“Es lento el gotear de la memoria. Las viejas fotos insisten en mirar hacia el olvido. ¿Llegarán a ser ajenas las ausencias? En algún recuerdo se extravió la lengua. Acumulando palabras. Siempre allí la distancia. Un mar, un tren. Kilómetros. Recordar el camino descalzo con los zapatos en la mano” dice el actor, poeta y dramaturgo Daniel Viola en El nacimiento de ecos, un libro de poesía que se transformó en obra teatral. 

Un hombre avanza y retrocede en la madeja de su propia historia. El ovillo es el recuerdo. Aquello que se experimentó, pero también lo que no: esa parte ficcional del pasado que se va tejiendo con nuevas palabras para construir un sentido que nos arropa, que nos ataja del olvido. Con dirección de Micael Rodrigué, la obra puede verse en El Teatro de la Comedia, los sábados a las 18.

-¿Cómo surge el libro El Nacimiento de los ecos?
-Este es mi cuarto libro de poesía donde retomo en parte algo del primero La memoria de las sombras. Somos el eco de ciertas palabras y vamos en busca de otras. Necesitamos del lenguaje, ese que vamos adquiriendo a lo largo de la existencia. Es un libro en el que, en parte, me pregunto por la lengua de mi madre. Esa que ella dejó al construir su propia familia y a la que yo no accedí. La misma en la que hablaban mis abuelos, y yo no entendía. En ese eco que me llegaba, se hacía presente una ausencia. Esa ausencia me marcó. Como si aquello que no hacemos, tal vez, nos conformará más aún de lo que sí hemos realizado. ¿Cuál es el eco que hay en mí de aquellas palabras que no pude conocer ni pronunciar? ¿Cómo varia ese eco a lo largo del tiempo? ¿Cuál es el eco de la dictadura? Aquello que se presenta como marcial, como imposible de nombrar. En todo poema, hay una polisemia que al llevarlo al lenguaje teatral se amplía aún más. Y todo significado, a la vez, está envuelto de ecos. De esto trata, en parte, El Nacimiento de los ecos. Es recuerdo pero también es una prolongación imaginaria del mismo. Es el origen y sus posibles aperturas. Es también el pasado y el horror de la ausencia, una y otra vez, presente.

Si tuvieras que contar de qué trata tu nueva obra poética ¿Qué dirías? ¿Temáticas, universos, sensaciones?
-Habla del recuerdo. No solo del recuerdo por lo que se ha vivido sino también del otro, que es el recuerdo por lo que no sucedió. A mí no me torturaron, pero hay un recuerdo que se constituye en esa tortura a mis compañeros, a mis contemporáneos. Yo tampoco emigré, como sí lo han hecho mis abuelos y mis tíos, por eso, tengo en mí el eco de la guerra, de caminar descalzo para cuidar el calzado. Tampoco he renunciado a mi lengua, como si lo ha hecho mi madre, quien dejó su lenguaje nativo por amor. Esa lengua que murió con ella también es parte de este libro. Es un libro de fotografías, de las palabras que emergen con ellas. Fotos que me vienen a decir cosas. Esas miradas que hacen presente la ausencia. Los gestos de aquellos seres que, si bien sé quiénes son, pero jamás los conocí. Las fotos tienen su propio lenguaje y al habitarlo nació el libro. Es dar con las palabras que necesito para despedir, porque, como sabemos: la única muerte es el olvido.

-¿Cómo surge el proyecto de convertir la nueva obra poética en un hecho teatral?
– Yo escribo pero soy un ser teatral. Hago teatro desde muy jovencito; empecé en la escuela secundaria. Y siempre retorno al teatro. Me fui con los músicos y luego regresé al teatro con ellos. Así es que para mí es como inevitable volver. Respecto del espectáculo, no se trata de un recital de poesía, sino de un hecho teatral. Es un monologo interno que evoca momentos, recuerdos; sobre aquello que ocurrió y también lo que no. Hacer del libro un hecho teatral también surge de un deseo, más que un deseo, una necesidad: si no hago teatro, me quemo por dentro.

