Desde su elección el pasado domingo 28, Jair Bolsonaro ha utilizado la política exterior para movilizar ideológicamente el frente interno y patear el tablero de los negocios. Sin embargo, sus declaraciones contradictorias multiplican los conflictos internacionales, poniendo en riesgo la posición internacional de Brasil. La falta de conducción clara de la política exterior, así como su combinación de ideologismo y picaresca pueden provocar una catástrofe de proporciones.

En declaraciones al diario israelí Israel Hayom (Israel Hoy), el futuro mandatario anunció el pasado jueves su intención de trasladar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén y cerrar la representación palestina en Brasilia. Fundado en 2007, el periódico gratuito, propiedad del multimillonario norteamericano Sheldon Adelson, amigo y financiador de Benjamín Netanyahu, ha copado el mercado israelí. Al elegir este medio, entonces, Bolsonaro avisó a las empresas israelíes que los negocios con Brasil pasan por Netanyahu y a los medios brasileños (especialmente, a Folha de São Paulo) que se someten o los compran sus amigos.

El presidente electo no cesa de movilizar a sus adherentes con consignas ideológicas, mientras hace negocios. La política exterior, evidentemente, no se va a hacer en Itamaraty.

En su corto discurso en la noche del triunfo, Bolsonaro prometió liberar a Brasil «de las relaciones internacionales ideológicas», pero en pocos días ha ofendido a China visitando Taiwán dos veces durante la campaña electoral, ha desvalorizado el vínculo con Argentina,  ha asustado a los países árabes con el traslado de la embajada en Israel, ha obligado a los gobiernos europeos a exigirle que respete el Acuerdo Climático, ha suscitado preocupaciones sobre su política de Derechos Humanos y, finalmente, este viernes ha propuesto romper las relaciones diplomáticas con Cuba. Si esto no es ideologismo…

El pasado lunes 29, el vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Lu Kang, hizo votos, para que la cooperación entre ambos países se profundice, pero el martes 30 el China Daily salió con los tapones de punta en un editorial titulado: «No hay razones para que el ‘Trump Tropical’ revolucione las relaciones con China», reclamando a Bolsonaro objetividad y racionalidad, porque, si no, «el costo que deberá pagar la economía brasileña será muy alto».

Dentro de América del Sur, en tanto, el electo prioriza las relaciones con Chile y Colombia y propone romper vínculo con Venezuela, pero es dudoso que se sume a una invasión a ese país, porque los militares en el gobierno no quieren arriesgar un conflicto internacional de proporciones.

El equipo presidencial (especialmente sus hijos) se alinea con el proyecto de Steve Bannon (el exasesor de Donald Trump), para extender su «Movement» ultraderechista a todo el continente, pero el aliado principal es Israel.

En marzo pasado ambos países firmaron un acuerdo comercial para el intercambio de productos primarios brasileños por tecnología militar y aeroespacial israelí. Este último interés, junto con el nombramiento del exastronauta Marcos Pontes para el Ministerio de Ciencia y Tecnología, y la intención norteamericana de usar la base aeroespacial de Alcântara, en la Amazonia, sugiere que los tres gobiernos cooperarán para hacer inteligencia, militarizar el espacio y vender servicios estratosféricos.

Por la dirección de la política exterior brasileña competirán neoliberales ortodoxos, pastores pentecostales, el futuro ministro Sergio Moro que quiere crear un «partido judicial» continental y militares conservadores fieles a la tradición subimperial de Brasil. El futuro presidente, en tanto, no es un estratega ni sabe de geopolítica, pero es un pícaro negociante que busca ganar provocando el miedo y que, a falta de saberes, pretende gobernar dividiendo a sus apoyos.

Desde 1808 la política exterior de Brasil ha sido continua y pragmática. Jair Messias Bolsonaro quiere ahora romper con esta tradición. Si su peculiar combinación entre ideologismo y negocios espurios no es rápidamente controlada, puede producir un desastre.  «

Una carrera paradigmática

Jair Bolsonaro fue apoyado desde el principio por el Instituto Millenium, un foro ultraliberal con sede en Rio de Janeiro cuya cabeza intelectual es el filósofo Denis Rosenfield, profesor emérito de la Universidade Federal do Rio Grande do Sul. Exmilitante del PT convertido en sionista militante y neoliberal ortodoxo, Rosenfield es un acérrimo defensor de Israel y funge como nexo intelectual entre Bolsonaro y Benjamin Netanyahu. Amigo del general Sergio Etchegoyen, exjefe del Estado Mayor del Ejército y Secretario de Seguridad de Michel Temer, ya desde el primer golpe en 2016 viene presionando para que militares en actividad participen en el gobierno. Rosenfield ejerce particular influencia sobre oficiales que pasaron por Rio Grande do Sul y ha arrastrado a una fuerte facción del Ejército a colaborar con Israel. Por ello Netanyahu comprometió su asistencia a la asunción del mando en Brasilia el 1º de enero y Bolsonaro se apresuró a anunciar su viaje a Tel Aviv inmediatamente después de Estados Unidos.