“Habían pasado tantos años desde mi última cita que ya me consideraba una fundamentalista de la imposibilidad. Durante una década no recibí demasiadas propuestas. Al principio me victimizaba infiriendo que siempre había tenido mala suerte en el amor. Cuando ese argumento comenzó a debilitarse por no estar edificado sobre una base racional sólida (¿quién es, en definitiva, desafortunado por siempre y debido a qué factores terrenales?) recordaba a la fuerza ciertas experiencias fallidas con algunos hombres y terminaba asumiendo que me habían dejado una huella traumática, lo cual explicaba el descenso de mi autoestima al nivel de un sótano corriente.”

Así comienza la novela de Melina Dorfman Los triunfos pasajeros (Tenemos las máquinas). Quien habla es Ruth, una mujer que la autora dice imaginar como una treintañera. Vive sola, trabaja como periodista y escribir sobre el amor es un intento de entender sus mecanismos. Lo suyo no es un discurso amoroso a la manera de Roland Barthes, sino una investigación sobre su pasado amoroso en donde se encuentra con la figura de Félix, alguien muy diferente de ella que llevó su autoestima a su nivel más bajo.

Recordar, como se sabe, no es volver a una fotografía fijada en nuestra memoria y siempre igual a sí misma. Por el contrario, es armar y desarmar creativamente retazos de memoria, buscarles un lugar que encaje y construir de ese modo un relato. Porque sólo en el relato los fragmentos adquieren sentido para el que recuerda, aunque con los mismos fragmentos podrían armarse relatos muy diferentes. Es en el orden, la interpretación, y el énfasis que les damos a eso retazos, donde, como Ruth, inventamos nuestra propia vida.

-¿Cuál era relación con la literatura antes de escribir esta novela?

-Siempre me dediqué a hacer fanzines literarios que son publicaciones de baja tirada y bajo costo, generalmente en fotocopia, con una distribución acotada en ferias o de mano en mano.

-¿Cuáles eran sus contenidos?

-Los últimos que hice fueron diarios de viaje. Fue una trilogía. Uno de ellos fue sobre Montevideo, otro sobre París y otro sobre Londres, que fueron tres viajes que hice en el mismo año. Todos tienen una peculiaridad que es que describen con mucho detalle las ciudades y que están acompañados por pensamientos de la narradora. Cada ciudad tiene su peculiaridad, pero trabajé mucho sobre los pensamientos de la narradora repitiendo recursos para dar la impresión de que a ella le pasa siempre lo mismo.

-¿Cuánto tiempo trabajaste con estos diarios de viaje?

-Dos años y luego tuve ganas de hacer algo más largo, porque me sentía más preparada para hacerlo. Comencé entonces un taller literario con Luis Chitarroni. Le plantee que tenía ganas de escribir una historia de amor y trabajarla desde la forma. No sé si es algo que se observe mucho en mi novela, pero hay todo un trabajo de la forma que era mi objetivo principal. Quería hablar de una historia amorosa desde el punto de vista de una narradora, por su manera peculiar de ver las cosas y que, a la vez, esa narración estuviera siempre interrumpida por otras cosas que le pasaron a esa narradora en un pasado anterior a la historia que cuenta y que le pasan en su presente. 

-¿En qué te basaste para lograr lo que te proponías?

-Recordé una novela de Ian Mc Ewan, Chesil Beach.  Para mí el autor no es una referencia, no soy muy fan de él, pero en su momento leí esa novela y me había impactado. No la recuerdo con detalle, pero sí recuerdo o tengo la sensación de que contaba una historia sentimental problemática y que siempre que estaba por pasar algo entre los personajes la interrumpía e iba al pasado. Quizá, si la leyera ahora sería diferente, pero me había quedado con esa sensación y me gustaba hacer algo así, una narración interrumpida. Me gustaba trabajar ese tipo de formato. También tuve en cuenta El final de la historia, de Lydia Davis que sí es una escritora que me gusta mucho. Y Las cosas de Georges Perec. Leí esa novela hace muchos años y me quedó la sensación de que si bien se suponía que contaba una historia, en realidad no contaba nada. Relataba la vida de una pareja burguesa, pero en el fondo no pasaba nada entre ellos, era todo muy descriptivo.

-Algo así como Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino, que es una novela que no comienza nunca.

-Sí, también. Me gustan los libros que tengan algo de gracia en su forma, que representen para mí un desafío como lector y siempre intento hacer eso con mis textos. A veces lo logro y a veces no.

-¿Y los contenidos de la historia narrada y las pequeñas ideas que interrumpen qué origen tienen?

-Trabajo mucho con un registro de lo real: anécdotas que protagonizaron amigos o amigos de amigos, cosas que escucho en la calle de las que tomo nota o grabo en el celular. Luego imagino una historia que reúna todo eso. Hacer esa historia es un proceso muy divertido.

-¿Cómo procediste en el caso de Los triunfos pasajeros?

