A Jorge Sampaoli lo sucedió como entrenador de la Selección Lionel Scaloni, que sumó a su cuerpo técnico a Walter Samuel. Más allá de lo que pase en la Copa América de Brasil que ya asoma, el sueño de Claudio Tapia para el Mundial 2022 es que detrás de Scaloni venga Mauricio Pochettino, técnico de Tottenham, finalista de la Champions League. A esos cuatro nombres no sólo los une su oficio y su vínculo con la Selección: son de una misma porción del país, el sur santafesino, de pueblos desperdigados a lo largo de la Ruta 33, que une Rosario con las localidades de Pujato (Scaloni), Casilda (Sampaoli), Firmat (Samuel) y Murphy (Pochettino).

Como una figura simbólica, pero también porque así lo marca el mapa, el predio de las inferiores de Newell’s, en Bella Vista, es el kilómetro 0 de la Ruta 33, una arteria repleta de camiones que conecta los puertos de Bahía Blanca y Rosario a través del corazón agrario-ganadero de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe. El predio se llama Jorge Griffa, uno de los nombres para entender esta historia. «Tenemos que partir de la base de que Griffa fue el primer captador del fútbol argentino. Nos enseñó que al buen jugador no hay que esperarlo a que se venga a probar, sino ir a buscarlo. Y empezó a hacer este recorrido por los pueblos porque se dio cuenta de que con lo que había en Rosario no alcanzaba», relata Enrique Borrelli, coordinador de inferiores de Newell’s, que hace unos meses volvió a acercar a Griffa al club como director de captación. En uno de esos viajes, en el invierno de 1985, Griffa y Marcelo Bielsa recorrieron los casi 150 kilómetros que separan Rosario de Murphy en un Fiat 147 destartalado y una madrugada tocaron la puerta de la casa de los Pochettino. Ahí, con 14 años, vivía el mejor jugador del pueblo. Y, aunque ya se había entrenado con las juveniles de Rosario Central, se lo llevaron a la contra.

En la entrada de Murphy, un pueblo de 3800 habitantes que se pronuncia «Murpi» y no «Murfi», hay un cartel que dice: embajadores del buen fútbol. Y están las 12 caras de los futbolistas que llegaron a Primera. El más conocido es Pochettino, por quien el presidente comunal, Aldo Camussoni, prometió una estatua en el pueblo. Aunque no pise sus pagos desde 2012, la pertenencia del técnico de Tottenham con Murphy llega hasta la final de la Champions: sentado junto a él en el banco estará el arquero Paulo Gazzaniga, también murpense, al igual que Pedro Caffa, quien maneja las redes sociales del club.


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(Foto: Virginia Cárcamo)


Gazzaniga debutó en noviembre en el arco de la Selección. Fue Pochettino quien se lo recomendó a Samuel, al igual que al zaguero Juan Foyth, otro debutante con este cuerpo técnico. El vínculo entre Samuel y Pochettino se gestó en esta misma ruta. Cuando el entrenador de Tottenham ya llevaba algunos años en la Primera de Newell’s, Samuel había sido alcanzapelotas y ya entrenaba con la Reserva. «Mi hermano hacía dedo para ir hasta el predio. Y Pochettino lo reconocía y lo levantaba. Después se pusieron de acuerdo y ya lo pasaba a buscar por acá adentro. Cada tanto pasa a saludar», cuenta Mariana Samuel, hermana de Walter. En la zona relatan que es habitual la imagen de chicos sobre la 33 haciendo dedo después del mediodía para ir hasta el predio de Bella Vista, con los botines y el equipo de Newell’s puestos.

Lo que sucede en la Ruta 33 acaso sea la versión de no ficción del cuento «Campitos», de Juan Sasturain, en el que el ingeniero agrónomo José Campodónico arma un particular sistema que cruza las cosechas de cada zona y las calidades de los futbolistas para determinar la posición de los jugadores según la geografía argentina. «Este creció con la papa, tierra negra, es un nueve de punta muy ligero. Se llama Torres. Éste –sigue Sasturain en el cuento «Campitos»– viene de la zona que se da el lino, es un ocho rendidor, un peón de brega. ¿Necesitabas un cinco? Éste es un producto de la zona avícola más rendidora: el Gallo Palomares».

Todos estos entrenadores son productos del corredor del sur santafesino antes de que llegara el monocultivo de la soja. Y también, previo al desembarco de los celulares y de los representantes. Hoy, al igual que en la Ciudad, no hay tanto pibe en el potrero. Y la captación de jugadores se volvió federal, o al menos las largas uñas de los clubes grandes de Buenos Aires llegan hasta esta zona para intentar rascar algún crack del futuro. Hasta mediados de los ’90, Newell’s y Rosario Central eran la estación obligada.


