El programa de El Trece La noche de Mirtha, comandado desde el inicio del aislamiento obligatorio por Juana Viale –la nieta de su habitual conductora– logró vencer a su competidor inmediato Podemos hablar (Telefe) el sábado 20 de junio luego de mucho tiempo. El envío conducido por Andy Kusnetzoff se había consolidado como el programa de mayor rating de la franja nocturna de los sábados –más allá de algún traspié muy ocasional– e incluso llegó a duplicar la audiencia de la mesa de El Trece el 23 de mayo.

¿Qué particularidad tuvo la emisión de ese sábado? Varias. Por un lado, el envío de El Trece reunió –con la excusa de que coinciden en Radio Rivadavia– a cuatro periodistas de marcado perfil de derecha: Eduardo Feinmann, Baby Etchecopar, Oscar González Oro y Fernando Carnota. Previsiblemente, los comentarios misóginos, los chistes homofóbicos (muchos de ellos dirigidos a González Oro) y las expresiones antiderechos proliferaron y regaron las redes sociales tanto de quienes los celebraron como de quienes los condenaron. De hecho, un comentario de Etchecopar refiriéndose a la vicepresidenta Cristina Fernández Kirchner como un “cáncer” (un insulto muy caro a los bajos instintos antiperonistas) se viralizó de tal modo que provocó la condena y una denuncia de legisladores de distintos bloques y una tibia disculpa del autor.

El formato del programa tiene una antigüedad notable: acumula más de 50 años de aire y su inspiradora hasta hace algunos meses ostenta el tremendo récord de ser la conductora más longeva de la historia de la televisión mundial. El ciclo surgió en los ’60 como Almorzando con las estrellas, una idea del siempre prolífico Alejandro Romay para aprovechar la fama en ascenso de una actriz de cine que acumulaba ya varios sucesos: Mirtha Legrand.

En su versión clásica el programa oficiaba un papel legitimador. Alcanzar la mesa de Mirtha Legrand suponía ser considerado importante en el medio televisivo. Pero ese espacio «selecto» para personalidades del medio se fue transformando en un tenedor libre donde (por ahora) se sirve comida fina, aunque sobreabundan los golpes de efecto y los protagonistas de currículum cada vez más escabroso.

Desde su último arribo a El Trece, el programa alternaba la cena de los sábados y los clásicos almuerzos, los domingos. En el caso de los sábados comenzó a competir con Podemos hablar, en 2017. El ciclo de Andy Kusnetzoff, menos apegado a la agenda política y más diverso en sus invitados, comenzó a superarlo claramente en rating, al punto de obligar a Mirtha a desplazar su horario como una estrategia indirecta para hacer menos visible la derrota. Más aun, con Juana Viale en el sillón de la Reina Madre las diferencias se pronunciaron.

La fórmula suele ser muy uniforme: dos dirigentes del PRO y dos periodistas de El Trece/TN. El éxito de rating del programa con González Oro, Feinmann, Etchecopar y Carnota seguramente inclinará la balanza de los invitados todavía más a la derecha. Sin embargo, parece poco probable que las condiciones especialísimas de esa noche se vuelvan a repetir. La efervescencia social luego de la insólita marcha en favor del desfalco de la agroexportadora Vicentin, más el aporte colorido de la fauna anticuarentena, seguramente favoreció el aumento de la audiencia. Sumado al hecho de que la extensión de días de encierro potencian los rasgos delirantes en la producción y consumo de discursos trash, siempre mejor aprovechados por la derecha más rancia como la que encarnan personajes como Feinmann o Etchecopar.

Sobre ese particular se alzaron voces de repudio y también de alarma respecto al lugar que algunos medios les dan a expresiones de odio y su repercusión en las audiencias. La jurisprudencia a la que adhiere nuestro país consagra el derecho de expresión, pero también las responsabilidades ulteriores sobre los dichos de cada quien. La Defensoría del Público, institución creada por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, ha tenido resultados muy buenos en materia de tratamiento responsable de información referida a cuestiones muy sensibles, como las infancias o las cuestiones de género.

Pero existe otro riesgo más allá de quienes acompañan los discursos de odio: se trata de quienes los banalizan o aplican un mecanismo que convierte a los intolerantes en payasos. De esta manera, terminan dándole un cariz de simpatía que más temprano que tarde los vuelve todavía más peligrosos. Todos sabemos, gracias a Freud, que detrás de toda broma hay oculta una verdad inconfesable: estadounidenses y brasileños están corroborando lo doloroso que puede ser confundir a un intolerante con un comediante maleducado. «

* Investigador docente Universidad Nacional de General Sarmiento.