Varios formadores de opinión tratan de instalar que el problema es el «equipo», que no hay plan, y que lo que se requiere para salir de la volatilidad cambiaria es una señal contundente. Pero, entrelíneas, va quedando cada vez más claro que lo único que pretenden es un mayor ajuste fiscal.

Nada dicen del verdadero problema, que es la restricción externa de divisas: la que importa no sólo es la demanda de dólares para pagar la deuda pública (las llamadas necesidades de financiamiento), sino también la que realiza el sector privado (déficit de cuenta corriente y fuga de capitales).

En este marco, según varios analistas, para calmar a los mercados los anuncios tienen que ser cada vez más duros, con el agregado de que esa calma resulta ser cada vez más efímera. En el modelo de desregulación y deuda, la volatilidad es normal. El contexto resulta funcional a la regla que parece seguir el gobierno: a mayor estrés es necesario un mayor ajuste fiscal.

La vorágine de los acontecimientos recientes es clara al respecto. Hace apenas tres meses se decía que sólo se utilizarían los primeros U$S 15 mil millones del acuerdo con el FMI; el resto iba a ser precautorio. Hoy la realidad es bien distinta.

Hace menos de tres meses el staff del FMI elaboraba un documento donde se plasmaban los escenarios del acuerdo vigente. En el base, el más «suave» y, desde la visión del FMI, optimista, se contemplaba para 2018 un crecimiento del PBI del 0,4%, mientras que en el adverso mostraba una baja del 1,3 por ciento. En una de sus declaraciones recientes, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, afirmó que la actividad caería un 1 por ciento

Con la inflación ocurre algo similar. La proyección base para 2018 era del 27% y la adversa del 31,7 por ciento. El IPC, que creció un 31,2% interanual en julio, superará cualquier proyección inicial.

Los escenarios del acuerdo ya son cosa del pasado. El FMI está recalculando las estimaciones y las nuevas metas. Más allá del desgaste continuo de la figura presidencial, lo cierto es que el fallido anuncio habrá servido para agudizar la «terapia de choque».

Clarín tituló (30/8): “Bancos de Wall Street piden un ajuste fiscal de «shock»”. ¿Pero no es acaso lo que se estuvo haciendo desde que se consiguieron los recursos del FMI? ¿No es lo que ha estado ocurriendo también con la aguda depreciación del tipo de cambio, que está llevando a los salarios a los niveles más bajos de la región, medidos en dólares? Hay que decirlo con todas las letras: el ajuste nunca alcanza; los mercados siempre quieren más, y el hilo siempre se corta por el lado social.

En esto tampoco hay mala praxis. De hecho, el yerro en las proyecciones pautadas ha sido una constante del FMI (por ejemplo en Grecia). Se asocia a la lógica de presentar escenarios venturosos que nunca se terminan materializando, con el objetivo de que las políticas sean menos cuestionables. Y si no se alcanzan los resultados, es porque falló la dosis de la prescripción médica. Es la retórica que típicamente se utiliza en todo esquema neoliberal. Pero, ¿cuál es el esfuerzo a pagar para recuperar la credibilidad de los mercados, en caso de que tal cosa sea posible de conseguir? En el mejor de los casos se trataría de una victoria «pírrica», de alto costo social.

El tamaño del ajuste que se avecina es tal que hasta puso en alerta a sectores empresarios que comulgan con el gobierno. El presidente de la Sociedad Rural Argentina, Daniel Pelegrina, pidió que se mantenga la línea en torno a la baja de las retenciones. A cambio, se mostró dispuesto a que el Estado regule «algunas cuestiones». «El plazo a diez años para reingresar las divisas de la producción es un plazo demasiado largo. Se debe trabajar para que haya un plazo más lógico», sostuvo. La declaración da pie para un par de comentarios. No deja de ser revelador que el presidente de la SRA desconozca que ya no existe obligación de ingresar los dólares de las exportaciones. Reconoce, además, que la eliminación de la obligatoriedad de liquidar los dólares le reportó al sector agroexportador una concesión importante. También da a entender que no están dispuestos a hacer aporte alguno para ayudar en esta crisis (en poco cambia establecer un plazo de, por ejemplo, un año si las divisas se requieren hoy).

No hay que dejar de mencionar la política de flotación cambiaria, que dejó librada la cotización del dólar al libre juego de la oferta y la demanda. Uno de los efectos de la suba del dólar se da en las cuentas fiscales, dada la gran porción de deuda que está denominada en moneda extranjera (82,5 por ciento). La responsabilidad del gobierno nacional es ineludible.

También preocupa el traspaso del tipo de cambio a la inflación, aunque no a todos por igual. Desde su oficina, en Nueva York, el economista Walter Molano señaló estos días que «la inflación no va a ser un tema porque Argentina está en una profunda recesión (…). Cuando la gente no tiene dinero para comprar bienes, no los compra. Así funciona la economía, y es lo que necesitamos». Sin anestesia, para retomar las metáforas médicas. Aparte de reconocer que estamos en una profunda recesión, también preocupa porque muestra cuál es el pensamiento de los mercados financieros, principalmente externos. De hecho, en una entrevista de algunos años atrás en La Nación (2013). Molano decía: «Si uno llama y pide 5 millones de dólares de un bono corporativo argentino, lo hace saltar 4 o 5 puntos». Es una muestra de la potestad de los mercados para fijar precios y tasas, lo cual se agrava en entornos completamente desregulados, como ocurre actualmente.

Por eso, de manera coherente con su visión de operador financiero, ahora dice: «hay un montón de gangas allí en la Argentina. Es hora de tirarse al agua». Siguiendo esta línea, con tono más académico, Carlos Rodríguez (CEMA) señaló que a un hipotético sucesor de Macri «le recomendaría que ponga como prioridad uno respetar los compromisos internacionales, poniendo como colateral (garantía) lo que sea. Hoy propuse que usemos Vaca Muerta como respaldo». Pareciera que finalmente empieza a verse de qué se trataba la idea de «Argentina: tierra de oportunidades», el documento que en 2016 elaboró el gobierno para atraer a los inversores externos. Lo real es que desde que arrancó la gestión Macri, prácticamente las únicas inversiones externas que se han recibido han sido las especulativas, las que ahora muestran su verdadera esencia. Era esperable: se les puede hablar de cualquier manera pero siempre responderán «con el bolsillo».

El profesor Aldo Ferrer señaló mucho tiempo atrás: «La deuda externa cumple un papel sin precedentes en las fluctuaciones económicas. El servicio de la misma se constituye en el eje central sobre el cual gira toda la política económica. Los objetivos referidos al nivel de actividad económica y el empleo quedan subordinados al reciclaje de los fondos necesarios para complementar los recursos propios destinados al servicio de la deuda». La cita, de 1995, posee una incuestionable actualidad.

Por eso, resulta imperioso abandonar el patrón de endeudamiento y desregulación actual. De lo contrario, el ajuste será largo y cada vez más duro. En paralelo, se seguirá erosionando el terreno que se les dejará a próximos gobiernos, que verán fuertemente condicionada la implementación de políticas que ayuden a revertir la crisis social. «