«La mirada desde la mujer que hay en mis historias viene desde muy lejos, desde mi primera novela, Hay que sonreír. Siempre me resistí, sin embargo, a que me llamen escritora feminista porque no me gusta que me cuelguen etiquetas, pero evidentemente el feminismo está en mí, porque yo escribo desde mi propio deseo y no desde el deseo del hombre», dice Luisa Valenzuela.

Así lo confirman también su último libro, El chiste de Dios (Voria Stefanovsky Editores), y el espectáculo Cuentos de Hades, basado en la sección homónima de los relatos incluidos en Simetrías (1993), que puede verse todos los viernes de agosto en el CCC. En ellos transforma los cuentos tradicionales de Charles Perrault en «ejemplos de libertad en lugar de llamados al sometimiento».

–¿Qué es exactamente el espectáculo Cuentos de Hades?

–En unas jornadas que se hicieron sobre mi obra en el Malba y en la Biblioteca Nacional, la actriz y dramaturga María Emilia Franchignoni junto a dos músicos, Jorge Chikiar y Perla Gonilski, hizo una puesta de la versión de «Caperucita Roja» que figura en Cuentos de Hades. A partir de esta puesta que fue fantástica, ella se entusiasmó con todos los otros Cuentos de Hades.

–¿Son versiones feministas de cuentos populares?

–Sí. Hice mis versiones porque pensé que los relatos de Perrault no pueden haber surgido de las narraciones orales de las mujeres de las tribus.

–¿Por qué?

–Porque no se les puede decir a las niñas pobres, que están en medio del bosque en el invierno, que tengan cuidado, que se vayan a dormir que llegará un príncipe que las despertará, es decir, decirles que no sean curiosas. Hay dos cuentos que me interesaron mucho. Uno es «Caperucita«. Sabemos que el bosque significa la vida, tal como lo estudiaron Marilis Von Franzen y Bruno Bettelheim y la caperucita roja es la primera menstruación. Hay una integración de la niña, con la madre, la abuela y el lobo. ¿Por qué el lobo? Porque es nuestra parte oscura, el inconsciente, y si la mujer queda escindida de su inconsciente, de su parte oscura, nunca es un ser humano completo. Caperucita es la completud de la mujer que deja a su madre en su primera madurez, pero la incorpora en el camino, lo mismo que a su abuela, y recoge todos los frutos que son los hombres y las experiencias. Todo eso lo lleva hacia su abuelez y en ese momento se unen con el lobo. Yo escribí entonces el cuento «Si esto es la vida, yo soy Caperucita Roja» Me pregunté qué significaba el leñador, pero no encontré respuesta. Pero cuando fui al cuento escrito por Perrault, comprobé que en esa versión el leñador no existía. Quienes lo agregan son los hermanos Grimm. El otro cuento que me impresionó mucho es «Barba Azul», porque no se puede vivir en un castillo en el que hay una habitación secreta porque aunque no sepas que allí están las mujeres degolladas, ese secreto contamina todo. Del mismo modo, no se puede vivir en un país en el que no se reconocen los desaparecidos. Eso lo pensé durante la época del menemismo y los indultos. Les dediqué uno de estos cuentos a las Madres de Plaza de Mayo. Todos están pensados desde la mujer y cambiando las moralejas, los cuentos son otros.

¿Qué pensaste de Blancanieves y Cenicienta?

–Representan caminos iniciáticos. Cenicienta va del abismo de la cocina inmunda al sol del palacio, hace un camino iniciático de ascenso a la luz. Blancanieves hace el camino inverso: pasa de ser la niñita tarada a descender a la oscuridad de las minas con los enanos. Además, no tiene a sus padres. Lo que hago en Cuentos de Hades es indagar, desde la mirada femenina, qué es lo que realmente cuentan estas historias aleccionadoras. María Emilia tomó estas versiones e hizo algo maravilloso, muy fuerte, con una música extraordinaria.

Hace poco publicaste un libro de cuentos, El chiste de Dios, en el que también es evidente tu mirada desde lo femenino.

–Sí, son cuentos que publiqué en diversos lugares y luego reuní en un volumen. Una editorial muy exclusiva de Colombia me pidió algunos cuentos y se los mandé, pero sin el que se llama «El narrador», que sí incluí en la edición argentina. Acá son totalmente inéditos y la edición de Voria Stefanovsky es muy linda.

–Vos trabajaste también en periodismo, ¿no es así?

