Desde que en 1987 las Naciones Unidas decretaron el 26 de junio como el Día Internacional contra el Abuso de Drogas y el Tráfico Ilícito como una expresión de su determinación de fortalecer la acción y la cooperación para lograr el objetivo de una sociedad internacional libre de drogas, los problemas con las drogas no han cesado de acrecentarse. Aumentó la militarización, el consumo, el tráfico, la criminalidad compleja ligada al mismo, los muertos y heridos por el negocio ilegal, la encarcelación y la estigmatización de amplios grupos de ciudadanos que fueron despojados de sus derechos a los servicios sociosanitarios. Año tras año, con distintas consignas, los países miembros se enmarcaron en la alocada idea de pensar que haciendo más de lo mismo, conseguirían resultados diferentes.

 En la Argentina las políticas de drogas, la legislación vigente y con su atravesamiento en todos los ámbitos de los servicios sociosanitarios, fueron comandadas por distintos slogans vacíos que se continúan sosteniendo como si su fracaso no fuera evidente: “por un mundo libre de drogas”; “sí a la vida, no a la droga”; “deporte si, droga no” y tantos otros. Es que la “guerra contra las drogas” siempre fue una batalla que se libró sólo en los cuerpos de lxs usuarixs de estupefacientes. Lo hicieron poniendo los muertos y heridos producto de un sistema de “asistencia y prevención” que, lejos de garantizar los derechos ciudadanos, se regocijaba en sus ineficaces consignas moralistas. Un sistema asistencial que centró su actividad -y sus recursos- en encarcelar a ususarixs de drogas en prisiones o comunidades terapéuticas  y una  ausencia de acciones en prevención con algún nivel de eficacia. Malgastar los recursos públicos sin resultados esperables es mala política, utilizarlos deliberadamente sabiendo que no producen efectos positivos, es iatrogenia. 

Desde 2013, muchos de los que veníamos denunciando públicamente la necesidad de modificar las políticas de drogas nos propusimos comenzar a instalar una acción global que se enfrentara, desde un discurso inclusivo, al discurso segregativo tradicional a través de la consigna “ACOMPAÑE, NO CASTIGUE” (“support don’t punish”). 

   Desde allí todos los 26 de junio, se realizan distintas acciones para visibilizar este problema que padecen amplios sectores de nuestras comunidades. En esta ocasión, como consecuencia de las medidas de aislamiento dispuestas en la mayor parte de los países, las acciones de visibilización sucederán principalmente a través de las redes sociales. Desde la Asociación de Reducción de Daños de la Argentina venimos planteando, desde mediados de los años 90, la necesidad de al menos derogar el artículo 14 de la ley 23.737 para comenzar a revertir en nuestro marco jurídico la punición que recae sobre los consumidores de drogas, dejar de castigar para adecuarse al lenguaje de este día. 

 Por otra parte, si de acompañar se trata, se han logrado desde entonces algunos progresos. Nuestro sistema jurídico también cuenta con algunas leyes que han avanzado en la dirección correcta y así contamos con la Ley de los Derechos del Paciente, la Ley de Salud Mental y Adicciones. Pero no es sólo una cuestión de leyes, todos y cada uno de nosotros debemos deconstruirnos del grave daño causado por las políticas abstencionistas-prohibicionistas en la concepción que tenemos del problema; preguntarnos por qué acompañamos a su cama al tío que bebió de más en la noche navideña y castigamos al tío que, en la misma noche consumió otra sustancia.  


Este 26 de junio debemos aprovechar la lupa que nos ofrece la crisis del coronavirus para repensar el tema de las drogas. Todos los problemas asociados al uso de drogas se incrementaron con la pandemia y las medidas tomadas para afrontarla. La cuarentena modificó los canales habituales de circulación de las sustancias ilegalizadas y de las personas produciendo como consecuencia, problemas que van desde: el aumento de los precios hasta la adulteración de las sustancias; desde la sanción de los que salían a comprar/consumir violando la cuarentena hasta los que comenzaron a consumir dentro de sus casas y sus consecuencias familiares; desde los que se proveyeron de sustancias e incrementaron sus consumos hasta los que no las consiguieron y desarrollaron  síndromes de abstinencia; y así podemos seguir. Como vemos, es verdaderamente compleja la temática si nos animamos a abandonar el simplismo reduccionista que nos propone la mirada actual centrada en el dualismo consumo-abstinencia. Lo que no podemos es continuar,  con estas políticas sobre drogas que producen más daños que las drogas mismas. Debemos abandonar definitivamente las políticas y acciones que castigan a los usuarios de sustancias para dirigirlas hacia el acompañamiento de estas personas en el sentido de disminuir las consecuencias negativas de los consumos, es decir asumir una política de drogas pensada y dirigida desde el paradigma de Reducción de Daños para, de esta manera, contar con una política de drogas más justa, más eficaz  pero, por sobre todo mas humana.