera a mediados de noviembre (ver página 12).

La propia negociación con el FMI aparece como un mojón en la domesticación de las expectativas devaluatorias. En el gobierno consideran que si los avances que se van dando en esa mesa se comunican correctamente, los especuladores comenzarán a ver que la apuesta a la devaluación ya no es tan conveniente y comenzarán a desarmar posiciones.

Este último aspecto es el termómetro de todo el asunto. El Banco Central tiene entre 5000 y 7000 millones de dólares vendidos en contratos a futuro en los que asegura que el valor del dólar estará en torno de las propuestas que plantea el gobierno nacional. Esos contratos van venciendo cada fin de mes. Si valor del dólar es menor al estipulado, el BCRA gana y pierde la contraparte. Pero si hay devaluación, el BCRA pierde y a medida que la diferencia se agranda las pérdidas se agravan. Las contrapartes del BCRA compraron esos contratos creyendo que  tienen un súper negocio asegurado, como a fines de 2015. Por eso es que una señal de cambio de expectativa será  si comienzan a deshacerse de los mismos.

La otra cara de la caída de los precios de los dólares alternativos es que el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) debió salir al ruedo a vender algunos de los bonos en dólares que recibió en el último canje de deuda. El objetivo fue calmar al mercado del contado con liquidación, la forma de fugar dólares al exterior. Pero tuvo que malvenderlos ya que su cotización actual es de menos de 40 dólares por cada 100. Claramente, es una alternativa que no tiene futuro.