Los medios del establishment, los dirigentes políticos que forjan sus carreras haciendo denuncias contra sus adversarios, los grupos de derecha en las redes sociales. Todos reaccionaron como quien tiene delante un plato de comida caliente en una fría noche de invierno. Se les hizo agua la boca. Y no fue con cualquier cosa sino otra vez con la muerte. En este caso, la de Fabián Gutiérrez, empresario y exsecretario de la actual vicepresidenta Cristina Fernández.

Gutiérrez había desaparecido el jueves pasado y fue encontrado muerto ayer sábado por la mañana. Los autores del crimen fueron capturados y en pocas horas confesaron lo ocurrido. Uno de ellos habría entablado una relación amorosa con Gutiérrez y planeado con los otros secuestrarlo para sacarle dinero. Todo terminó en un asesinato.

Aunque haya que forzar estos hechos hasta que se rocen con el realismo mágico, la derecha tratará de construir un nuevo “caso Nisman”. Su objetivo es obvio: reeditar la demonización de CFK, ladrona, asesina perversa y diabólica, bruja que vuela por las noches en una escoba y recorre los cielos de Buenos Aires imaginando maldades.

Tomada con cierta distancia, la narración periodística que se construye podría resultar risueña. El problema es que penetra fuerte en una franja de la población. Hay un sector, el antiperonismo visceral, que creerá cualquier cosa que se diga de Cristina siempre que sea una crueldad. No importa lo irracional que pueda ser la acusación. No importa incluso si alguien propone un razonamiento tan sencillo como que CFK es la más perjudicada con estos hechos. No importa absolutamente nada porque el odio está instalado en el interior de esas personas y su único objetivo es justificarlo. A los alemanes que odiaban a los judíos no les importaba si los argumentos de los nazis eran delirantes cuando culpaban, por ejemplo,  a los comerciantes judíos de la crisis económica en la que había caído Alemania luego de la Primera Guerra. Nada importaba. Por eso es tan irresponsable y peligrosa la apuesta por el odio que hacen los medios del sistema y un sector de la política. El odio es como prender una fogata en un bosque. Puede llegar a controlarse y mantenerse en un espacio acotado o puede salirse de control y que todo se incendie.

La actual diputada nacional por la Ciudad, Mariana Zuvic, es una de las discípulas de Elisa Carrió en entender la política como el acto de la denuncia permanente. Es parte de ese grupo de la Coalición Cívica que trabajó codo a codo con las bandas que se dedicaron al espionaje ilegal para armar causas. Zuvic no se iba a perder esta oportunidad. Subió un Twitter: “Fabián era quien más la padeció y quien más la perjudicó”.

Cuando la diputada difundía esta declaración, los asesinos de Gutiérrez ya habían confesado. ¿Acaso importa? No. La verdad no importa, ni siquiera cuando se trata de la muerte. La derecha sigue con su obsesión: destruir a CFK, especialmente destruir la relación afectiva que una enorme parte de la sociedad tiene con la expresidenta. Pasan los años, fracasan, pero insisten. Y es ahí donde radica el verdadero mensaje mafioso que el establishment le envía al resto de la dirigencia política demonizando a CFK. Es claro: el que se mete con esos intereses nunca tendrá paz.