-Escribí por separado. Primero, la historia sentimental y las historias que la interrumpen las escribí en otra etapa. Luego las mezclé y ahí hubo un gran trabajo de edición que requirió que inventara nuevas cosas, creara nuevas variables.

En este momento de empoderamiento de la mujer, es una novela que habla de lo femenino. ¿Eso fue consciente?

-No lo noté tanto en un principio, sino al terminar la novela. Tuve esa sensación cuando vi el texto completo. Sí intenté crear una narradora que tuviera una voz diferente como mujer, una narradora que represente lo femenino de otra manera. Como queda a la vista, es una narradora muy neurótica, que se autodesprecia permanentemente, que siempre quiere controlar su realidad, entenderla. Se entiende mucho a sí misma porque tiene un pensamiento exacerbado, pero no comprende bien al otro y ante el desconocimiento de lo que tiene enfrente, prefiere echarse la culpa de todo. En un punto es un personaje polémico, porque es una mujer que se define por lo que piensa y hace y piensa mucho más de lo que hace. Hace poco porque tiene miedo de equivocarse. En ese sentido, no es una mujer empoderada porque piensa que equivocarse es algo muy trágico.

-Pero no me da la sensación de que siempre piensa tanto lo que hace. A veces, se manda.

-Sí, exacto, porque piensa que la experiencia es muy importante para cambiar el pensamiento. Eso la convierte en un personaje muy errático, muy previsible. Mi sensación es que cuando uno cree que la conoce, sorprende con algo inesperado porque termina haciendo algo de lo que no se cree capaz. Creo que genera mucha empatía no sólo con las mujeres, sino también con los hombres. Me lo han dicho varios porque se muestra un poco como somos todos nosotros.

-¿En qué exactamente?

-Todos hacemos papelones en el intento de formar una relación y, sin embargo, no lo decimos por estrategia o por vergüenza. Este personaje que exacerba todas estas conductas humanas hace que mucha gente se sienta identificada. Si bien por momentos parece muy pesimista, luego se ve que tiene mucho sentido del humor, saca fuerzas de donde no tiene y termina generando un cambio. Hay gente que conecta con esa parte positiva, aunque gran parte de la novela tiene que ver con sus aspectos negativos.

No sé si sus aspectos son negativos. Lo que pasa es que el amor siempre nos coloca en un lugar de fragilidad. Y ella, como todo neurótico, es alguien que persiste en el error.

-Persiste en el error porque es lo que conoce y lo que suele suceder con personas que se comportan de ese modo es que prefieren lo conocido porque es un lugar cómodo para ellas.

Es una persona que tiene estabilidad en ciertos aspectos: tiene una casa, tiene trabajo y persiste en la idea de formar una relación de pareja, pero se relaciona con alguien inestable que no da muestra de quererla como ella necesita.

-Pero creo que al mismo tiempo la relación entre esos dos personajes funciona por la complementación. Yo intenté representar formalmente la neurosis del personaje principal. Ella clasifica, reclasifica, va y vuelve en el tiempo porque me pareció que ese tipo de recurso mostraba muy bien su mente. Por el contrario, decidí no darle una voz propia a Félix que es su amante.  Todo lo sabemos a través de ella para reforzar la idea de que la historia está más en su cabeza. Creo que es una pareja funcional porque Félix le permite seguir reafirmando todo lo malo que piensa sobre sí misma, sobre las relaciones, sobre el mundo en general.  Es probable que un personaje diferente la hubiera forzado a cambiar completamente su modo de ver las cosas y de sentir la vida. Estas relaciones son bastante frecuentes entre la gente que conocemos. Hoy en día creemos que estamos muy conectados, muy acompañados y que podemos acceder a una relación de un día o una duradera con solo bajarnos una aplicación, pero en el fondo estamos súper solos. Uno puede tener un trabajo, ser una persona creativa, independiente, tener cierto atractivo que no pasa por lo físico y, sin embargo, estar completamente solo o embarcarse en este tipo de relaciones que no llevan a nada porque también está socialmente aceptada la falta de compromiso.

-Cuando el amor no es correspondido o no tiene la misma intensidad, siempre hay un gran sufrimiento. Sin embargo, ella parece no tomarlo de esa manera, sino que lo registra como una experiencia, indaga en ella, como si esa relación fuera un laboratorio de vida.

-Es verdad, esa historia termina siendo una herramienta de autoconocimiento para ella. De hecho, creo que le sirve porque termina con una idea de sí misa diferente, con un mayor conocimiento de sus potencialidades internas. Quizá tenga una idea distorsionada, pero a mí me pasa que la neurosis dentro de un texto me produce más gracias que bajón y quizá por eso la suya no tiene un efecto trágico. Si bien ella piensa mucho acerca de lo que le pasa, hay cosa que no puede ver y decide no verlas. Siempre la pensé como alguien que no se quiere dar cuenta de las cosas por un tema funcional. Me interesó trabajarla psicológicamente así. Los personajes y las personas que repiten los mismos errores terminan provocando cierta irritabilidad. Para mí, como autora, la irritabilidad que provoca terminó teniendo algo de adorable.