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(Foto: Eduardo Sarapura)


A Samuel y Scaloni no los fue a buscar Griffa, sino su hombre de confianza: Abel Almada. A Samuel lo detectó como wing izquierdo en una prueba en Argentino de Firmat. De Scaloni ya conocía su potencia física porque jugaba la Liga Rosarina los fines de semana. «La Argentina toda es una cancha de fútbol. Yo no creo que haya una zona especial. Pero en estos pueblos sabíamos que había buenos jugadores porque es una zona donde están todos bien comidos y los chicos son muy competitivos, porque hay muchos clubes y muchos partidos», cuenta Almada, con una vida dedicada a la captación y formación de talentos. «Chicos de la zona había cientos en las inferiores de Newell’s, pero los que llegan a Primera son los más constantes, los que no caen en la joda, los que tienen más ganas y una cabeza preparada», explica Mariana Samuel en Firmat, una localidad de 25 mil habitantes donde su hermano repite el perfil bajo y la timidez que llevó a Roma y a Inter. 

El fantasma de la película El ciudadano ilustre, de Cohen y Duprat, recorre estos pueblos. Está la idea de que apenas alguien empieza a levantar vuelo, los demás lo empiezan a mirar de costado, tal vez con algo de resentimiento. Y también está la tesis de que al salir de la vida plana de los pueblos, la ambición se acrecienta por las ganas de descubrir el mundo. Algo de eso que muestra la película también se escucha en Pujato, con 3700 habitantes, a sólo media hora de Rosario. «Acá hay todo un tema con el padre de Lionel, que es medio personaje. Él dice que donó dos canchas de tenis para el club Matienzo pero otros dicen que es mentira. Y como no lo quieren al padre, no lo quieren a él», cuenta un amigo de Scaloni, que el jueves cumplió 41 años y se fue desde Ezeiza hasta Pujato para festejar. Como sea, no parece haber un clima especial porque en tres semanas Argentina vaya a jugar la Copa América con un entrenador pujatense.


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(Foto: Eduardo Sarapura)


La influencia rosarina en esta zona es total. Y el fútbol en Rosario, como definió alguna vez César Luis Menotti, es un hecho cultural inimaginable. «En Buenos Aires, el fútbol no es tan cerrado y cercano como en Rosario, y eso hace que te exija una comunicación diferente, es muy formativo, hace que sea un debate diario y vivís agonizando todo el día», dice Menotti. «Para muchos Rosario es como un pueblo grande –sigue Mario Giammaría, presidente de la Asociación Rosarina de Fútbol, con 25 mil jugadores federados–. Las familias traían a los chicos porque les daba temor Buenos Aires». Dos de los bares emblemáticos de la ciudad son Pan y Manteca y El Cairo. Ambos son famosos por sus mesas ilustres con debates futboleros.

A 60 kilómetros de distancia, la gestación de Sampaoli como entrenador de Alumni de Casilda coincidió con la de Bielsa en Newell’s. Sampaoli encontraba la manera de meterse dentro del predio de Bella Vista para copiar métodos de entrenamientos y escuchaba en un walkman las conferencias de prensa de Bielsa. Así logró saltar las fronteras de su ciudad para empezar a hacerse conocido: además de su trabajo en el banco y de ser DT de Alumni, comenzó a trabajar en Renato Cesarini. «Jorge estaba todo el tiempo en la ruta, fue una escuela para él. Levantaba a los pibes para traerlos al entrenamiento de la noche en Casilda. Alguna vez me dijo que los demás tenían el atajo de haber sido jugadores profesionales, que él para llegar tenía que hacer el camino más rápido: en cuatro ruedas no llegaba, tenía que ir en dos», relata el periodista Pablo Paván, biógrafo del actual entrenador de Santos de Brasil. «En Casilda empecé a construir lo que soy. Hay mucha concentración de locura», dijo alguna vez en una entrevista al diario La Tercera.


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(Foto: Eduardo Sarapura)


En mayo de 2016, Sampaoli disfrutaba en Casilda sus últimos días libres antes de sumarse a Sevilla. Durante un asado, irrumpió un hombre de Pujato. Era el padre de Scaloni, que le recomendó que lo sumara a su cuerpo técnico. Como Sampaoli necesitaba a alguien que conociera LaLiga, Scaloni se incorporó al staff de Sevilla. Al año, terminó como ayudante en la Selección. Y después del Mundial de Rusia, al casildense lo remplazó el chacarero de Pujato. Como si fuera un tren de cargas, la Selección frena en estos pueblos para subir entrenadores. Sólo el tiempo sabe si Pochettino también tiene el boleto para ese viaje del sur de Santa Fe al banco argentino. Por ahora, su madre Amalia ensaya un argumento para explicar por qué la Ruta 33 es semillero de entrenadores, aunque avisa que por cábala no dará notas hasta antes de la final de la Champions. «Será –dice Amalia, con algo de broma y algo de verdad– que en la zona nos gusta hacer las cosas bien». «