Las pocas fichas que el presidente brasileño Jair Bolsonaro colocó en el tablero electoral de las municipales de la semana pasada, les fueron arrebatadas frente a la voluntad popular. Si bien algunas encuestas le estarían dando un 40% de aprobación a su gestión, el ultraderechista pareciera desgranarse políticamente. Llegó sin partido a la elección y los candidatos que apoyó perdieron en la contienda. Por ejemplo, en la simbólica ciudad de San Pablo, Celso Russomano, terminó cuarto con el 10,4%. Ocurrió lo mismo en otras capitales como Recife, Manaos y Belo Horizonte.

Si bien es cierto que la gestión de Bolsonaro no estaba directamente sometida a evaluación, porque las municipales brasileñas se dirimen preponderantemente en temas locales, lo cierto es que no pudo tener influencia sobre la misma. Especialmente porque los centros urbanos vivieron la caprichosa política de laissez faire frente al COVID-19, lo que provocó más de seis millones de contagios y 170 mil muertes, dejando una situación de miedo a la situación de la pandemia, al desempleo y los efectos de la crisis económica.

Incluso, el Vicepresidente Hamilton Mourão, que buscaba instalarse en la arena electoral brasileña, se fue silbando bajito con un magro resultado, con lo cual se debilita su posicionamiento, como cabeza de un Impeachment o alternativa presidencial junto a Sergio Moro, el ex Juez y ex Ministro que impidió la elección de Luiz Ignacio Lula Da Silva. Poniendo también en dilema al espectro de derecha, que no tiene figura de proyección nacional pero logró recomponerse electoralmente.

Es que la debilidad debilidad del bolsonarismo permitió la reinstalación de los partidos de centro derecha y derecha. De hecho, Sergio Moro, también coquetea con el ultraliberal Luciano Huck, el magnate conductor estrella de la TV Globo, que además de la cadena mediática tendría el apoyo del reconvertido Partido Federal Liberal (creado por la Dictadura Militar de 1964-1985) ahora nominado “Demócratas”, de la mano del presidente de Diputados, Rodrigo Maia, si antes no pergeña alguna movida que desplace a Bolsonaro.

Cabe señalar también que el Partido dos Trabalhadores, del ex presidente Lula, retrocedió en su peso electoral a su nivel previo a su gestión 2002-2016. El domingo pasado, logró elegir 179 jefes comunales, un número similar a los 174 que logró en las municipales de 2000. Durante su gestión creció, ganó 400 municipios en 2004; 557 en 2008; hasta llegar a 644 de gobiernos locales en 2012. Sin embargo, el impacto del Lava Jato, el Lawfare que logró el cometido de destituir a Dilma Rousseff e impedir la elección de Lula, parece seguir mermando al PT, que vuelve a caer por debajo de los 256 alcaldes electos en 2016.

El resultado podría marcar un diluvio derechista, más aún cuando las figuras de alcance nacional del PT salen debilitadas, como Fernando Haddad, quien al no tener chances de disputar la ciudad de San Pablo, que gobernó entre 2013 y 2017, decidió apoyar un candidato, Jilmar Tatto, que quedó sexto con el 8,6%. Sin embargo, el PT todavía tiene un peso electoral relativo y disputará en 15 de las 57 ciudades que tendrán segunda vuelta el próximo domingo 29 de noviembre.

Se puede afirmar que tras el diluvio siempre sale el Sol, y así como en 1989, cuando la caída del Muro de Berlín y la oleada neoliberal marcaba la agenda de Brasil y Latinoamérica, el PT ganaba la Ciudad de San Pablo y Porto Alegre, serán en esas ciudades, que dos jóvenes de izquierda disputarán el balotaje. En la disputa paulista está Guilherme Boulos (Partido Socialismo y Libertad), que desplazó al candidato de Bolsonaro de la contienda y pretende desplazar de la Intendencia a Bruno Covas, del Partido de la Social Democracia Brasileña;  en tanto que Manuela D´Avila (Partido Comunista do Brasil), intentará quedarse con la capital gaucha, ya que que el actual intendente, Nelson Marchezan Júnior (PSDB), quedó fuera al salir tercero, y quien también aspira a quedarse en su lugar es Sebastião Melo del Movimiento Demorático Brasileño.