-¿Cómo fue el proceso de escritura poética?
-Siempre que escribo, las palabras nacen a partir de sensaciones, imágenes, detalles y hasta conceptos. A veces, viajando o leyendo, me surge una imagen o un verso, tomo nota para que no se pierda y luego, lo amplío. Después aparece el trabajo con el lenguaje, la construcción del verso, los ritmos y quiebres internos. En esta nueva obra aparecen mis muertos. También aparece la alegría de encontrar ese vocablo que me reafirma en la vida, que me recuerda vivo. Recordar es buscar el lenguaje que tuvieron los días, es una obra donde estoy en permanente diálogo con las personas que son el material orgánico del recuerdo. Yo no creo tanto en lo original, creo más en esta cuestión de crear a partir de lo ya creado; los temas siempre se repiten y uno a veces hasta llega a discutir poéticamente con otros, aún sin conocerlos. Hay tópicos en mi poesía, que son más que nada el tiempo y la palabra. Aparecen preguntas que intento responder poéticamente: ¿El tiempo es la palabra que lo enuncia? ¿Renunciar a una lengua, es renunciar a la memoria?

  -¿Cómo fue el pasaje del lenguaje literario al lenguaje teatral?
-Al trabajar con mis propios textos, el proceso es diferente que cuando uno trabaja con las palabras de otro. No sé si es más fácil, pero sí, es diferente. Hay una parte del proceso que es similar, y tiene que ver con lo técnico. En ese pasaje, uno se descubre desde otro lugar, como si los poemas fuesen ajenos. A partir de ahí, me fueron apareciendo las imágenes que hoy son parte de la puesta: una mecedora, hilos, lana y agujas, un canasto de mimbre y claro por supuesto, las fotos. Fotografías que en su gran mayoría son blanco y negro. Quién es quién en esa silla que acuna, donde a la vez se hace y deshace la madeja. Quién es aquel que ya ha salido de la mecedora y se increpa. Creo que en la obra hay un placer que nace con algunas imágenes que en el libro emergieron a partir de un lamento.

-¿Cuál o cuáles son los poemas que más te gustan de tu nuevo libro y por qué?
-No podría elegir. Hay poemas que fueron desechados en la versión teatral porque no encajaban en la dinámica que iba tomando la dramaturgia, son los que tienen más polisemia, que es claramente un lenguaje diferente al del teatro. De todos modos, pienso que no hay palabra dicha preferida, siempre está presente aquella que se desea, que se busca.

-¿La historia que se narra, en el espectáculo teatral, es autobiográfica o ficcional?
-Creo que confluyen ambas cosas, justamente por lo que decía antes de los recuerdos. Nunca sabemos del todo cuánto de real y cuánto de ficción tiene un recuerdo. Mi madre en cada navidad discutía con mi tío acerca del abuelo de ambos; yo creo que los dos fabulaban. El lenguaje precisa de ciertas certezas y el espectáculo ansía verosimilitud.

-Según tu trayectoria, en tanto escritor y actor ¿qué tiene la poesía para darle al teatro y viceversa?
– No hay texto dramático sin poesía. Todo actor, consciente o no, dialoga con lo poético. Lo poético es una búsqueda en el territorio de lo sensible; es el encuentro inédito que aparece cuando indagamos adentro. No hay actor que no sea un poeta. No hay espectador que no sea poeta. No hay poesía, ni actuación posible sin disponibilidad sensible.

-¿Qué te gustaría que le pase al espectador al ver “El Nacimiento de los ecos”?
-Que se conmueva. Que goce. Y que tenga ganas al finalizar el espectáculo de verme. De agradecernos mutuamente.

-¿De qué nos habla el espectáculo? ¿Cuál es la estructura vertebral del relato?
– Necesitamos comprender el misterio. No necesitamos comprender cómo funciona una máquina, pero sí necesitamos comprender el misterio de la vida. Ese aparente tejer y destejer que es la historia. Adelante se encuentra el pasado, porque es éste el que, a la vez, nos impulsa. En ese misterio, que son los hechos, también está el misterio de la palabra, del lenguaje. De ese misterio intenta hablar El nacimiento de los ecos.