País periférico, remoto, endeudado, pobre, a nadie con dos dedos de frente se le escapa que, para la Argentina, el acceso a algo tan preciado como la vacuna contra el coronavirus, que todos quieren y lo quieren ya, no puede ser sencillo. Aceptado ese condicionamiento, la gaffe aparente sobre la vacuna rusa y su aplicabilidad a los mayores de 60 años tiene varias lecturas posibles.

La primera es la urgencia. El gobierno de Alberto Fernández comenzó tempranamente negociaciones a varias puntas con el único fin de garantizar la disponilbidad de la vacuna (cualquiera, siempre que funcionara) tan pronto se pudiera y a la escala necesaria para inmunizar al personal esencial (los trabajadores de la salud, primero) y a la población con factores de riesgo. La edad avanzada –los índices de letalidad lo demuestran– es uno de esos factores.

La urgencia llevó a diagramar diversos escenarios de acceso a la vacuna, siempre cambiantes. Caído el preacuerdo con Pfizer, que realizó ensayos clínicos de Fase III en la Argentina y hasta exigió una ley que diera cobertura a la aprobación de un tratamiento desarrollado contrarreloj y en circunstancias excepcionales para el país y para todo el mundo, Sputnik V tomó la delantera en las previsiones del gobierno nacional, no sólo en términos de cantidades sino también de plazos.

Como en otras situaciones que ameritaban premura pero también precisiones, el presidente Alberto Fernández apostó doble contra sencillo y dijo que se comenzaría a vacunar en diciembre, y hasta le puso cifras a ese operativo: 300 mil personas. Y hay un problema en este modo de comunicar: la Argentina no maneja prácticamente ninguna de las variables geopolíticas que pueden o bien acelerar, o bien entorpecer el arribo de las dosis.

Esa es otra lectura posible. En pleno rebrote de Covid-19 en Europa y con cifras récord de contagios a nivel global, la demanda de la vacuna es planetaria. El incumplimiento de Pfizer, las noticias de los problemas de su vacuna con las alergias y el estudio clínico “adicional” que anuncio AstraZeneca para la suya enturbiaron un proceso que, un mes atrás, con la divulgación de índices de eficacia superiores al 90%, parecía marchar sin demoras y hasta multiplicaba el valor de las acciones de esos laboratorios. En este cuello de botella global, donde todos la quieren y muy poquitos la tienen, el acceso vuelve a complicarse.

En esa geopolítica compleja, el lobby de la industria farmacéutica y de los países de origen de los laboratorios en pugna hace lo suyo. Y la víctima propiciatoria de ese lobby en los medios de comunicación de Occidente (también en la prensa concentrada de la Argentina, por supuesto) es Sputnik V.

Como en una remake agónica de la guerra fría, la vacuna rusa ha sido el centro de todos los ataques y de todas las fake news, mucho más desde que el gobierno argentino anunció el preacuerdo con la Federación Rusa para la provisión de millones de dosis, y la firma del contrato, hace apenas una semana.

Fue, en términos de comunicación, un balde de agua fría que Vladimir Putin dijera que no se aplica la vacuna porque aún no está aprobada para los mayores de 60 años. Desde luego, hay dos modos bien distintos de comunicar esa noticia. Una, la que de inmediato recorrió los medios corporativos y sus redes, es que el gobierno estaba apostando todo a una quimera. Otra, que, en efecto, la publicación de los resultados de ese tramo de los ensayos clínicos de Fase III está pendiente; que, en consecuencia, hoy Sputnik V no está aprobada para esa franja etaria; pero que todo indica que el Instituto Gamaleya lo hará en los próximos días. Fin de la opereta.

¿Sabía el gobierno nacional de este detalle? Debería haberlo sabido. Si lo sabía, ¿debería haberlo comunicado? Sí. La frase de Putin los agarró en off-side. Pero quizás no lo sabía fehacientemente. ¿Cuán transparente es la comunicación del gobierno ruso sobre este tema, en medio de la guerra comercial de laboratorios y patentes que disparó la vacuna? ¿Es realmente mucho menos transparente que la de los laboratorios privados occidentales?

Hay mil versiones encontradas sobre cuál es la mejor vacuna. De hecho, utilizan tecnologías diferentes (adenovirus de humano, de chimpancé, ARN mensajero, virus inactivado) y tienen distintos regímenes de conservación térmica. ¿Es mejor o peor la rusa? ¿Quién sabe? Si los organismos correspondientes las aprueban, en la emergencia global, todas deberían ser útiles contra la pandemia.

Pero hay otra pregunta que deberíamos ponernos de vuelta en nuestro lugar, mal que nos pese, periférico, remoto, pobre. ¿Cuántas Carlas Vizzottis de cuántos países están negociando vacunas en Moscú? ¿Cuántas en los áridos despachos de las principales multinacionales de la poderosa industria farmacéutica?