Italia, totalmente cercada para evitar contagios de coronavirus, es por estas horas el paria de Europa. La “zona roja” decretada por el gobierno para toda la península se parece a un desesperado intento por poner freno a la difusión de un mal que se extendió de un modo vertiginoso en gran medida porque las autoridades “no la vieron venir”. Y fundamentalmente porque desoyeron advertencias sobre el descalabro del sistema de salud pública que se vienen enviando desde círculos médicos hace años y que ahora, con unos 10.000 infectados y más de 630 victimas fatales, se convirtió en un problema social, político y económico de magnitud impredecible.

El modelo europeo de Bienestar Social, que fue ejemplo para el resto del mundo desde el fin de la segunda guerra mundial, comenzó a desgajarse de forma imperceptible desde el fin de los años 70. Así lo refleja un estudio del año 2003 del holandés Anton Heemrjijck, para el Consejo Científico de los Países Bajos para la Política de Gobierno. Con el sugestivo título de Recalibrando los Estados Semi-Soberanos de Bienestar de Europa, el investigador indica que desde hace medio siglo la “competencia mundial intensificada, la reestructuración industrial, la austeridad presupuestaria, las relaciones familiares cambiantes y el envejecimiento demográfico han cuestionado los sistemas de bienestar una vez soberanos y estables de la Edad de Oro” del continente. Y puntualiza que “el ´nuevo´ edificio de bienestar sugiere una desviación de una perspectiva de protección social de ´política contra los mercados´, hacia un enfoque de inversión social de ´política con mercados´».

Pero no fue sino hasta los 90 que esos mensajes de austeridad presupuestaria se colaron abiertamente al discurso de la dirigencia política, a pesar de que para la mayoría de la población de la Unión europea, el sistema de protección social estaba virtualmente congelado en provecho de las mayorías de la sociedad.

En el caso concreto de Italia, los recortes fueron creciendo y el más brutal ajuste se inició durante la última gestión de Silvio Berlusconi. Fue después de 2008, luego de la crisis producida por la quiebra del banco Lehman Brothers, cuando el miedo a una estrepitosa caída de los mercados extendió la moda de las tijeras presupuestarias.

El polémico empresario milanés, envuelto en una crisis política por cuestiones de fiestas bacanales, se fue del Quirinal en noviembre de 2011, luego de que el Parlamento le aprobara un presupuesto a pedido de la UE, con ajustes en todas las áreas de la administración pública. Lo sucedió Mario Monti, un hombre del mundo de las finanzas sin el menor carisma ni la intención de tenerlo. Pero con una vocación de ajuste incorporada a sus genes. La excusa de que Italia tenía deudas por 120% de su PBI era un argumento que sonaba fuerte.

En febrero de 2012, un caso dramático puso al descubierto hasta donde había caído un sistema como el de la salud italiano, que había sido orgullo nacional hasta no hacía tanto. Una mujer de 59 permaneció en coma durante cinco días atada a una camilla en la sala de primeros auxilios del Policlínico Umberto I de Roma porque no había camas donde atenderla.

Las autoridades no tuvieron mejor idea, esa vez, que suspender por tres meses a los médicos responsables del hospital, lo que levantó las protestas de los gremios, que lograron frenar el castigo. Una semana antes, la fiscalía romana había abierto una investigación al descubrir que pacientes con problemas coronarios eran atendidos en el piso en el Hospital San Camilo. Claudio Modini, director del Umberto I, dijo en esa ocasión que “faltan camas para realizar los ingresos. Es necesario resolver esta situación”.

Los recortes de Monti sumaron 4500 millones de euros en sanidad y la administración pública a cambio de no subir dos puntos el IVA. La reducción en el presupuesto treparía a 10.500 millones de euros en 2013 y 11.000 en 2014. Hubo también despidos y jubilaciones anticipadas para ”aliviar” las cuentas sueldo.

El tecnócrata de Goldman Sachs y de la Comisión Europea aseguraba que de ese modo la economía italiana iba a crecer.  En 2019 el PBI italiano fue similar al de 2004 y estaba 4 puntos abajo del de 2007, un año antes de que se iniciara el período de austeridad. En el último trimestre del año pasado, cayó un 0,3%.

En 2018, cuando una crisis se llevó puesto al primer gobierno del actual presidente del Consejo de Ministros, Giuseppe Conte, la gremial médica ANAAO-ASSOMED habló de “pronóstico reservado” para referirse al sistema sanitario italiano. “Si el sistema no ha quebrado ya -dice una carta abierta para Conte- se debe al esfuerzo titánico de los profesionales, que continúan soportando los recortes y tratando de prestar una asistencia sanitaria de calidad, aunque sufriendo también un proceso de deslegitimación social que les expone a un nivel más alto de agresividad por parte de la población”. De paso, contaban que la asistencia sanitaria podría ayudar a la recuperación económica del país. “La cadena de suministro equivale a 11 puntos del PBI”, aaseguraron hace dos años.

Ni bien el coronavirus apareció, Italia fue apareciendo como el foco de contagio más grande fuera de China. ¿Muchos viajeros venidos del país asiático, muchos negocios entre ambas naciones, teniendo en cuenta que el lugar con más afectados es el norte, donde ase asienta la zona industrial y más rica de la península?

Danielle Macchini, médico en la clínica privada Humanitas Gavanezzi, de Bérgamo, señaló en su página de Facebook que los hospitales de la Lombardía, estuvieron varios días “esperando una guerra que aun no había comenzado y que no estábamos seguros de que llegaría”.  Pero de pronto se vieron desbordados y sometiéndose al riesgo de contagiarse en el mismo momento de atender a los afectados por “la escasez de dispositivos de protección”.

Es lo que le ocurrió a Roberto Stella, de 67 años, presidente del Colegio de Médicos de Varese, que fue ingresado en el hospital de Como por insuficiencia respiratoria y murió este martes. » Es una gran pérdida para la medicina general -lo despidió Silvestro Scotti, secretario nacional de la Federación de Médicos de Medicina General (Fimmg)- representaba el compromiso y la capacidad de sacrificio de los médicos de familia”.

Scotti añadió que “su muerte representa el grito de todos los colegas que aún no tienen equipos de protección personal en la actualidad. Es el testimonio dramático de que hoy somos una parte integral de este sistema nacional de salud que está en emergencia”.

La muestra de que la situación se tornó indomable la dio otro profesional, también de Bérgamo. Christian Salaroli declaró al Corriere della Sera que están tan sobrepasados que, como en la guerra, ante la llegada de un nuevo infectado deciden si atenderlo en función de la edad y su estado de salud. «Si una persona e entre 80 y 95 años tiene una insuficiencia respiratoria grave, seguramente dejara de ser tratada», detalló, preocupado por el dilema ético que enfrentan los profesionales a cada instante.  

Cuando el ministro de Salud de Berlusconi, Ferruccio Fazio, tuvo que explicar los recortes al sistema sanitario ante la OMS, dijo que Italia tenía la segunda tasa de expectativa de vida más alta del mundo, con 85 años para las mujeres y 80 para los hombres. Y agregó que esa situación en un país que destinaba casi 7% del PBI a la salud obligaba a tomar medidas para hacer que el sistema fuera más eficiente. «Los mejores sistemas de salud son aquellos que gastan menos”, informó.

Tal vez la respuesta apuntaba, sin decirlo explícitamente, al drama que día a día enfrenta el doctor Salaroli en el hospital lombardo.