El barrio 16, en el este de la periferia de París, es uno los más ricos de la ciudad. Entre la zonas residenciales y las embajadas están también el estadio de Roland Garros y el Parc des Princes, una de las nueve sedes del Mundial. El silencio de esas calles anchas a cielo abierto de los alrededores de la estación de metro Porte de Saint-Cloud se quebró el viernes por la tarde. El Mundial, que se anticipaba en los bares con banderas de distintos países en las mesas y el afiche de esta edición pegado en algunas de sus ventanas, en las gigantografías y publicidades de futbolistas –intercaladas con las de Roger Federer y Serena Williams– en distintos lugares del espacio público parisino, se hizo tangible: 45 mil personas asistieron al estadio del París Saint Germain, en el partido inaugural de la Copa del Mundo entre Francia y Corea del Sur, donde las Les Bleus se impusieron por 4 a 0.

Fue la árbitra uruguaya Claudia Umpiérrez quien dio el pitazo inicial de esta Copa del Mundo, de la que participan 500 jugadoras que representan a 24 equipos, que distribuirán sus partidos en nueve sedes y que ya vendió más de 800 mil entradas. Esta octava edición, donde ya debutó el VAR y se anuló así lo que era el segundo gol de Francia, duplica el premio económico: de 15 millones a 30. La selección que resulte campeona se llevará 4 millones de dólares y el resto se repartirá de acuerdo a las instancias alcanzadas por los otros equipos.

Las diferencias en las condiciones de apoyo y desarrollo de la actividad fue uno de los ejes de la primera convención de Fútbol Femenino organizada por FIFA el jueves 6 y el viernes 7 en París. La directora de Fútbol Femenino de esta federación internacional y exjugadora neozelandesa Sarai Bareman afirmó en la primera jornada de esta convención: «Si realmente queremos conseguir un crecimiento del fútbol femenino viable y sostenible tenemos que revisar cada factor de su ecosistema. Y claro que más financiación haría un cambio tremendo pero en la mayoría de los países lo que necesitamos es un cambio cultural, un cambio de percepción». Las palabras de la dirigenta estuvieron en consonancia con las que viene sosteniendo Ada Hegerberg, la jugadora noruega que ganó el Balón de Oro 2018 y que no está presente en el Mundial porque a pesar de que su selección igualó los salarios con la masculina, cree que las condiciones para el desarrollo de la actividad continúan siendo desiguales. Las mesas de las distintas exposiciones sobre comunicación, dirigencia, liderazgo y formación hicieron hincapié en este punto. «Debemos dar más acceso a las niñas, que muchas veces no pueden usar los mismos campos de entrenamiento que los chicos, sin razón, y lograr que las futbolistas tengan salarios, entre otros objetivos», sumó, en este sentido, Laura Youngson, cofundadora de Equal Playing Field.

El jueves, un día antes de que empezara oficialmente el Mundial y Wendie Renard se convirtiera en la figura del partido inaugural después de meter dos goles, el Instituto del Mundo Árabe, a orillas del río Sena, también fue epicentro del fútbol. En este caso, los partidos de cinco contra cinco, en la explanada del edificio de nueve pisos y vista a la Torre Eiffel, fueron la antesala del estreno de la película Little Miss Soccer dirigida por las exfutbolistas francesas Candice Prévost y Melina Boetti. Así como el documental que las llevó a recorrer distintas partes del mundo durante más de dos años, la presentación reunió a jugadoras de países como Mali, Brasil, Argentina, Alemania, Chile y Francia. Antes de la proyección, jugadoras amateurs, activistas de organizaciones como La Nuestra y Les Degommeuses compartieron cancha con campeonas del mundo como Babett Patter, la alemana que juega en el VfL Wolfsburg. «El objetivo de la película es contar el movimiento social del fútbol femenino en todo el mundo. Y esta es una fiesta del fútbol», dijo Prevost, que jugó en su selección y que hoy es comentadora de la liga francesa de fútbol femenino en la televisión local.  «