La revolución de las mujeres marcó esta semana un nuevo hito. El valiente testimonio de la actriz Thelma Fardín provocó un tsunami de denuncias y una consigna llamada a cambiar la historia: #NoNosCallamosMás.

Tras la exposición de Thelma, los relatos de abuso y acoso se multiplicaron en los medios y las redes sociales, mientras que las llamadas al 08002221717 y otras líneas de atención a víctimas trepó 1200% en 48 horas.

Hasta ahora la respuesta del Estado fueron dos menciones frívolas del presidente, el lanzamiento de un «programa de igualdad de derechos» y la incorporación al temario de sesiones extraordinarias un proyecto de ley que se propone prevenir la violencia capacitando a funcionarios.

Puro humo.

Bienvenidos los nuevos programas y leyes –en este tema, lo que abunda no sobra–, pero el Estado cuenta desde hace tiempo con herramientas mucho más potentes y efectivas para abordar las demandas feministas.

Si el gobierno de verdad tuviera vocación de transformar la cultura patriarcal, como ahora imposta, el presidente podría decretar que el Congreso trate y apruebe la reforma de la ley de Educación Sexual Integral.

La propuesta actualiza los contenidos de la Ley 26150, promulgada en 2006, incorporando legislaciones posteriores como la de matrimonio igualitario e identidad de género.

La norma plantea declarar la ESI de orden público, de modo que todas las provincias deben aplicarla más allá de que adhieran a la ley nacional. También especifica que debe instruirse del mismo modo en escuelas estatales y privadas, sin importar el ideario institucional de los colegios.

El proyecto ya logró dictamen en las comisiones de Educación y de Mujer, por lo que está en condiciones de ser debatido en Diputados. Pero su tratamiento quedó paralizado por la decisión política del oficialismo y sus aliados del autodenominado «peronismo federal», quienes cedieron a las presiones de los sectores religiosos y ultramontanos que se manifiestan bajo la consigna #ConMisHijosNo.

El único modo de sembrar un mejor futuro es educar a las nuevas generaciones en la diversidad de género, los métodos de anticoncepción y el respeto por el cuerpo propio y ajeno. El presidente Mauricio Macri, que pasó de justificar el acoso callejero a mostrarse sensible con los reclamos de género, tiene una herramienta a mano para demostrarlo: en lugar de protocolos fantasmas y leyes que cambian poco y nada, tiene la posibilidad de impulsar la reforma de la ESI, una norma que de verdad haría una diferencia.

No es lo que pasa. Como resulta usual, el gobierno busca revocar un problema serio con marketing 3.0 y palabras de ocasión. Hipocresía de Estado en su versión más peligrosa y  brutal.

Total normalidad. «