–Sí, durante nueve o diez años de mi vida. Desde principios de los ’60 en adelante trabajé como periodista de planta en el Suplemento Gráfico de La Nación. Fui la primera en tener allí cargo de redactora. Hasta que entré yo, las mujeres sólo eran cronistas. Éramos tres: Ambrosio José Vecino, que era el jefe, José María Cantilo y yo. Era un suplemento en sepia con muchas fotos buenas y un texto muy comprimido. Yo ya había publicado en La Nación, desde muy joven, pero entré al diario cuando Vecino me pidió que trabajara con él.

–¿Cómo fue la experiencia?

–Aprendí muchísimo. Vecino era un hombre egresado del profesorado de Letras y gran amigo de Cortázar. Los dos eran los discípulos favoritos del filósofo Vicente Fatone. De modo que era alguien con una formación intelectual muy sólida. Era muy estricto en cuanto a la gramática y las cuestiones de estilo. Yo siempre digo que fue mi maestro en una época en que no existía la carrera de periodismo ni nada por el estilo.

–¿Cómo era ser mujer en un diario en el que trabajaban, sobre todo, hombres?

–Esa es una historia que alguna vez les voy a contar a algunas feministas cuando se dignen a preguntarme. En un momento dado, Vecino se enfermó y estuvo casi un año sin trabajar. Todo el mundo quería apropiarse del Suplemento. Yo lo defendí con uñas y dientes y durante un año trabajé como loca para preservar su lugar y porque me parecía justo hacerlo. Cuando él volvió a hacerse cargo del Suplemento, pidió que me nombraran subdirectora. Le dijeron que sí, pero que no había que decírselo a nadie, que yo era mujer… en fin, mentirijillas. Sólo me aumentaron un poco el sueldo. Pero era ridículo tener ese suplemento tamaño sábana. Recuerdo escenas en las que le pedíamos a Luis Drago Mitre hacer una revista. Finalmente hacemos la revista y salen los primeros números llenos de notas mías. Entonces Vecino vuelve a pedir que me nombren subdirectora. Y ahí le dicen que la revista no iba a tener subdirectora. Nunca me quisieron nombrar. Entonces renuncié, aunque seguí colaborando desde afuera. Luego me fui a Estados Unidos con la beca Fulbright y lo pusieron a José Daniel Viacava de subdirector.

–No querían una mujer.

–Sí. El hecho es que hace poco la revista cumplió 50 años y Claudio Escribano, que me recontraconoce y que conoce también esta historia porque era colega mío en esa época, nombra a muchísimos colaboradores, algunos de ellos muy efímeros y a mí ni me menciona, aunque esa revista se hizo porque la peleamos mucho Vecino y yo. El dato de mi trabajo en La Nación figura en todos mis CV internacionales, en la Biblioteca Cervantes, en la Academia de Artes y Ciencias… Sin embargo, mi nombre no aparece, como si nunca hubiera trabajado allí. Borraron parte de mi historia de un plumazo. Es algo indignante y denigrante. Mandé una carta de lectores que no publicaron. Escribano, según me contó Saguier, dice que me quiere mucho pero que se olvidó de mencionarme.

¿Y vos crees que lo hizo por machismo?

–No. Tampoco creo que sea un olvido. Me parece que tiene que haber otra cosa. Basta con abrir un archivo de la revista para encontrar notas mías por todos lados. En una entrevista de La Nación le preguntan a Lorrie Moore qué escritores conoce de Argentina y ella contesta: Manuel Puig, Julio Cortázar y Luisa Valenzuela. «

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Sobre cuentos de Hades

Cuentos de Hades es un concierto escénico basado en los relatos de Luisa Valenzuela, versiones feministas y desenfadadas de los clásico cuentos de hadas de Charles Perrault. Un recorrido indisciplinado donde confluyen la música electrónica experimental, la performance, la narración oral y las artes multimediales. Creada e interpretada por María Emilia Franchignoni (dramaturgia y dirección general) y Jorge Chikiar (composición y dirección musical), la obra experimenta con procedimientos de narración escénica y musical. Así, la polifonía de voces característica de los cuentos de hadas resuena con la libertad y el poder que le imprimieron sus narradoras originarias y que las versiones de Valenzuela consiguen recuperar. «Caperucita Roja», «La Bella Durmiente» y «Cenicienta», entre otras, adquieren voz propia y se rebelan ante los mandatos impuestos y los ecos de sus rebeldías, sus inconformismos y sus imaginaciones singulares resuenan con inusual potencia en el presente.

Todos los viernes de agosto a las 20 en CCC, Av. Corrientes 1543.