La persistente escalada del dólar, el derrumbe de todos los indicadores de la economía, el aumento de las cifras que miden la situación social, el declive constante en las encuestas, la autonomización de las cloacas de los servicios de inteligencia, el pase a la oposición de fracciones cada vez más considerables del «partido judicial», el distanciamiento de la prensa hasta ayer oficialista, la desconfianza de los mal llamados «mercados», el alejamiento de amplios sectores empresariales y la tensión creciente entre los integrantes de la coalición oficial (con los radicales jugando a las escondidas con la Convención partidaria que debería respaldar la candidatura del presidente Mauricio Macri), son sólo síntomas. Síntomas de una aguda descomposición política.

Las patéticas actuaciones calientes de Macri en sus apariciones públicas muestran, básicamente, que no sabe bien sobre qué pierna baila. El último bochorno lo protagonizó en el Congreso de la Lengua cuando el escritor Mario Vargas Llosa lo interrogó sobre si pensaba cambiar algo de su orientación si ganaba las elecciones y el presidente sentenció que mantendría el rumbo pero iría más rápido. Si locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes, Macri parece bastante perturbado.

La situación es tan desastrosa que hasta macristas paladar negro, como el inefable Federico Andahazi, se dan cuenta de que el país puede estallar y salen a despegarse del proyecto que bancaron desde la hora cero.

Las elucubraciones sobre un eventual «plan V» (que empuje a María Eugenia Vidal a la candidatura presidencial) o hasta un «plan H» (que haga lo propio con Horacio Rodríguez Larreta) son manifestaciones de que el barco está a la deriva. Además, son planes imposibles: si Macri renuncia a su reelección, cava su fosa política y con él se lleva puesto a todos los habitantes del planeta amarillo.

Disgregación y crisis

«En la medida en que la clase dirigente deja de cumplir con su función de dirección económica y cultural, el bloque ideológico que le da cohesión y hegemonía tiende a disgregarse», explica Mabel Thwaites Rey (Estado y marxismo. Un siglo y medio de debates, Prometeo, 2007). La definición se ajusta casi a la perfección al presente inquietante de la coalición Cambiemos.

La crisis que atraviesa el gobierno y el país no es una crisis parcial (económica, política, judicial) o de coyuntura, es una crisis de conjunto, global, total, orgánica.

Con la irrupción del escándalo por el sistema de espionaje ilegal montado por el falso abogado Marcelo D’Alessio, con la anuencia del fiscal Carlos Stornelli y que involucra a varios referentes cambiemitas, se desmoronó la última trinchera discursiva del oficialismo: los valores de la economía están detonados y la economía de los valores directamente estalló. 

En ese contexto, sin ninguna herramienta para la alcanzar un mínimo consenso, el gobierno apeló a la clásica carta de la coerción: envió un proyecto de reforma del Código Penal para agitar las pulsiones punitivas de los sectores más retrógrados de la sociedad como única bandera de campaña.

Sin embargo, no parece funcionar salvo para el núcleo duro cada vez más reducido: el dólar, la pobreza, la caída salarial, la inflación y la economía en general encabezan el ranking de preocupaciones de los argentinos y copan la agenda sin concesiones.

Frente a una crisis como la actual, a Cambiemos le llegó la hora de la verdad: su ascenso al poder se basó esencialmente en un «consenso negativo» que hoy agotó sus posibilidades, su programa económico estaba condenado al fracaso y su personal político está lejos de los grandes estrategas que no pocos creyeron descubrir. Las condiciones internacionales son adversas y la relación de fuerzas marcó un límite a las ambiciones del gobierno de los CEO.

Pero toda la polémica sobre la fisonomía de la nueva derecha quedará para la anécdota, para la memoria y balance. El establishment, que es mucho más pragmático, ya trabaja meticulosamente en la construcción de una alternativa política para el recambio que se construya en el marco del mismo universo de sentidos del macrismo, a su imagen y semejanza. No le va tan mal: en Córdoba logró que la «oposición» se unifique detrás del más macrista de los peronistas y victorias parecidas alcanzó en Tierra del Fuego o Tucumán.

Una vez le preguntaron a Margaret Thatcher cuál era el mayor logro de su vida: «Tony Blair y el Nuevo Laborismo. Obligamos a nuestros oponentes a cambiar sus ideas», respondió. Esperemos que un personaje como Macri, de la misma calaña y mucho menor envergadura, no alcance los mismos éxitos en el medio de su derrota. «