“Como miles de millones de mujeres desde que el mundo es mundo, tuve mi regla cada mes durante cerca de cuarenta años. Entre abril de 1975 y febrero de 2015, lo cual representa alrededor de 400 ciclos, si sacamos el período de embarazo y los vagabundeos de la premenopausia. O sea, cerca de 2400 días marcados por el flujo entre mis piernas de lo que se llama sangre menstrual: una señal de ovulación y, por lo tanto, de fertilidad. En comparación, la mujer de la Edad Media, en Europa, no ovulaba en promedio más que de un centenar de veces en su vida. El resto del tiempo estaba embarazada, amamantando o muerta. En el siglo XVIII, la mujer que había logrado sobrevivir a su infancia tenía una esperanza de vida de veintiocho años y, con una tasa de mortalidad del 1,2 %, tenía mil veces más riesgos de morir en el parto que en la actualidad. Mi vida de mujer menstruante fue mucho más confortable que si hubiese vivido en la Edad Media o en el siglo XVIII. Pero, aunque las cosas cambiaron desde 1975, el tabú sigue siendo tan fuerte que a mi alrededor la gente pone cara rara cuando le anuncio el tema de este libro: ‘¿La regla? Pero ¿la regla de qué?” Así comienza Mi sangre. Pequeña historia de las reglas, de aquellas que las tienen y de aquellos que las hacen, de la escritora francesa Élise Thiébaut editado en la Argentina por la editorial Hekht dentro de la colección Pyra, en la que, según se aclara al comienzo, “los viejos saberes indómitos se reactualizan: como saberes y como irreverentes”. El libro de Thiébaut demuestra que la irreverencia que se menciona es cierta. En pleno siglo XXI, cuando se dice que “donar sangre es donar vida”, la sangre menstrual continúa siendo un tema tabú del que queda mal hablar en público. Nadie consideraría que es un papelón tener una hemorragia nasal en una fiesta. Sin embargo, mancharse la ropa con sangre menstrual sería un hecho vergonzoso. De hecho, la capacidad para evitar estos desbordes es uno de los grandes argumentos de venta de las toallas higiénicas y tampones. La eficiencia de estos elementos se mide, fundamentalmente, por su capacidad para mantener esa sangre en el más absoluto secreto, en la zona más profunda de la intimidad femenina. La autora, que ha escrito, entre otros libros, uno referido a las mutilaciones sexuales dedicado a adolescentes (El teatro del fuego) y que colabora con el proyecto Defensa ante la lapidación en Nigeria, ha encontrado en Mi sangre un balance armónico entre información científica, hechos históricos, humor y utilización de la primera persona. La autorreferencialidad, lejos de ser un gesto de egolatría, le permite acortar las distancias con los lectores, promover la identificación y hablar del tema con conocimientos precisos, pero con el tono modesto y coloquial de quien habla desde la experiencia personal. No es casual que Mi sangre haya aparecido este año en la Argentina a poco de haberse publicado en Francia. El tema necesitaba de un contexto en que fuera comprendido para no pasar inadvertido o considerado como una excentricidad individual. Recientemente Darío Sztajnszrajber, quien expuso en el Congreso en apoyo al aborto legal y gratuito, señaló en una entrevista en este diario la potencia de avance del feminismo en relación con ciertos anquilosados estereotipos de la política. Es ese avance arrollador de las mujeres lo que le otorga oportunidad y coherencia a un libro como Mi sangre. “La menstruación –dijo su autora hace poco en una entrevista- tiene mucho que ver con el feminismo porque es un tabú que te obliga a guardar silencio y a esconder qué te pasa durante la cuarta parte de tu vida, y esa es una herramienta muy eficiente para hacerte sentir mal. Conocerla es una cuestión de empoderamiento.” Además de dar datos de relevancia en materia de composición de la sangre menstrual, como que contiene células madres, se dedica a destruir los mitos que giran en torno a la menstruación para marcar que la regla es, por encima de su carácter fisiológico, una construcción cultural que se corresponde con el imaginario de la sociedad patriarcal. Marilina Winik, editora de la edición argentina, señala que el libro ayuda “a repensar el carácter de esta sangre que no daña, sino que crea; esta sangre que no es efecto de la violencia, sino que es una consecuencia de la capacidad femenina de la procreación.” «

La menstruación en las religiones monoteístas

Según lo señala Thiébaut, los grandes textos de las religiones monoteístas han estigmatizado la regla como impura.
Así lo consigna el levítico, el tercero de los cinco libros de la Torá: “La mujer que tenga la menstruación permanecerá impura por espacio de siete días. Quien la toque quedará impuro hasta la tarde. Todo aquello sobre lo que se acueste durante su impureza quedará impuro; y lo mismo todo aquello sobre lo que se siente. Quien toque su lecho lavará los vestidos que lleve, se bañará y será impuro hasta la tarde. (…) Una vez que sane sus flujos, contará siete días y quedará después pura. El octavo día tomará dos tórtolas o dos pichones y los ofrecerá al sacerdote (…) El sacerdote los ofrecerá: uno como sacrificio por el pechado y otro como holocausto. Así hará por ella una expiación por ella ante Yahvé por la influencia de su flujo.”
El Corán previene: “Absteneos, pues, de las mujeres durante la menstruación y no os acerquéis a ellas hasta que se hayan purificado.”
El catolicismo, en la Edad Media, le prohibió a la mujer comulgar durante la regla y acercarse al coro y, luego de un parto, debía esperar cuarenta días antes de ir a la Iglesia.