Desde que la pandemia de coronavirus comenzó a extenderse por nuestro planeta, los intelectuales más destacados del mundo circularon sus artículos por las redes. En esta nueva bibliografía surgida al calor de la crisis sanitaria, se observó que los textos firmados por personas que no son varones están en su inmensa mayoría firmados por feministas. Podríamos pensar que esto es un movimiento meramente aditivo, en el que se informa acerca del impacto que el contexto tiene en mujeres y personas LGBTIQ+ para lograr una caracterización más acabada de la coyuntura. Sin embargo, ninguno de estos artículos se centra en ello, sino que dan cuenta de la vasta experiencia de los feminismos en pensar los problemas desde los cimientos mismos de la cultura.

Una de las primeras referentas feministas en hablar de la pandemia fue Judith Butler. En su texto del 19 de marzo, bajo la premisa “el virus no discrimina, nosotros sí”, desde Estados Unidos, la filósofa reflexionó sobre las coberturas médicas. “En su opinión (la de Elizabeth Warren, precandidata a la presidencia por el partido demócrata), la cobertura médica es un ‘derecho humano’ por lo que quiere decir que todo ser humano tiene derecho al tipo de atención médica que requiere. Pero, ¿por qué no entenderlo como una obligación social, una que se deriva de vivir en sociedad los unos con los otros? Para lograr el consenso popular sobre tal noción, tanto Sanders como Warren tendrían que convencer al pueblo de que queremos vivir en un mundo en el que ninguno de nosotros niegue la atención médica al resto”. Con esta distinción entre derecho humano y obligación social, Butler entiende lo primero como un programa estatal dentro del esquema actual, una decisión de asignación de fondos.

La autora refiere a una reconfiguración en la que se comprenda colectivamente que las acciones mediante las que unos afirman sus privilegios dependen de la explotación de los otros y que el acceso a una cobertura médica para todos podría ser una consecuencia necesaria de un nuevo entramado y no un agregado a las condiciones de vida actuales. Por su parte, María Galindo, psicóloga y activista feminista boliviana, aborda el tema de los Derechos Humanos desde la preocupación por el rol de las fuerzas de seguridad y los mecanismos de control estatal como forma de vigilancia. En su artículo afirma que “el coronavirus es un permiso de supresión de todas las libertades que a título de protección se extiende sin derecho a réplica, ni cuestionamiento” y que “es un arma de destrucción y prohibición, aparentemente legítima, de la protesta social, donde nos dicen que lo más peligroso es juntarnos y reunirnos”. Desde esta óptica, Galindo pone sobre la mesa otra dimensión del impacto sobre la crisis en las mujeres y LGBTIQ+ del que poco se habla: ¿qué consecuencias tendrá esta crisis sanitaria en nuestro activismo político?, ¿qué pasará con nuestras formas de organización, con nuestra agenda común, luego de meses sin poder reunirnos, con cada grupo absorto en su emergencia y con un sistema político completamente abocado a mitigar los efectos del coronavirus sobre la economía?

En Argentina, la inclusión de feministas en las distintas dependencias gubernamentales y su aglutinamiento en el grupo Mujeres Gobernando nos da seguridad con respecto a la persistencia por incorporar la perspectiva feminista en las políticas públicas. Sin embargo, ¿cómo será el diálogo entre el Estado y las organizaciones de base si cuando las que gobiernan presionen a las altas cúpulas no encuentren un movimiento fuerte en las calles en que apoyarse? ¿Y cómo podremos establecer prioridades desde los feminismos populares si nos encontramos desarticuladas?

La socióloga rionegrina Maristella Svampa destaca cómo en medio de un discurso que establece como prioridad el cumplimiento de los Derechos Humanos centrándose en la salud y el trabajo, hay otro que brilla por su ausencia: el derecho a un ambiente sano. En una crisis sanitaria derivada de la explotación industrial de los animales para consumo y la pérdida de biodiversidad por expansión de las fronteras agropecuarias, Svampa escribe: “Lo que existe (en Argentina) es un imaginario de la concertación social, ligado al peronismo, en el cual la demanda de reparación (justicia social) continúa asociada a una idea hegemónica del crecimiento económico, que hoy puede apelar a un ideal industrializador, pero siempre de la mano del modelo extractivo exportador, por la vía del doradista (Vaca Muerta), el agronegocio y, en menor medida, la minería a cielo abierto”

En este sentido, y teniendo como propuesta el desarrollo de un pacto ecosocial y económico para superar esta crisis, la autora postula que “la presencia de este imaginario extractivista/desarrollista poco contribuye a pensar las vías de una ‘transición justa’ o a emprender un debate nacional en clave global del gran pacto ecosocial y económico. Antes bien, lo distorsiona y lo vuelve decididamente peligroso, en el contexto de crisis climática”. Y destaca otras narrativas y movimientos latinoamericanos “que plantean una nueva relación entre humanos, así como entre sociedad-naturaleza, entre humano y no humano”, contrarios a “la narrativa colapsista y distópica que prevalece en ciertas izquierdas”. La autora pone la intervención social sobre la explotación de los bienes comunes como una idea fundante de una sociedad igualitaria.

En un mundo en el que la riqueza es distribuida muy arbitrariamente en cuanto a las capacidades y muy poco arbitrariamente en cuanto a características individuales como el género o la etnia (¿o acaso es creíble aún que las personas más ricas son las más inteligentes y preparadas y que esto es más común en los varones blancos?) y que hoy se ve inmerso en una crisis que plantea escenarios extraordinarios, los feminismos son fundamentales para pensar una salida que comprenda la pandemia como la expresión más evidente de un problema sistémico y que la tome como ejemplo paradigmático para elaborar perspectivas emancipatorias. Después de todo, es nuestro esencial trabajo. «