Juca Ferreira, ministro de Cultura de los gobiernos de Lula Da Silva y Dilma Rousseff, viajó a la Argentina invitado por el Observatorio de Cultura Política y Políticas Culturales de CCC Floreal Gorini y la Universidad Nacional de 3 de Febrero (UNTreF) para presentar su libro Las políticas culturales brasileñas en el siglo XXI. En diálogo con Tiempo Argentino se refirió a las medidas implementadas durante su gestión e hizo una autocrítica sobre los errores gubernamentales que culminaron con el triunfo de Jair Bolsonaro.

–¿Cómo es ser el ministro de Cultura de un país tan vasto y diverso?

–Ser ministro de Cultura de Brasil supone muchos desafíos. Uno de ellos es la diversidad cultural. El país tiene dimensiones continentales y una enorme diversidad territorial, étnica, económica. Hay muchos aspectos a considerar para construir una política pública. La tradición en Brasil era tratar sólo la identidad y el Estado era el que determinaba cuál es la identidad brasileña. Nosotros dimos un giro sobre esa tradición y comenzamos a trabajar la diversidad cultural como la marca principal de nuestra identidad. Un gaúcho, un bahiano, un carioca son distintos pero hablan la misma lengua y tienen estructuras de identidad comunes. Esto es parte de nuestra riqueza cultural. Ese cambio fue muy importante para que Brasil aceptara todo lo que implica ser brasileño.

–Ustedes trabajaron con Puntos Culturales. ¿Cuáles fueron los resultados?

–La idea de los Puntos Culturales nació en los primeros días de la gestión. Hay centenas de millares de grupos culturales distribuidos en todo Brasil. Son creaciones de la propia población que no tenían reconocimiento ni visibilidad, pero que cumplen un rol cultural importantísimo. En ambientes muy degradados socialmente es una forma de construir humanidad. Por eso nosotros empezamos a trabajar para reconocer esa condición de la cultura brasileña, esas manifestaciones de protagonismo cultural de la propia población. Los seres humanos hacen cultura en cualquier condición. Para construir una cultura democrática entendimos que era necesario trabajar con esa complejidad. El concepto de Punto Cultural es muy simple. El gobierno financiaba durante dos años experiencias culturales de estas manifestaciones populares para profundizarlas. Si el proyecto resultaba exitoso, el financiamiento se podía prolongar. La condición para el financiamiento era que el grupo al que iba destinado el dinero tuviera por lo menos dos años de existencia. Nosotros le proveíamos equipos digitales y entrenamiento. Fue un éxito esplendoroso. Tuvimos Puntos Culturales en aldeas indígenas, en asentamientos rurales, en ciudades pequeñas, en la periferia de la gran ciudad. Fue la oportunidad para crear una sinergia muy fuerte en la base cultural del país.

–¿Que cambió tras la destitución de Dilma Rousseff?

–La primera medida del gobierno golpista de (Michel) Temer fue intentar extinguir el Ministerio de Cultura. Pero hubo una reacción fantástica que sorprendió a muchos. Porque nunca había sido un ministerio importante, sino una ficción administrativa. Nosotros empezamos a crear una referencia para la realización de políticas públicas y la concreción de derechos. Artistas y movimientos culturales ocuparon las dependencias en todo Brasil y ellos tuvieron que recular. Hoy lo están destruyendo desde adentro, como termitas, y Bolsonaro lo va a extinguir para convertirlo en un departamento en el Ministerio de Educación. Hay una guerra contra los artistas y la cultura en Brasil: Bolsonaro se posiciona muy próximo al fascismo. Le falta elaboración pero va en ese camino.

¿Qué pasó para que el pueblo aceptara la proscripción de Lula y muchos terminaran apoyando a Bolsonaro? ¿Es una cuestión cultural?

–Es un problema político, aunque es cierto que la política también refleja las estructuras culturales y subjetivas de una población. Brasil siempre fue un país muy conservador. Fuimos el último país del mundo en abolir la esclavitud y la desigualdad siempre está entre las más altas de mundo al punto de que la naturalizamos. Lula transformó a la desigualdad en un problema público, del Estado, y desarrolló políticas sociales para disminuirla y eso asustó mucho a la clase media. No tuvimos la inteligencia de trabajar esa clase media, que quedó en manos de la manipulación de los grandes medios y de las élites. Ellos se asustaron de ver a un pobre a su lado en el avión, en el restaurante, y eso fue decisivo.

–Pero muchos pobres votaron a Bolsonaro.

–Sí. Hay un deseo de los pobres de ser parte de la sociedad y fueron manipulados. Pero también hubo un problema político. Los derechos fueron conquistados sin una reflexión social amplia. Fue como un regalo, sin una transformación de conciencia. Se fueron radicalizando los conflictos y la clase media quedó muy asustada cuando llegó la crisis mundial. Creo que hubo un error de la conducción del gobierno de Dilma y empezamos a perder el apoyo político de la sociedad.

–¿Qué pasó que no pudieron reaccionar?

–Ese es un tema. En Brasil se está evitando discutir autocríticamente los errores. «No, les vamos a dar material a la derecha», dicen. Si hasta el Papa reconoció que había pedofilia y corrupción en la Iglesia. Y eso fortaleció su liderazgo. La autocrítica no debilita, el reconocimiento de errores nos posibilita la reconquista de la confianza.

–Bolsonaro tuvo un apoyo sustancial de las iglesias evangélicas, que ya habían estado cerca de Lula al principio.

–Ellos siempre estarán cerca del que está en el poder. Son muy inteligentes, entrenados, tienen una tecnología empresarial de construcción.

–¿No hubo un intento de contrarrestar eso desde el punto de vista cultural?

–Ese fue un error grave. Nunca tuvimos la noción de la importancia que llegaron a tener. Hoy son fuertes en el Parlamento, en la política, en los medios, demonizan a las otras religiones, principalmente las afrobrasileñas, no respetan la democracia, son máquinas de hacer plata.

–En la etapa que se inicia tendrán una fuerte presencia los militares.

–Los militares volvieron al poder a través del voto y eso es muy grave. Con Temer recuperaron mecanismos que habían tenido que dejar con la redemocratización del país (en 1985) y ahora son una fuerza invisible pero con funciones muy importantes. En el Parlamento, en el gobierno, incluso en el Superior Tribunal de Justicia. El asesor del presidente del Supremo (José Antonio Dias Toffoli, quien fue abogado de Lula y cercano al PT) es un general. A Dilma la echaron sin ningún justificativo legal, pero necesitaban echarla porque la izquierda había ganado cuatro elecciones y todas las encuestas decían que Lula ganaría luego de ella. Eso era insoportable para la derecha, para los partidos PSDB y PMDB, los partidos del establishment. Ni bien Dilma ganó la segunda presidencia comenzaron a maniobrar para que no pudiera gobernar. En condiciones normales, el neoliberalismo no ganaría. Por eso comenzaron un proceso de manipulación de la opinión pública, el lawfare, la criminalización de la política.

–¿Qué debería hacer el PT para volver?

–Construir un nuevo pacto político. El que permitió el fin de la dictadura fue roto y hay necesidad de reconstruir un nuevo pacto. Luego, hacer una reflexión autocrítica mirando a la población con sinceridad y coraje. Tercero, volver a hacer un trabajo de bases para recuperar lo perdido. Porque en verdad Bolsonaro sólo tuvo un 38% de votos de los brasileños, Haddad 20 y pocos, y la gran mayoría se abstuvo o anuló su voto, entonces hay una crisis de representación. La derecha no tiene interés en la democracia. Nosotros somos los que tenemos que construir la democracia en Brasil. «